La multitarea se consolida como una forma de evasión emocional en una sociedad que valora la productividad constante

En la actualidad, vivimos inmersos en una cultura que valora la productividad constante. Los días se llenan de tareas, notificaciones y estímulos que nos mantienen en un estado de actividad permanente. Así, cada vez son más las personas que necesitan mantenerse ocupadas para no enfrentarse a lo que sienten, según alerta María del Carmen de Loma-Ossorio, psicóloga del del Centro Médico Quirónsalud Jaén. La hiperactividad cotidiana, alimentada por una cultura que premia el rendimiento, se ha convertido en una forma silenciosa de evitar el contacto con el propio mundo emocional.
La psicóloga explica que, bajo la apariencia de eficiencia, la multitarea, conocida como multitasking, suele ocultar una dificultad más profunda, la incapacidad de detenerse. Cuando el ritmo baja, emergen emociones que el ruido diario consigue mantener a distancia (cansancio, tristeza, frustración, soledad o vacío), y que muchas personas prefieren no mirar de frente. La prisa, en estos casos, actúa como un refugio emocional involuntario.
Esta huida puede generar, a corto plazo, una sensación de control o alivio, pero su coste a largo plazo es significativo. Mantener al organismo en un estado de alerta continuo deriva en agotamiento, desconexión interna e incluso un incremento de la ansiedad. "El cuerpo y la mente no pueden sostener indefinidamente esa tensión", señala Loma-Ossorio.
La psicóloga insiste en que el descanso no es un privilegio ni una renuncia a la productividad, sino una necesidad fisiológica y psicológica. Parar permite que el sistema nervioso se regule, que las emociones se asienten y que los pensamientos se organicen. "Detenerse es un acto de escucha; es el momento en el que podemos observar lo que sentimos y tomar decisiones más conscientes", añade.
Comprender qué emociones aparecen cuando disminuye la velocidad resulta clave para romper este patrón. En muchas ocasiones, detrás de la necesidad de no parar emergen creencias arraigadas como "si no hago, no valgo", y temores relacionados con la vulnerabilidad o la pérdida de control. Revisar estas ideas forma parte del proceso terapéutico hacia una vida más equilibrada.
En un entorno que destaca el hacer por encima del ser, incorporar la pausa se convierte en un gesto de autocuidado y, a su manera, de resistencia. Loma-Ossorio subraya que la verdadera fortaleza no reside en avanzar sin descanso, "sino en atreverse a frenar, mirar hacia dentro y permitir que el silencio revele aquello que la prisa oculta".
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