Quirónsalud
Blog del Servicio de Hematología de la Fundación Jiménez Díaz
Desde su instauración en 2004, cada 20 de mayo se celebra el día del Ensayo Clínico en honor al nacimiento de James Lind. En pleno siglo XVIII, este médico escocés desarrolló uno de los primeros estudios sistemáticos y con un diseño bien estructurado en seres humanos. El objetivo de aquel estudio fue analizar el papel de los cítricos en la prevención del escorbuto, una enfermedad que afectaba gravemente a los marineros que pasaban largas temporadas en alta mar.
Aprovechando esta celebración, queremos desgranar qué se entiende por ensayo clínico en el siglo XXI, qué tipos existen, los beneficios que pueden reportar y además dar a conocer la labor realizada en este terreno durante los últimos diez años en nuestro centro.
Empezaremos explicando mejor qué es un ensayo clínico. Un ensayo clínico es un estudio de investigación que se realiza en seres humanos con el objetivo de evaluar nuevos tratamientos, terapias o procedimientos siguiendo unos métodos estrictos de diseño, administración y evaluación de resultados. En oncohematología, estos ensayos son fundamentales para descubrir formas más efectivas de tratar el cáncer, que sean menos tóxicas para los pacientes y que permitan así mejorar su calidad de vida e incluso, en muchos casos, aumentar su supervivencia.
No todos los ensayos tienen los mismos objetivos ni se desarrollan del mismo modo. Según su propósito específico, se clasifican en varias fases.
Los ensayos clínicos fase 1 o first in human tienen por objetivo confirmar la seguridad de un nuevo tratamiento cuando se usa en seres humanos. Son los más estrictos metodológicamente hablando. Exigen una vigilancia muy estrecha de los participantes, se incluyen muy pocos pacientes en el mundo y se realizan en centros muy seleccionados. Muchas terapias nuevas terminan aquí su desarrollo, bien por resultar tóxicas o porque no consiguen demostrar ningún tipo de actividad antitumoral. Son estudios que se desarrollan despacio, incluyendo pacientes a veces incluso de 1 en 1 y probando diferentes dosis del fármaco. Cuando una de estas terapias se muestra segura y activa frente a la enfermedad puede pasar a la siguiente fase del desarrollo, los ensayos fase 2.
Los estudios fase 2 son más sencillos metodológicamente. En ellos se evalúa la eficacia del tratamiento en un grupo más grande de pacientes, para confirmar si realmente tiene un impacto positivo en la enfermedad. Al Igual que los ensayos fase 1, no suelen ser aleatorizados. Es decir, todos los participantes reciben el tratamiento experimental y los profesionales intervinientes son conocedores de ello. En muchas ocasiones estos estudios son extensiones de los fase 1, en los llamados ensayos fase I/II.
No son pocos los fármacos que en oncohematología han conseguido ser aprobados por las agencias reguladoras para su comercialización en esta fase de desarrollo. Especialmente para pacientes en recaída sin alternativas eficaces de tratamiento. Sin embargo, cuando los fármacos resultan prometedores, el promotor (ya sea la industria farmacéutica o un grupo de investigación académico) busca posicionarlos en líneas más precoces del tratamiento. Es aquí cuando normalmente son necesarios grandes ensayos aleatorizados (fase 3) que comparan estos nuevos tratamientos a los ya disponibles.
Los ensayos fase 3 pueden incluir más de 1000 participantes, se desarrollan en más centros hospitalarios y tienen capacidad para cambiar paradigmas de tratamiento. Suelen dar pie a aprobaciones de nuevos medicamentos, o en su defecto, a su inclusión en el listado de tratamientos financiados por los sistemas de salud.
Sin embargo, la investigación clínica no termina aquí. Una vez comercializados, los tratamientos siguen siendo monitorizados por las agencias reguladoras en los ensayos fase 4 (o de vigilancia post-comercialización).
Una vez entendido qué son y cómo funcionan, es interesante ahondar algo más en el interés que pueden tener para las diferentes partes involucradas. Es innegable que los grandes beneficiados del desarrollo de nuevas terapias son nuestros pacientes. Como decíamos al principio, la investigación clínica permite desarrollar tratamientos que sean menos tóxicos y más eficaces para personas con enfermedades abocadas a desenlaces fatales.
Sin embargo, no son ellos los únicos beneficiarios; el propio sistema sanitario al promover el desarrollo de ensayos clínicos en sus hospitales puede ofrecer a sus pacientes tratamientos novedosos mucho tiempo antes de su llegada por la vía "habitual", disminuir costes en los tratamientos, que por otra parte representan un alto impacto presupuestario para los hospitales, y generar numerosos puestos de trabajo de alta cualificación para sus profesionales. En los últimos años, España ha conseguido ser pionera en el desarrollo de ensayos clínicos, especialmente en el campo de la oncohematología. Asimismo, para los profesionales sanitarios, representan también una oportunidad de desarrollo profesional, adquiriendo formación complementaria a la habitual y reputación y prestigio académico.
Por todo esto, nuestro Servicio lleva más de una década trabajando en este campo. Desde que se puso en marcha la unidad de investigación clínica en Hematología de la Fundación Jiménez Díaz más de 500 pacientes procedentes de muchos lugares del país han sido valorados y participado en ensayos clínicos en todas las fases del desarrollo. Hemos tenido oportunidad de tratar pacientes con linfomas, mieloma múltiple y leucemias agudas y crónicas, ver cómo varios fármacos llegaban a comercializarse y compartir nuestro trabajo con médicos en formación de otros muchos hospitales.
Afortunadamente la oncohematología está viviendo un momento de gran desarrollo y avance, generando grandes esperanzas y expectativas para pacientes, familiares y profesionales. Pequeñas moléculas orales, nuevas inmunoterapias, la terapia celular y combinaciones de tratamientos muy eficaces están cambiando por completo el panorama de estas patologías.
Por todo esto creemos sobran motivos para conmemorar un año más el Día del Ensayo Clínico. Felicidades y gracias a todos lo que lo hacen posible.
Dr. Sergio Ramos Cillán
Unidad de Linfomas y Ensayos Clínicos
Servicio de Hematología y Hemoterapia
Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz Madrid
Las plaquetas son como los bomberos de tu sistema circulatorio: pequeñas, rápidas y siempre listas para actuar cuando hay una emergencia. Se producen en la médula ósea a partir de células precursoras llamadas megacariocitos, y aunque son pequeñas, su trabajo es muy importante.
Cuando se daña un vaso sanguíneo -por un corte, un golpe o incluso una lesión que puede pasar desapercibida- las plaquetas acuden al lugar, se adhieren a la zona afectada y liberan sustancias que ayudan a que más plaquetas lleguen al sitio y se "agreguen". Así, en condiciones normales forman un coágulo que detiene el sangrado. Este coágulo posteriormente se refuerza con fibrina, una proteína que actúa como red para mantenerlo firme mientras el tejido dañado se repara.
Sin embargo, las plaquetas tienen aún más funciones: además de ayudar a detener las hemorragias, también colaboran en mantener en buen estado la pared de los vasos sanguíneos y en la regeneración de tejidos. También sabemos que juegan un papel importante en el sistema inmune y en la defensa frente a ciertos tumores.
¿Qué pasa cuando las plaquetas están fuera de su rango?
El número normal de plaquetas en sangre suele estar entre 150.000/µl y 450.000/µl. Si están por debajo o por encima de estas cifras, es posible que esté ocurriendo algo en nuestro organismo. Podemos salir de dudas fácilmente realizando un análisis de sangre llamado hemograma, que nos da información de las diferentes células sanguíneas: leucocitos, glóbulos rojos y plaquetas.
Hay casos en los que las plaquetas parecen estar disminuidas, pero no es real. Esto ocurre cuando reaccionan con el anticoagulante del tubo de extracción, agrupándose artificialmente. A esto se le llama pseudotrombocitopenia, y se detecta fácilmente al examinar una extensión de sangre al microscopio.
¿Qué síntomas pueden indicar que hay un problema con las plaquetas?
Muchas personas con alteraciones en las plaquetas no notan nada. Sin embargo, existen ciertas señales de alarma que conviene conocer. Los siguientes síntomas podrían indicar un problema relacionado con las plaquetas:
Estos síntomas no siempre indican que exista un problema relacionado directamente con las plaquetas, aunque es recomendable comentarlos con tu médico de atención primaria o tu hematólogo por si considera necesario realizar un análisis de sangre.
¿Qué significa tener las plaquetas bajas? (trombocitopenia)
La trombocitopenia es la disminución de plaquetas en sangre por debajo de los valores normales. Cuando hay pocas plaquetas, el riesgo de sangrado aumenta. Si bajan de 50.000/µl, y especialmente por debajo de 10.000/µl, pueden producirse sangrados espontáneos.
¿Por qué pueden bajar las plaquetas?
Las causas más comunes son:
Identificar la causa que provoca la trombocitopenia es clave para tratarla de forma adecuada.
¿Y si tengo las plaquetas altas? (trombocitosis)
La trombocitosis es el aumento de plaquetas en sangre por encima de los valores normales. Cuando el número de plaquetas está aumentado, también puede haber problemas, especialmente en enfermedades que se asocian a un aumento de la formación de coágulos sanguíneos. Esto puede provocar trombosis, dolores de cabeza, mareos o incluso infartos.
Principales causas:
En resumen:
Las plaquetas son células pequeñas, pero "poderosas". Más allá de su papel en la coagulación, son un reflejo de nuestra salud general. Tenerlas demasiado bajas o demasiado altas puede alertar sobre la existencia de enfermedades que van desde una infección leve hasta un problema más serio. La realización de un hemograma y el análisis de una extensión de sangre por un hematólogo es de gran utilidad para orientar el diagnóstico.
Si notas síntomas como sangrados anormales, moretones sin causa aparente, fatiga inexplicable, consulta con tu médico, quien te indicará las pruebas adecuadas para tu caso. Cuidar de tus plaquetas es cuidar de tu salud.
Dr. Fabio Andrés Torres Saavedra.
Residente de segundo año del Servicio de Hematología y Hemoterapia
Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz
¿Qué son los anticoagulantes y los antiagregantes?
Los anticoagulantes y antiagregantes son dos tipos de medicamentos que ayudan a prevenir problemas graves relacionados con los coágulos sanguíneos, esos "tapones" que nuestro cuerpo crea y que, si se alojan en una vena o arteria, pueden bloquear su flujo normal. Ambos medicamentos están diseñados para evitar la formación de "coágulos anormales" que pongan en peligro la vida. Por ello, en conjunto, se les llama "fármacos antitrombóticos", si bien actúan sobre distintas partes del proceso de coagulación.
¿Cómo se forman los coágulos en el cuerpo?
La coagulación es un proceso natural que nuestro cuerpo utiliza para detener el sangrado cuando sufrimos una herida. Este proceso tiene tres componentes principales: las plaquetas/los vasos sanguíneos, la cascada de coagulación y el sistema fibrinolítico.
Todo este sistema está cuidadosamente equilibrado para que los coágulos se formen únicamente cuando son necesarios y se disuelvan cuando ya no lo son. Sin embargo, a veces este equilibrio falla.
¿Qué sucede cuando se forman coágulos donde no deberían?
La aparición de coágulos dentro de vasos sanguíneos, pueden bloquear el flujo de la sangre. Esto puede provocar problemas graves como: una trombosis, cuando un coágulo obstruye una vena o arteria; o una embolia, cuando el coágulo formado se desprende, viaja por el torrente sanguíneo y bloquea el flujo sanguíneo en otro lugar.
Ambos tratamientos son fundamentales para prevenir y tratar problemas relacionados con la formación de coágulos en vasos sanguíneos aparentemente sanos, y la elección de uno u otro depende del problema específico y de la recomendación médica.
¿Cómo funcionan los anticoagulantes y antiagregantes?
El tratamiento anticoagulante se centra en la cascada de coagulación, ese proceso en cadena que produce fibrina para reforzar "el tapón plaquetario inicial". Su objetivo es interferir esta cascada en diferentes puntos (según el tipo de anticoagulante) para evitar que se formen coágulos anormales. Esto puede lograrse de dos formas principales:
Los anticoagulantes son especialmente útiles en problemas relacionados con las venas, como la trombosis venosa profunda (coágulos en las venas de las piernas) o en condiciones como la fibrilación auricular, donde hay un alto riesgo de que se formen coágulos en el corazón y estos viajen al cerebro o a otras partes del cuerpo.
El tratamiento antiagregante, en cambio, actúa sobre las plaquetas, esas pequeñas células que forman el "tapón hemostático inicial" cuando hay una lesión en un vaso sanguíneo. Los antiagregantes, evitan que las plaquetas se activen y se adhieran unas a otras, lo que es especialmente importante en las arterias. ¿Por qué? Porque en las arterias los coágulos suelen formarse por la ruptura de placas de colesterol (ateromas) que se acumulan en las paredes de los vasos. Cuando una placa se rompe, las plaquetas tienden a agruparse, formando un coágulo que puede bloquear el flujo sanguíneo. Este mecanismo está detrás de problemas graves como los infartos de miocardio ("ataques al corazón") o los accidentes cerebrovasculares (infartos cerebrales). Los medicamentos antiagregantes, como la aspirina o el clopidogrel, se utilizan egantes para reducir este riesgo.
En resumen, ambos grupos de medicamentos antitrombóticos tienen el mismo objetivo: evitar problemas causados por los coágulos de la sangre, si bien actúan en puntos diferentes del sistema de la coagulación sanguínea. Los antiagregantes, como se ha comentado, actúan en las etapas iniciales, evitando que las plaquetas se adhieran a la pared vascular. Los anticoagulantes, sin embargo, interfieren en la cascada de coagulación, bloqueando el desarrollo de coágulos más grandes. Esto les permite ser más efectivos en la prevención de problemas graves relacionados con coágulos en las venas o en el corazón, como es el caso de la trombosis venosa profunda, la embolia pulmonar o los ictus relacionados con fibrilación auricular.
Estos tratamientos son muy efectivos, si bien deben usarse bajo supervisión médica, ya que afectan procesos clave de nuestro organismo y pueden aumentar el riesgo de sangrados si no se dosifican correctamente. Por eso, es esencial seguir siempre las indicaciones de su médico y acudir a las revisiones periódicas. ¡Cuidar nuestra salud circulatoria puede salvar vidas!
Elena Vega Romero
Residente de tercer año del Servicio de Hematología y Hemoterapia
Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz
Septiembre es el mes de la concienciación sobre el cáncer hematológico. El objetivo es visibilizar estas enfermedades para que el diagnóstico sea cada vez más precoz y poder así lograr mejores resultados. Los diferentes registros sitúan los tumores de la sangre entre el tercer y cuarto lugar por número de casos y se estima que en 2025 se diagnosticarán 25.770 casos de neoplasias hematológicas en España (aproximadamente 56 casos por 100.000 habitantes/año).
Aunque en general se habla de "células madre sanguíneas", estos progenitores rápidamente adquieren rasgos diferenciales hacia dos grandes estirpes celulares, la mieloide y la linfoide. Ambas ramas pueden "enfermar" y degenerar hacia proliferaciones malignas que presentan cursos clínicos y pronósticos muy heterogéneos. El objetivo de esta entrada del blog es dar a conocer en mayor profundidad las principales neoplasias hematológicas.
Comenzando por la patología mieloide, cabe mencionar tres grandes grupos de enfermedades; las que cursan con proliferación rápida de células muy inmaduras, destacando la leucemia mieloblástica aguda; aquellas que se caracterizan por una producción de células de la sangre imperfectas o disfuncionantes, englobados dentro de los síndromes mielodisplásicos;y finalmente las que cursan con la proliferación más lenta pero crónica de algunas células sanguíneas, las denominadas neoplasias mieloproliferativas crónicas.
La patología linfoide se clasifica en cierto modo de una forma similar; diferenciando por una parte las leucemias agudas y crónicas y por otro los linfomas (tumores de los ganglios linfáticos) y las gammapatías, destacando el mieloma múltiple.
Del total de nuevos diagnósticos, aproximadamente el 70% son neoplasias linfoides, destacando el linfoma B de células grandes y el mieloma múltiple.
Como decíamos al principio, la forma de presentación, el abordaje terapéutico y el pronóstico de todas estas entidades es muy diverso. En esta ocasión hablaremos de las dos más frecuentes.
El linfoma difuso de células grandes B es el tipo más frecuente (casi 7.000 nuevos casos al año en España) y por su naturaleza agresiva requiere tratamiento siempre. Su incidencia aumenta con la edad (séptima década de la vida) y en más de la mitad de los casos se diagnostica en estadios avanzados, afectando ganglios de diferentes zonas del cuerpo e incluso localizaciones extranodales (tubo digestivo, médula ósea…). Para su diagnóstico es imprescindible una biopsia de algún ganglio afecto y aproximadamente el 40% de los pacientes presentan síntomas "B" al diagnóstico (fiebre, sudoración, pérdida involuntaria de peso). Su abordaje inicial se basa en la inmuno-quimioterapia, adaptada siempre al estado funcional del paciente. El pronóstico va a depender de la biología de la enfermedad, el grado de afectación del cuerpo por el linfoma y el estado general del paciente. La supervivencia global a los 5 años del diagnóstico oscila entre el 60 y el 90% según los diferentes factores pronósticos. Grandes avances se han producido en los últimos años para el tratamiento de las recaídas en el campo de la inmunoterapia y la terapia celular.
Por su parte, el mieloma múltiple es una enfermedad de la médula ósea que suele aparecer a partir de los 65 años, aunque también en personas de menor edad. En este caso, el "fallo" que da lugar a la enfermedad se produce en las células encargadas de producir las inmunoglobulinas que nos ayudan a luchar contra las infecciones. Cuando estas células plasmáticas enferman, además de proliferar y disminuir la generación de las células "normales" de la sangre, liberan sólo un tipo de anticuerpo conocido como paraproteína, capaz de dañar otros órganos como el riñón.
Aunque algunos pacientes se diagnostican de manera fortuita, no es infrecuente que los pacientes consulten por dolor óseo, especialmente de la columna vertebral, cansancio o infecciones recurrentes. El pronóstico de los pacientes de mieloma varía en función de su edad, la presencia de determinadas alteraciones genéticas, la afectación renal y, sobre todo, de si responden al tratamiento.
En el caso del mieloma múltiple el abordaje estándar se basa en la inmunoterapia. Combinaciones de fármacos con diferentes mecanismos de acción que buscan eliminar las células plasmáticas de la médula ósea. El tratamiento del mieloma, al menos hasta ahora, se plantea de forma indefinida, aunque pasando por etapas de diferente intensidad. Se combinan fármacos orales, subcutáneos e intravenosos que han mejorado de forma muy sustancial el pronóstico de estos pacientes, habiéndose duplicado la esperanza de vida de los pacientes con mieloma múltiple en los últimos años.
Afortunadamente se están produciendo grandes avances en el diagnóstico y tratamiento de todas estas enfermedades. Cada vez somos capaces de ofrecer a nuestros pacientes diagnósticos más precisos y precoces, basados en la biología del tumor y que nos permiten desarrollar y ofrecer terapias adaptadas y personalizadas, en la mayoría de casos más eficaces y menos tóxicas.
Dr. Sergio Ramos Cillán.
Especialista del Servicio de Hematología y Hemoterapia
Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz
En el interior de nuestro organismo disponemos de multitud de líneas de defensa que, de forma silenciosa, aguardan pacientemente para actuar en el momento preciso y protegernos de las diferentes amenazas a las que nos enfrentamos a diario. Al igual que previamente nos adentramos en el mundo de los eosinófilos, nuestro protagonista hoy no es otro que el mastocito, otro tipo de célula muy relacionada con ellos y probablemente igual o incluso más desconocida, aunque también muy importante en el mantenimiento del sistema inmune.
¿Qué son los mastocitos?
Los mastocitos, también conocidos como "células cebadas", son células que se encuentran en diferentes tejidos y que forman parte de los granulocitos, una subdivisión a su vez de los leucocitos o glóbulos blancos, los ejércitos defensivos del cuerpo. Aunque se asemejan a los basófilos (otro tipo de leucocito que por lo general se encuentra en niveles muy bajos en sangre), son células diferentes que comparten funciones comunes, y que habitualmente no circulan entre diferentes tejidos.
El término "mastocito", a diferencia de muchos otros que empleamos en medicina, no tiene su origen en lenguas clásicas como el latín o el griego, sino que proviene del alemán. Los mastocitos fueron descubiertos a finales del siglo XIX por Paul Ehrlich (que años después sería Nobel de Medicina en relación con su invención de la tinción de Gram para reconocer a algunos microorganismos y el hallar tratamiento para la sífilis, pero en palabras del propio Michael Ende, "eso es otra historia y deberá ser contada en otro momento"). Mientras examinaba muestras histológicas al microscopio le llamó la atención que estas células presentaran un citoplasma lleno de gránulos de gran tamaño, que interpretó que debían de provenir de repetidos procesos de fagocitosis (que es el procedimiento por el cual algunas células "engullen" a otras, así como ciertos desechos, para posteriormente eliminarlas).
De ahí derivó el término "célula cebada" (es decir, células que habrían "comido mucho") o "Mastzelle". Hoy, no obstante, sabemos que esos gránulos no son el resultado de procesos de fagocitosis, sino que poseen componentes como la heparina o la histamina que regulan diferentes funciones fisiológicas.
¿En qué funciones participan?
Los mastocitos juegan un importante papel en las reacciones inflamatorias del organismo. Es importante recalcar en este punto que la inflamación no es algo patológico o perjudicial per se, sino que cuando hablamos de "inflamación" nos estamos refiriendo a un conjunto de reacciones, inespecíficas en gran parte, a través de las cuales nuestro cuerpo reacciona a agresiones internas o externas, puedan ser infecciones, traumatismos o cuadros de origen más complejo como lo son las enfermedades tumorales o las reacciones autoinmunes. Es por tanto un proceso necesario para nuestra supervivencia, que se puede convertir en patológico cuando se cronifica o si se presenta en intensidades elevadas.
La activación del mastocito libera diferentes "mediadores", sustancias que almacena y que van a intervenir en la cascada inflamatoria, participando así en diferentes ámbitos como son la cicatrización de las heridas, la angiogénesis (o creación de vasos sanguíneos) o la defensa contra patógenos. Es, sin embargo, su relación con las reacciones inmunes de hipersensibilidad, en concreto las de tipo anafiláctico (definimos la anafilaxia como una reacción alérgica exagerada o desmedida en la que el contacto con una sustancia contra la que uno se encuentra previamente sensibilizado afecta al menos a dos sistemas diferentes del cuerpo y que puede amenazar la vida) la que se encuentra mejor estudiada.
Cuando una persona entra en contacto con un alérgeno (sustancias capaces de inducir una reacción alérgica), lo más habitual es que no exista una reacción secundaria a este y simplemente se elimine. Sin embargo, en los pacientes alérgicos, con cierta predisposición innata a reaccionar frente a alérgenos, este estímulo lleva al reconocimiento y a la activación de algunos linfocitos B que producen a su vez anticuerpos de tipo inmunoglobulina E, que se unen a la superficie de mastocitos y eosinófilos. Estas células se quedan latentes, induciendo su activación en la siguiente ocasión en la que se tiene contacto con la mencionada sustancia y dando lugar a las reacciones que determinan la alergia.
Observamos así como, siendo células necesarias para llevar a cabo funciones vitales, una activación excesiva del mastocito puede ser perjudicial.
¿Cuáles son los niveles normales de mastocitos en sangre? No los encuentro revisando los últimos análisis que me he hecho. ¿Se determinan de forma rutinaria en una analítica convencional?
La respuesta más breve a esta pregunta sería plantear que los niveles normales de mastocitos en sangre se aproximarían a cero. Recordando lo descrito previamente, los mastocitos son células tisulares, residentes en diferentes tejidos generalmente del ámbito conectivo, que no se suelen encontrar circulando por la sangre de manera fisiológica. En el caso de que quisiéramos explorar su presencia en sangre, precisaríamos de técnicas mucho más específicas como es el estudio inmunofenotípico por citometría de flujo (que, a grandes rasgos, estudia la expresión de proteínas que actúan como marcadores en la membrana de las células) para poder detectarlas de forma circulante, o de la realización de biopsias para poder demostrar su existencia en algún tejido.
La determinación que se puede realizar cuando sospechamos que los mastocitos pueden encontrarse alterados es la triptasa sérica. La triptasa es una proteína que se encuentra en mayor proporción en los gránulos secretores de los mastocitos y si bien no es específica de ellos (se encuentra también en las células de Clara en los pulmones, participando en reacciones virales como en los cuadros de gripe) sí que resulta muy sugestiva de su afectación cuando se encuentra elevada.
Niveles por encima de lo normal de triptasa son esperables si se determinan en el momento de una reacción anafiláctica (siendo un dato importante hasta el punto de condicionar la necesidad de portar adrenalina como tratamiento de emergencia en pacientes con tipos de alergia raras como las urticarias colinérgicas, por ejercicio o "a frigore" -alergia al frío, algo poco frecuente-), pero si los encontramos elevados de forma basal pueden orientarnos a un trastorno primario de los mastocitos.
¿Pueden dar lugar a enfermedades? ¿Qué es la mastocitosis?
Como ocurre con la práctica totalidad de las células del organismo, cuando estas se alteran pueden dar lugar a situaciones patológicas, de enfermedad. Conocemos como mastocitosis a un grupo de enfermedades raras por su baja frecuencia (en torno a un caso por 10.000 habitantes) en las que su característica común es que la médula ósea, fábrica de todas las células de la sangre (y de algunas que generalmente no circulan por ella, como los mastocitos) produce una mayor cantidad de mastocitos de los que debería, presentando estos características anormales y acumulándose en diferentes zonas del cuerpo. La causa de este trastorno, sin estar del todo definida, suele radicar en mutaciones activadoras en un gen conocido como KIT y que ocasiona una activación constante de receptores en la membrana del mastocito, facilitando su activación e incrementando su supervivencia.
¿Hay diferentes tipos de mastocitosis?
Clásicamente se ha hecho referencia a unas dos formas de presentarse este grupo de enfermedades: cutánea o sistémica. La mastocitosis cutánea es probablemente la forma más frecuente y típica en niños, en la que la piel suele ser el único órgano afectado presentando lesiones que van del color rojizo-violáceo al marrón y que suelen picar de forma coincidente con la liberación de otro mediador de los mastocitos conocido como histamina. Algo muy característico de este grupo de enfermedades es un fenómeno conocido como "signo de Darier", que consiste en que la fricción de estas lesiones ocasiona la aparición de un habón o roncha por la estimulación de los mastocitos.
La mastocitosis sistémica constituye una forma más generalizada de la enfermedad y menos frecuente (en torno al 10-15% del total de los casos), en la que se suele encontrar afectación de la médula ósea, el hígado, el bazo o el tracto gastrointestinal. En ella encontramos síntomas derivados de la activación de los mastocitos de forma anormal y ante estímulos muy diversos, siendo pacientes con múltiples cuadros de anafilaxia a lo largo de su vida y con alérgenos diferentes (alimentos, fármacos y picaduras de himenópteros como principales). Otros síntomas se encuentran más relacionados con la propia infiltración por mastocitos de los diferentes órganos mencionados como son las citopenias o reducción de células sanguíneas circulantes, los cuadros de malabsorción digestiva, la disfunción hepática o la aparición de fracturas óseas. Estos síntomas son mucho menos habituales y generalmente suelen asociarse a formas más agresivas de la enfermedad, que incluso pueden asociar carácter maligno, como es la leucemia mastocítica, entidad increíblemente infrecuente.
¿Cómo se diagnostica? ¿Existe tratamiento curativo?
El diagnóstico de las formas cutáneas, como ya se ha comentado, suele ocurrir en niños y cuando presentan síntomas compatibles y elevación de triptasa suele evitarse la realización de una biopsia cutánea o medular. El tratamiento suele ser sintomático con antihistamínicos y hasta un 50% de los casos pueden presentar resolución espontánea en el transcurso a la edad adulta.
Las formas sistémicas son más complejas, y precisan de un estudio más detallado por parte de un servicio de hematología. Cuando existe dicha sospecha por la clínica que presenta el paciente junto con la elevación de triptasa en sangre, suele ser necesario realizar una biopsia de médula ósea para valorar la presencia de mastocitos, utilizando métodos de tinción específicos (CD117/c-Kit), así como la existencia o no de mutaciones típicas. Disponemos igualmente de diferentes puntuaciones o escalas que nos ayudan a realizar el diagnóstico de forma integrada.
El tratamiento en estas ocasiones implica desde el uso de fármacos que estabilizan a los mastocitos intentando evitar su activación como otros más enfocados a los síntomas alérgicos que aparecen. No obstante, probablemente uno de los puntos más importantes en el cuidado de estos pacientes sea evitar situaciones que favorezcan por sí mismas la activación de los mastocitos, como los cambios bruscos de temperatura, cirugías, roces intensos con la piel o factores emocionales como la ansiedad o el estrés.
El manejo de este tipo de enfermedades suele realizarse desde unidades especializadas en las que se realiza un abordaje multidisciplinar que precisa de diferentes especialistas médicos (hematólogos, alergólogos, anatomopatólogos...).
Dr. Gonzalo Castellanos
Servicio de Hematología y Hemoterapia
Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz
Información divulgativa sobre los problemas de coagulación, prevención, diagnóstico, tipología, tratamientos y problemas asociados.
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