Quirónsalud
Blog del Sº de Cirugía Oral y Maxilofacial & Unidad de Odontología y Periodoncia Hospitalaria. Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo
Dr. Javier Arias Gallo
Sí, sí, el expresidente. Ese mismo.
Muchas veces nos encontramos en situaciones, o vivimos experiencias, en principio menores, pero que por algún motivo se quedan rondando en alguna esquina de nuestra mente, y no nos abandonan. Son cosas sin importancia, que siguen dando vueltas en nuestra cabeza. A lo mejor es un rasgo obsesivo, que me pasa a mí y a los que son como yo, o a lo mejor es una parte normal de la búsqueda de sentido de las cosas.
En mi caso, ocurrió hace ya muchos meses, y fue algo que dijo Felipe González durante una entrevista que le hizo Jordi Évole en televisión. De esa entrevista recuerdo vagamente algo relacionado con "el señor X", o con que no salió ese tema a colación, o quizá recuerdo alguna reacción en la prensa y en twitter (ahora, curiosamente, también se llama X). La memoria es así, al menos la mía. El asunto es que hay una cosa que recuerdo nítidamente, y que al menos, una vez por semana (no diariamente, hay que dejar hueco para pensar en el imperio romano), rememoro. Y es esto: Felipe González se quejaba de lo extraño que le resultaba relacionarse con personas desconocidas. Normalmente se trataba de personas que, a través de conocidos mutuos, manifestaban insistentemente el deseo de conocer al expresidente del gobierno. Pues bien, Felipe González se asombraba y se quejaba de que, una vez habían por fin sido presentados, su interlocutor se dedicaba, no a intentar conocerle a él, sino a contarle su vida (y a veces, milagros). Ni siquiera recuerdo la cara que puso Jordi Évole entonces, ni qué le contestó. El resto de entrevista, tanto antes como después, quedo para mí completamente en el olvido. Esa queja de primer mundo, ese problema de relación humana tan banal, a mí me daba vueltas en la cabeza. Felipe González se quejaba, con cierto amargor, de que la gente sólo quería contar su vida. No le interesaban los avatares, aventuras y circunstancias de todo un expresidente del gobierno. Iban a lo suyo. Yo no le acababa de encontrar encaje a todo esto.
Fue hace unas semanas, mientras leía distraídamente la caja de cereales del desayuno, cuando de repente me di cuenta de algo: esa situación, de personas que quieren contactar con uno, para luego no querer saber nada de su vida, me es muy familiar: me pasa todos los días en la consulta, con los pacientes. El paciente coge una cita conmigo, sale de su casa, llega al hospital, se sienta en la sala de espera, a veces bastante tiempo, y por fin, cuando entra en la consulta, cuenta su historia. A mí no me preguntan ni qué tal. Van directos al grano. ¿No es eso raro también? Ya que el paciente va a ponerse en manos del médico (literalmente, en el caso de los cirujanos), ¿no sería buena idea que el paciente hablara con el médico para conocerle mejor?, ¿que le preguntara por sus gustos, por sus aficiones, por sus frustraciones?, ¿que se interesara por si está cansado, por si está triste, o enfadado?
¿Se imaginan? Entrar en la consulta a interesarte por el médico. Sería absurdo. Y, de hecho, es un poco absurdo. Nunca se me ocurrió que la ausencia de interés por mí supusiera algún atributo particular al paciente (egoísta, de pocas miras, centrado en sí mismo de un modo anormal). De hecho, resulta un signo de confianza en mí como persona (al fin y al cabo, algunos vienen recomendados por otros pacientes, otros me han mirado y remirado en internet, así que, en cierto modo, ya me conocen). Así que Felipe González no debe preocuparse, extrañarse ni ofenderse: precisamente las personas que se acercan a él lo hacen porque ya le conocen, porque saben su trayectoria y saben de su vida, y ahora lo que quieren es que todo un expresidente sepa de la suya. Y es que, ¿no es mucho más valioso escuchar a los demás, en vez de volver una y otra vez a contar las cosas de uno? ¿para contar las cosas de uno, cuando uno ha sido un personaje público, no están las autobiografías?
Tengo que decir que sí hay algunos pacientes que me preguntan por mis cosas, que genuinamente me preguntan por mí, por mis hijos, por cómo me encuentro, por mis vacaciones. Son pacientes con los que ya tengo una cierta confianza, a los que he acompañado durante años. Ha sido un acompañamiento, poco en la salud, y algo más en la enfermedad, que siempre se convierte, en cierto modo, en un acompañamiento mutuo. No pasa nada. El secreto es saber dónde está uno, no traspasar ciertos límites, y mantenerse en un lugar profesional.
Mantenerse en ese lugar profesional supone a veces no decir toda la verdad: no hace falta contar toooda la verdad en esta vida. El don de la telepatía sería sin duda la mayor maldición que podría caer en nuestro mundo. Los pacientes que preguntan por mí tampoco esperan que les cuente si tengo reflujo gastroesofágico, hambre o cefalea tensional, o ganas de largarme y dejar la consulta empantanada. No quieren que les cuente que la semana anterior he tenido una cirugía que no ha resultado según lo previsto, y no quieren saber si a veces dudo. Preguntan porque son personas que me conocen, y que quieren demostrar su empatía e interés. Pero no esperan respuestas sinceras. Son más listos que eso.
Quizá los interlocutores del expresidente quieren preguntarle por su vida, por lo que piensa y lo que siente. A lo mejor algunos también son muy empáticos, y de hecho le preguntan por sus cosas. No obstante, mi teoría es que son lo bastante listos, como mis pacientes, para no esperar una respuesta sincera. ¿Alguien puede imaginar a un expresidente de gobierno contando la verdad? Así, que, ¿para qué preguntar?
Una de las actividades que hago como médico es la docencia a estudiantes de medicina. No soy ni mucho menos profesor a tiempo completo. Doy las clases de una asignatura transversal de sexto llamada "Habilidades quirúrgicas", e imparto algunas clases dentro de la asignatura de otorrinolaringología. Por algún motivo, que sería largo de explicar y difícil de hacer entender, nuestra especialidad no tiene una asignatura específica en los planes de estudios. Pero ese es otro melón que no voy a abrir en este post.
Dar clases supone entre otras muchas cosas asistir, como espectador a la vez que como participante, al desarrollo del pensamiento médico en los alumnos. Es una forma de pensar que se va desarrollando con los años. Cada profesión tiene la suya. En cada profesión se agudizan unas cualidades y se atemperan otras. La nuestra tiene, como no puede ser de otra manera, una importante parte memorística, a la que se une cierta dosis detectivesca, más el necesario impulso a hacer las cosas (la procrastinación, el dejar las cosas para otro día, no suele tener cabida en nuestra profesión, más que impuesta por la lista de espera, de la que somos los médicos también un poquito víctimas, como lo son, mucho más gravemente, los pacientes).
Esa formación médica progresiva, yo la veo asimilable a la construcción de un edificio moderno, complicado, con sus cimientos, sus diferentes plantas con distintas funciones, lleno de tuberías, cables, aislamientos, cristales, pasillos, ascensores… en fin, un lío a poco que uno lo piense un poco. Nuestra función como profesores es diferente en los cursos preclínicos de primero a tercero, mucho más centrados en los cimientos: biología, bioquímica, estadística, embriología, anatomía, fisiología y farmacología son algunas (hay más) de las asignaturas que conforman los pilares sobre los que luego se va a construir el resto. Los cimientos, literal y figuradamente. En los cursos clínicos, de cuarto a sexto, se empiezan a poner las plantas superiores, con las conexiones básicas: los ascensores, el agua, la electricidad, el internet. Para cuando termina la formación en la facultad de medicina, el médico recién formado tiene una idea general bastante buena de las diferentes plantas, de cómo se va de una a otra, de cómo funcionan los grifos, y ya se van poniendo algún mobiliario. Luego llega el MIR. Creo que no tengo ni que explicar en qué consiste. La metáfora que me salta a la cabeza es que en durante la residencia el médico amuebla fenomenalmente su piso. En fin, no me invento la metáfora, "amueblar la cabeza" es una expresión muy adecuada a lo que se consigue con la educación formal, en colegio, instituto, universidad o formación profesional.
La verdad es que ya desde el primer momento, mientras mete los muebles ya está haciendo las primeras reformas del piso recién entregado. Y no sólo tiene que amueblar muy bien su piso… tiene que estar muy pendiente de sus vecinos de rellano, los médicos de especialidades afines, y de escalera. Tiene que saber qué muebles trae el vecino, qué escombros saca, porque a veces conviene comprar sus propios muebles en la misma tienda. De vez en cuando hay que echar un ojo a la puerta de la calle o por la ventana, por si algún mueble digamos de informática, o de ingeniería, o de biología, o de Historia, le pueda ser útil.
Bueno, yo soy muy de metáforas, y la de amueblar la cabeza da para mucho. Y esta metáfora me sirve para explicar lo que siento cuando un paciente, que no es médico, viene a la consulta con muchos datos sobre sus síntomas, o incluso sobre la enfermedad que tiene, o que cree tener… o que teme tener. La verdad es que no es algo que ocurra en el día a día, pero digamos que una vez cada dos semanas algún paciente tiene ese perfil. Sabe mucho de sus síntomas, sabe mucho de la enfermedad. Pero mucho, mucho. Es más frecuente que sean los padres del paciente, un niño, los que vengan con tantísima información. Al fin y al cabo, por un hijo somos capaces de hacer mucho más que por nosotros mismos
¿Y cómo encaja este paciente en mi metáfora mobiliaria? El paciente me trae un cuarto de baño, un cuarto de baño perfecto, con unos azulejos impolutos, con una grifería nueva a estrenar, con los suelos brillantes y con una ducha espectacular. A veces mi propio cuarto de baño es algo peor. Las toallas mojadas y alguna tirada por el suelo, unos pelos en la ducha, un grifo que gotea… Pero el cuarto de baño del paciente en sí suele tener fallos cuando uno se fija bien. Más bien parece un decorado. La puerta no va a ningún sitio. No tiene ventanas ni ventilación, y de los grifos no sale agua. Y mejor, porque los sumideros no funcionan. Traducido a la realidad, la información que trae el paciente puede ser fantástica. Pero le falta algo. Le falta el contexto. Las conexiones con el resto de la medicina. Eso no quiere decir que la información que trae el paciente sea inútil. Al contrario. Es muy valiosa, porque a partir de ella podemos enriquecer el cuadro conectando lo que nos trae el paciente con el resto de los conocimientos médicos. Además, si no somos demasiado soberbios, sabremos valorar la información nueva que nos pueda traer el paciente, y podremos encajar con cierta elegancia la cruda realidad de que en internet hay más información médica que la que tenemos los médicos en la cabeza. En mi experiencia, los pacientes agradecen la sinceridad. Agradecen que yo reconozca que desconocía algún dato, síndrome o nuevo tratamiento de alguna enfermedad quizá poco frecuente, o de la que yo tenga poca experiencia. Estoy seguro de que asumen que me puedo poner al día… mirando en internet.
No es difícil que los médicos nos pongamos al día (aunque, como Aquiles y la tortuga, nunca llegamos a ponernos al día al 100%, para cuando nos hemos puesto al día, ya es el día anterior…). Al fin y al cabo, y rematando la metáfora: tenemos los mejores proveedores de muebles, y compramos al por mayor (vamos directamente a las revistas médicas; los buscadores de revistas médicas son fabulosos). Además, una vez comprado el mueble…. ¡sabemos dónde ponerlo!
Las enfermedades de la cara y al cuello son extraordinariamente importantes por afectar a zonas del cuerpo críticas en el día a día de todo ser humano. Comer, masticar, respirar sin dificultad, dormir y descansar, e incluso sonreír son actividades que damos por supuestas pero que pueden verse afectadas gravemente tras traumatismos, tumores, infecciones o por enfermedades congénitas. El cirujano maxilofacial es el especialista central en estas enfermedades. Tanto el punto de vista médico, como el quirúrgico, como la repercusión social y personal de la patología de la cabeza y cuello son importantes para atender y cuidar apropiadamente a nuestros pacientes. Sin olvidar, claro está, a los odontoestomatólogos, periodoncistas, ortodoncistas y odontopediatras con los que trabajamos en estas tareas. En este blog describimos situaciones clínicas, informamos sobre tratamientos, y reflexionamos sobre lo que significa ser médico y cirujano maxilofacial en estos tiempos de cambio y avance continuo. Todo el equipo del Servicio de Cirugía Maxilofacial estaremos encantados de atenderte.
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