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Blog del Sº de Cirugía Oral y Maxilofacial & Unidad de Odontología y Periodoncia Hospitalaria. Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo

  • Sobre una cosa que dijo Felipe González

    Dr. Javier Arias Gallo

    Sí, sí, el expresidente. Ese mismo.

    Muchas veces nos encontramos en situaciones, o vivimos experiencias, en principio menores, pero que por algún motivo se quedan rondando en alguna esquina de nuestra mente, y no nos abandonan. Son cosas sin importancia, que siguen dando vueltas en nuestra cabeza. A lo mejor es un rasgo obsesivo, que me pasa a mí y a los que son como yo, o a lo mejor es una parte normal de la búsqueda de sentido de las cosas.

    En mi caso, ocurrió hace ya muchos meses, y fue algo que dijo Felipe González durante una entrevista que le hizo Jordi Évole en televisión. De esa entrevista recuerdo vagamente algo relacionado con "el señor X", o con que no salió ese tema a colación, o quizá recuerdo alguna reacción en la prensa y en twitter (ahora, curiosamente, también se llama X). La memoria es así, al menos la mía. El asunto es que hay una cosa que recuerdo nítidamente, y que al menos, una vez por semana (no diariamente, hay que dejar hueco para pensar en el imperio romano), rememoro. Y es esto: Felipe González se quejaba de lo extraño que le resultaba relacionarse con personas desconocidas. Normalmente se trataba de personas que, a través de conocidos mutuos, manifestaban insistentemente el deseo de conocer al expresidente del gobierno. Pues bien, Felipe González se asombraba y se quejaba de que, una vez habían por fin sido presentados, su interlocutor se dedicaba, no a intentar conocerle a él, sino a contarle su vida (y a veces, milagros). Ni siquiera recuerdo la cara que puso Jordi Évole entonces, ni qué le contestó. El resto de entrevista, tanto antes como después, quedo para mí completamente en el olvido. Esa queja de primer mundo, ese problema de relación humana tan banal, a mí me daba vueltas en la cabeza. Felipe González se quejaba, con cierto amargor, de que la gente sólo quería contar su vida. No le interesaban los avatares, aventuras y circunstancias de todo un expresidente del gobierno. Iban a lo suyo. Yo no le acababa de encontrar encaje a todo esto.

    Sobre una cosa que dijo Felipe GonzálezSobre una cosa que dijo Felipe GonzálezFue hace unas semanas, mientras leía distraídamente la caja de cereales del desayuno, cuando de repente me di cuenta de algo: esa situación, de personas que quieren contactar con uno, para luego no querer saber nada de su vida, me es muy familiar: me pasa todos los días en la consulta, con los pacientes. El paciente coge una cita conmigo, sale de su casa, llega al hospital, se sienta en la sala de espera, a veces bastante tiempo, y por fin, cuando entra en la consulta, cuenta su historia. A mí no me preguntan ni qué tal. Van directos al grano. ¿No es eso raro también? Ya que el paciente va a ponerse en manos del médico (literalmente, en el caso de los cirujanos), ¿no sería buena idea que el paciente hablara con el médico para conocerle mejor?, ¿que le preguntara por sus gustos, por sus aficiones, por sus frustraciones?, ¿que se interesara por si está cansado, por si está triste, o enfadado?

    ¿Se imaginan? Entrar en la consulta a interesarte por el médico. Sería absurdo. Y, de hecho, es un poco absurdo. Nunca se me ocurrió que la ausencia de interés por mí supusiera algún atributo particular al paciente (egoísta, de pocas miras, centrado en sí mismo de un modo anormal). De hecho, resulta un signo de confianza en mí como persona (al fin y al cabo, algunos vienen recomendados por otros pacientes, otros me han mirado y remirado en internet, así que, en cierto modo, ya me conocen). Así que Felipe González no debe preocuparse, extrañarse ni ofenderse: precisamente las personas que se acercan a él lo hacen porque ya le conocen, porque saben su trayectoria y saben de su vida, y ahora lo que quieren es que todo un expresidente sepa de la suya. Y es que, ¿no es mucho más valioso escuchar a los demás, en vez de volver una y otra vez a contar las cosas de uno? ¿para contar las cosas de uno, cuando uno ha sido un personaje público, no están las autobiografías?

    Tengo que decir que sí hay algunos pacientes que me preguntan por mis cosas, que genuinamente me preguntan por mí, por mis hijos, por cómo me encuentro, por mis vacaciones. Son pacientes con los que ya tengo una cierta confianza, a los que he acompañado durante años. Ha sido un acompañamiento, poco en la salud, y algo más en la enfermedad, que siempre se convierte, en cierto modo, en un acompañamiento mutuo. No pasa nada. El secreto es saber dónde está uno, no traspasar ciertos límites, y mantenerse en un lugar profesional.

    Mantenerse en ese lugar profesional supone a veces no decir toda la verdad: no hace falta contar toooda la verdad en esta vida. El don de la telepatía sería sin duda la mayor maldición que podría caer en nuestro mundo. Los pacientes que preguntan por mí tampoco esperan que les cuente si tengo reflujo gastroesofágico, hambre o cefalea tensional, o ganas de largarme y dejar la consulta empantanada. No quieren que les cuente que la semana anterior he tenido una cirugía que no ha resultado según lo previsto, y no quieren saber si a veces dudo. Preguntan porque son personas que me conocen, y que quieren demostrar su empatía e interés. Pero no esperan respuestas sinceras. Son más listos que eso.

    Quizá los interlocutores del expresidente quieren preguntarle por su vida, por lo que piensa y lo que siente. A lo mejor algunos también son muy empáticos, y de hecho le preguntan por sus cosas. No obstante, mi teoría es que son lo bastante listos, como mis pacientes, para no esperar una respuesta sincera. ¿Alguien puede imaginar a un expresidente de gobierno contando la verdad? Así, que, ¿para qué preguntar?

  • Los cirujanos no debemos reducirnos a ser la “FP” de la medicina

    (Nota sobre la FP: saben hacer las cosas, son personas prácticas, dinámicas, que resuelven las situaciones). Y, no, no debemos ser solo eso. Pero llegaré a eso tras un par de párrafos introductorios:

    GettyImages-1401954728GettyImages-1401954728Hace unas semanas, mis compañeros del Hospital La Paz y yo impartimos la edición 25 de nuestro curso de microcirugía y colgajos microvasculares en rata. Se trata de un curso intensivo, de una semana de duración, para iniciar a los residentes y especialistas de cirugía en los entresijos de la microcirugía vascular (hacer anastomosis -empalmes- vasculares en vasos de muy pequeño calibre, para lo cual hace falta un microscopio quirúrgico, el pulso templado, calma y unas nociones que damos nosotros). Son técnicas muy importantes para nosotros, porque son la base de la cirugía reconstructiva, en la que tejidos de otra parte del cuerpo son trasplantados al área del defecto quirúrgico, y deben mantener tanto su irrigación arterial como su drenaje venoso. Es fantástico ver cómo, en solo una semana, los alumnos pasan de no saber usar el microscopio quirúrgico a poder hacer cirugías muy elaboradas. Por desgracia, siguen haciendo falta animales de experimentación para estas técnicas, porque aún no se han logrado materiales no vivos que respondan como un tejido vivo, y permitan una simulación quirúrgica de alto nivel, apta para luego dar el salto a trabajar en humanos con seguridad. Pero no es eso lo que quería traer aquí. Es otra cosa:

    Resulta que además de las prácticas, que suponen el 90% del curso, también impartimos unos seminarios sobre aspectos más teóricos de la cirugía reconstructiva. Uno de ellos trata sobre la fisiología de las anastomosis vasculares, y más específicamente, sobre los fármacos que evitar la trombosis de esos minúsculos vasos que empalmamos. A partir de ahí, se decide qué medicación debe protocolizarse para evitar el fracaso de nuestros injertos de cirugía reconstructiva.

    Pues bien, resulta que no hay un protocolo único y válido de fármacos para evitar las trombosis. Ni dos ni tres. De hecho, lo que parece evidente es que lo más importante es una técnica impecable, y que ningún protocolo farmacológico va a suplir un fallo técnico.

    Eso no significa que no hay que dar medicaciones. Significa que cada paciente, en función de sus características personales (edad, patologías asociadas, localización del defecto, historia personal de otras enfermedades en el pasado), va a necesitar una medicación u otra, a diferentes dosis.

    Pero, claro, eso no está protocolizado. No puede estarlo. Son demasiadas variables. Necesita el juicio clínico, médico. Y aquí retomo el título de este texto: después del curso del que hablaba al principio, damos al alumno una encuesta para que evalúe nuestras clases y seminarios. Pues bien, para este seminario hubo una diferencia radical de opiniones: para unos, fue la peor clase de todo el curso…. Para algunos otros, la mejor.

    Asumiendo que quizá no soy el mejor profesor del mundo (aunque no tuve quejas por otras clases que impartí en el mismo curso), creo que en parte la explicación puede deberse a que cada cirujano tiene un concepto diferente sobre su tarea: quizá algunos cirujanos creen que deben centrarse en la parte manual de la profesión: la técnica quirúrgica. Para lo demás, unos buenos protocolos que indiquen qué hacer y cuándo hacer serán lo necesario para un buen tratamiento del paciente. Sin embargo, yo le dediqué una buena parte de mi seminario a explicar los conceptos modernos de la fisiología de las plaquetas y de la coagulación sanguínea. Apenas dediqué unos escasos minutos al final, para contar los diferentes protocolos farmacológicos. Y probablemente, para esos cirujanos tanta fisiología pudo resultar "cosa muy teórico". Son los "médicos de Formación profesional". Y seguramente esos cirujanos son los que me pusieron mala nota. Nunca lo sabré, las encuestas eran anónimas.

    Otros alumnos del curso me pusieron buena nota en esa clase. Creo que apreciaron que, en nuestra profesión como cirujanos, debemos ser unos excelentes médicos de Formación profesional, que sepamos "hacer" cosas. Pero, además, necesitamos "saber" cosas, que vayan más allá de la técnica. Aunque no las veamos ni con microscopio, tenemos que saber qué hacen las plaquetas. Y cuanto más sepamos, mejor.

    Las cosas nunca son blancas o negras, pero creo que los cirujanos, de un modo implícito o explícito, diferenciamos cuándo debemos "saber", y cuando debemos "hacer". Como en una receta culinaria, lo importante no son los ingredientes, sino las proporciones. Cada cirujano tiene su receta, y por eso la cirugía tiene tanta parte de "arte" como de "ciencia".

  • ¿Por qué los libros de Rinoplastia son siempre los más gordos? ¿Y qué tiene que ver el ajedrez con esto?

    Soy especialista en Cirugía Oral y Maxilofacial, con especial dedicación a la rinoplastia y a la cirugía ósea facial. El área anatómica que cubre mi especialidad es una de las más complejas del organismo (con permiso de la transcavidad de los epiplones y el córtex entorrinal del lóbulo temporal, queridos colegas de otras especialidades…). Dada la gran inervación sensitiva y motora de la cabeza y el cuello, las enfermedades de nuestra zona tienen una gran variedad de síntomas y signos. La necesidad de respetar las complejas estructuras de la región durante los procedimientos quirúrgicos es uno de los grandes retos de la cirugía.

    Y como escribo este post el 2 de enero, a la espera de los regalos de los Reyes Magos, y ya habiendo hecho una visita relámpago Papá Noel, he pensado en hacer un pequeño juego mental: comparar la cirugía de la nariz con un juego de mesa o de tablero.

    RinoplastiaRinoplastia

    Pero, por favor, que no cunda el pánico. Es sólo un juego navideño. Que además me sirve para explicar el título de este post: ¿Por qué, de todos los libros de cirugía que pueblan-invaden mi librería médica, los de rinoplastia son siempre los más gruesos, y muchos van en dos tomos como dos ladrillos?

    Hay muchos tipos juegos de mesa. En la película clásica Juegos de Guerra (1983 según Wikipedia) hay un programa informático autónomo que, por circunstancias que le pueden pasar a cualquiera, decide lanzar una guerra nuclear total. Lo que hacía interesante la película es que ese programa era el que decidía cuándo disparar los misiles nucleares de EEUU. Para el programa era todo sólo un juego más, y, de hecho, estaba entrenado para jugar a diversos juegos. La única forma de pararlo fue ponerle a jugar al 3 en raya, y que él mismo viera que es un juego aburrido, en el que, si ambos jugadores juegan bien, siempre acaba en empate; luego le pusieron a jugar a todas las combinaciones posibles de guerra nuclear total, y como no había manera de ganar, se aburrió también. El guiño final viene cuando el programa le propone a su programador jugar a algo más divertido. Le propone jugar al ajedrez.

    Pues bien, ahora es cuando entro en materia argumental: el ajedrez no dudo que es el deporte ciencia y blablá, pero no sirve como metáfora para comparar la cirugía con los juegos de mesa. ¿Por qué? Pues porque… es demasiado simple, en cierto sentido.

    Que siga sin cundir el pánico. Paciencia hasta el final.

    El ajedrez es complicado durante la partida, pero la colocación de las piezas y lo que se puede hacer con ellas es muy simple, y siempre es igual. Las primeras 5-10 jugadas entre jugadores de cierto nivel son siempre predecibles. Luego la cosa se lía, pero, lo siento, no me sirve de metáfora para la cirugía de rinoplastia.

    Papá Noel me trajo un juego que se llama "AgrícolaÒ" Se ve que había oído de mis veleidades vegetarianas, pero no se había enterado de que hay una parte importante de ganadería en el juego. En fin…

    Jugando estos días al "agrícola" me he dado cuenta de que sí sirve como metáfora adecuada para la cirugía de rinoplastia, y me va a permitir explicar por qué nuestros libros sobre rinoplastia son tan gordos. Tanto la mecánica del juego, como lo que uno tiene al principio de cada partida, así como los beneficios que uno va obteniendo a lo largo del juego, van cambiando en cada una de las partidas. Hay decenas de cartas (se reparten 14 cartas a cada jugador), de tres categorías, que modulan lo que cada uno de los jugadores, con una granja vacía a la que hacer prosperar, puede o no puede hacer. El objetivo del juego es conseguir una casa más grande y de mejor calidad, unos sembrados productivos y unos cercados para los diferentes tipos de animales. El que suma más puntos por cada uno de esos ítems, gana. El juego está pensado de tal manera que se necesita mejorar en todos los ámbitos, porque penaliza la falta de variedad de animales, los monocultivos, las parcelas vacías y las casas pequeñas.

    Y la rinoplastia, ¿qué? Pues cuando un paciente entra en el quirófano, resulta que las piezas no están como en el ajedrez, todas colocaditas iguales. Hemos podido hacer bien el trabajo previo, tocando la piel, palpando la estructura, sintiendo la rigidez de las diferentes estructuras, evaluando la respiración nasal con todas nuestras herramientas, incluso con un TC para afinar en la anatomía nasal. Hemos hecho todo, y con eso tenemos ya unas poquitas cartas, que nos dan una idea inicial de cómo se puede desarrollar la partida. Una partida que será única, porque cada nariz es literalmente única, a no ser que se operen dos gemelos univitelinos. Según va avanzando la cirugía, vamos descubriendo cosas nuevas (estos ligamentos piriformes que no aguantan, estos cartílagos alares son más blandos de lo que parecía). Nos van dando más cartas, con distintas posibilidades y limitaciones. En unos minutos tenemos un "agrícola" con unas 200 "cartas", algunas de las cuales ponen bien clarito para qué sirven, en otras está un poco borroso el contenido, otras no las hemos visto nunca. El desarrollo de la cirugía más allá de la incisión en la piel y el vestíbulo nasal es completamente diferente dependiendo de las necesidades concretas. No tenemos diez jugadas iniciales estándar. Si acaso, dos… Y hay que ir tomando decisiones desde el primer minuto: ¿para qué? Para tener más puntos. ¿Pero, puntos de qué? De estética, de función, de simetría, de visión frontal, de visión lateral, de visión medio-lateral, de visión desde abajo…. Como en el "agrícola", no vale el monocultivo: no valen muchos "puntos" de estética frontal si luego no respira por un lado de la nariz, o la simetría de los orificios nasales se resiente.

    Las instrucciones para el "Agrícola" son 11 páginas tamaño folio, con dibujitos incluidos. Algunos números de páginas de libros de nariz de mi biblioteca, un poco al azar: Çakir (420 páginas), Tebbets (650), Daniel (900, antiguo y otro de 450 del año 2018), Dallas (1200 en dos tomos), Sheen (1450 en dos tomos).

    Entonces, ¿dónde está el parecido aquí con un juego de 11 páginas de instrucciones? Aun así, lo hay: las instrucciones del juego son como las primeras 30-50 páginas del libro, donde se repasa la evaluación general del paciente, la anatomía general, etc. Cosas como: "no opere a un paciente que no se contente con algo diferente a la perfección"; esas cosas vienen ahí. Y el resto de los cientos de páginas, ¿ahí qué pone? Pues es casi todo contar pautas de estrategia para hacer crecer equilibradamente nuestra "granja", así como muchos resúmenes de "partidas individuales", que nosotros llamamos "casos clínicos".

    Las metáforas pueden llevarse hasta cierto punto, pero no podemos estirar el chicle indefinidamente (otra metáfora). Este post pretende dar una idea precisamente de que la cirugía de rinoplastia no es un juego, sino un conjunto de maniobras complejas, con implicaciones serias. Las herramientas de modificación 3D, que a nosotros nos sirven para planificar los casos y para que el paciente se haga una idea de qué tipo de resultado puede razonablemente esperar, esas sí son un juego. Un juego útil, como los juegos de los niños son útiles para su desarrollo mental. Pero en cuanto el paciente entra al quirófano, dejamos de jugar y nos ponemos a trabajar.

    Pues aquí termino. Espero haberos convencido de que los parecidos están en todas partes, o al menos, demostraros que, a diferencia de los refranes, un huevo y una castaña sí se parecen; y las narices y comer trigo también tienen que ver; y del día y la noche se pueden sacar similitudes también.


  • Oppenheimer y sus amigos científicos, la recompensa al esfuerzo y la mejora en las técnicas quirúrgicas

    Nuestros padres nos lo han dicho siempre: todas las cosas en la vida cuestan trabajo. No hay nada gratis. Si uno quiere algún beneficio, primero se tiene que esforzar. Pasa mucho en medicina. Para perder kilos hace falta hacer régimen; para estar guapo hay que pasar por los médicos estéticos; para lucir unos buenos músculos, uno tiene que machacarse en el gimnasio (ahí hablo de oídas). Cuando uno tiene una enfermedad, sobre todo si es de cierta gravedad, puede requerir una intervención quirúrgica o algún tratamiento que temporalmente puede debilitar al cuerpo. Con las adicciones pasa lo mismo: el proceso de superarlas es difícil y siempre lleva consigo sufrimiento. Muchas veces nuestra búsqueda de la salud, de la belleza, o directamente, de la perfección, requiere aceptar que vamos a pasar por un proceso durante el cual vamos a estar peor temporalmente, para finalmente estar mejor. Curados, si teníamos un proceso tumoral, más sanos si dejamos de fumar, más guapos, si se trata de una cirugía estética, o incluso más sanos y más guapos, si perdemos peso y nos ponemos en forma.

    OppenheimerOppenheimer

    Todos queremos estar más sanos, más guapos, más ágiles, sentirnos más joven. Lo que no nos gusta es hacer el esfuerzo adicional que supone. Y aquí es donde entra Oppenheimer.

    Bueno, habría podido poner a otro de los muchos científicos que contribuyeron al descubrimiento de la mecánica cuántica, esas leyes intuitivamente absurdas que rigen el comportamiento de los átomos y de las partículas que los componen. Esos comportamientos raros, como que la luz pueda ser a la vez una onda que se propaga en el vacío a 300.000 km/s, y al mismo tiempo, ser una partícula sólida; o que el estado de salud del gato de Schrodinger sólo se decida cuando alguien abre su jaula (la del gato, digo). En fin, no soy un experto en el tema, pero para las dudas, además de Google ahora contamos con el chat GPT, que puede explicar muy bien todos estos conceptos en cuanto se lo pregunten, con el nivel de profundidad que desee. Pregunte usted y verá.

    Una de esas leyes es el efecto túnel. Oppenheimer fue uno de los que propuso su existencia. De hecho, le pregunté al chat GPT y esto es lo que me dijo:

    "Claro, puedo explicarte el efecto túnel de manera sencilla:

    El efecto túnel es un fenómeno en la mecánica cuántica que ocurre cuando una partícula, como un electrón, "atraviesa" una barrera que clásicamente sería impenetrable.

    Imagina una pelota que se aproxima a una colina muy alta. En la física clásica, necesitaría suficiente energía para superar la colina y llegar al otro lado. Pero en la mecánica cuántica, la pelota tiene una pequeña probabilidad de "tunelar" a través de la colina, incluso si no tiene la energía suficiente para superarla.

    Este fenómeno se debe a las propiedades ondulatorias de las partículas cuánticas, y es fundamental en dispositivos electrónicos, como los microchips, donde los electrones pueden tunelar a través de barreras a escalas microscópicas, permitiendo el funcionamiento de estos dispositivos. En resumen, el efecto túnel desafía nuestra intuición clásica sobre barreras físicas y es un pilar de la mecánica cuántica".

    Qué bonito sería tener un efecto túnel en la salud. La pelota del ejemplo seríamos cualquiera de nosotros, que queremos llegar al siguiente valle, donde está la salud, sin tener que subir por la colina.

    Por desgracia la mecánica cuántica no se aplica a los objetos macroscópicos. No nos queda otra solución más que subir la colina: pasar por la consulta del médico, sufrir pruebas diagnósticas, pasar por un quirófano, recibir tratamientos médicos… son todo colinas, algunas más altas, otras más bajas, por las que tenemos que pasar.

    ¿No hay otra solución, estamos condenados a sufrir para mejorar? ¿Como dice el lema americano: "No pain, no gain"? ¿No hay atajos?

    La evolución de la cirugía es, en este sentido, la búsqueda incesante de colinas menos empinadas, incluso de túneles en las montañas. El refinamiento de las técnicas permite hacer posible lo que antes era imposible, y fácil lo que antes era tremendamente difícil. Un ejemplo: la cirugía ortognática, la que se utiliza para resolver las discrepancias de tamaño y posición entre los maxilares, que provocan alteraciones masticatorias, respiratorias y alteran la armonía facial. Cuando yo era residente, era una cirugía de 7 horas de duración, que requería estancia en UCI, transfusiones, sonda nasogástrica, una semana de estancia hospitalaria y un mes de boca cerrada con alambres, con analgésicos a altas dosis, muchas veces, derivados de la morfina. Eso es, a todas luces, una cordillera de la categoría de los Pirineos. Actualmente hacemos la cirugía en 3-4 horas, el paciente va directamente a la planta de hospitalización normal, sin sonda nasogástrica, y en 1-3 días está en su casa, con la boca abierta, medicado con analgésicos convencionales y sin que haya sido necesaria ninguna transfusión de sangre. Así que la hemos convertido en los montes de Toledo.

    ¿Significa eso que el camino es llano? Pues no, sigue habiendo colinas, y a veces surge algún accidente imprevisto y hay que tomar otra ruta. Cada uno de los implicados en la relación médico-paciente (básicamente, el médico y el paciente), tienen un papel: el médico debe transmitir al paciente, con sinceridad, y sin ligereza ni dramatismos, el tipo de terreno por el que va a transitar. La tarea del paciente es no olvidar que, grande o pequeña, siempre hay una colina. Puede estar sólo en el postoperatorio inmediato, o puede ser una pequeña cordillera, con subidas y bajadas, que dure meses.

    ¿Y algo más? Pues sí, la colaboración de la familia y de todo el equipo de profesionales (médicos, enfermería, auxiliares, celadores, administrativos) es crucial para subir las cuestas.

    Oppenheimer se basó en la mecánica cuántica para fabricar la bomba atómica; nosotros más bien preferimos inspirarnos en aquella para propósitos más benignos (desconfíe si le dicen que tal médico es la bomba…).

  • El post que no quería escribir, que me resistía a escribir…y que finalmente escribo

    Me he resistido a escribir este post. Ya tenía la idea desde hacía unas semanas.

    Pero me he resistido. ¿por qué? Pues porque en uno o dos días el post se iba a aquedar anticuado. ¡¡¡Cielos!!! ¿Anticuado en uno o dos días? ¿Es que va a haber un avance médico huracanado que a esa velocidad va a arrasar con lo que iba a escribir?

    Pues no, no quería escribir sobre ningún avance médico. No voy a describir ningún método de diagnóstico o tratamiento que mañana por la tarde el chatGPT o alguno de sus herederos dejen anticuado, o Skynet irrelevante. En realidad, voy a proponer un pequeño retroceso. Cuando digo retroceso, no me refiero a que volvamos a las cataplasmas y las sangrías y las sanguijuelas (aunque tanto las sangrías como las sanguijuelas siguen teniendo, querido lector-barra-a, sus indicaciones en el abanico de terapias útiles). Iba a abrir un paréntesis sobre el paréntesis, para indicar que he puesto abanico en vez de arsenal, porque las metáforas guerreras en la medicina siempre me han chirriado.

    En fin, se nota que en realidad estoy haciendo tiempo para no escribir de lo que quería, o más bien no quería, escribir desde el principio.

    ¿Cuál es el retroceso que propongo? Sólo querría dar marcha atrás unos añitos. No me refiero a meterme en un DeLorean tuneado y volver a los años 50 como Marty McFly. Los 50 en España no fueron como revivirlos. Pero me vuelvo a desviar. Tres años y dos meses es lo que quiero retroceder, si esto les da una pista del asunto.

    Tampoco es ninguna locura: en el resto de los ámbitos de la vida, hemos vuelto: vamos por la calle tranquilamente, entramos en el supermercado, en el centro comercial, en el transporte público, en el Templo de la Vida Moderna (el bar, para entendernos); y hacemos todo eso tal y como hacíamos hace 3 años y dos meses.

    mascarillamascarilla

    Pero en los hospitales, centros sanitarios, farmacias y centros sociosanitarios, seguimos anclados en el …. presente. Somos la aldea gala que resiste ahora y siempre al influjo de la vida de alrededor. Nos resistimos a volver al pasado. Para entendernos…. Seguimos con la norma que hace obligatorias las mascarillas, tanto a los trabajadores como a los pacientes.

    Por si esto lo lee un habitante de un planeta que orbite Alfa Centauri y no entiende bien el asunto: un paciente tiene que ir al hospital; por ejemplo, a nuestra consulta de maxilofacial. Así que (de la misma manera que el médico), se mete en el metro o en el autobús (como su médico), sin mascarilla, se toma un café en el bar de la esquina (como su médico), sin mascarilla, entra en la consulta, poniéndose la mascarilla que tenía guardada en el bolsillo de la chaqueta desde hace dos meses (el médico al menos se pone una nueva por lo menos todos los días). El paciente se sienta en la sala de espera con su mascarilla llena de lamparones y pelitos sueltos indicativos de solera y eficacia filtradora, y por fin entra en la consulta del médico, que después de hacerle la entrevista enmascarados ambos, le pide que se la quite para poder explorarle el interior de la cavidad oral. Del dentista ya ni hablamos, porque la situación es aún más cómica, si no fuera lamentable.

    ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién va a quitar la norma de las mascarillas? Reconozco que es más fácil poner una medicación crónica que quitarla. Todos los médicos tenemos experiencia con el típico paciente polimedicado, que toma varias pastillas sólo para paliar los efectos adversos de otras medicinas, que a su vez una vez un médico suplente le puso antes de que se mudara con su hija y su yerno y cambiara de médico de atención primaria, el cual, si un día tiene tiempo para meterle mano al arsenal (este sí) de medicación, va a intentar ordenar el desbarajuste (bueno, ya, si eso, para la siguiente visita, que hay muchos pacientes en la sala de espera).

    Poner la norma de la mascarilla obligatoria supuso un reto en su momento, aunque sólo fuera porque no había mascarillas suficientes. Como en un mal sueño, se me desdibujan los tiempos, los motivos y la secuencia de acontecimientos, desde aquel lejano marzo de 2020, que nos ha traído a este momento absurdo en el que entramos y salimos de todas partes, nos aglomeramos como si no hubiera un mañana (cierto, quizá no lo haya, pero ese es otro asunto), nos tosemos unos a otros con toda la alegría y energía que como latinos y mediterráneos ponemos a las cosas… pero al llegar a la consulta del médico, allá que vamos con la mascarilla calada hasta las pestañas.

    Llevo casi treinta años de profesión como cirujano, y tengo, como se entenderá, cierta costumbre en el uso de mascarillas, en periodos prolongados, sin problema. Es bastante comprensible que nos pongamos la mascarilla para evitar contaminar con nuestras bacterias el campo operatorio. También nos las poníamos en los pacientes que requerían aislamiento respiratorio (tuberculosis y otras infecciones respiratorias, inmunosuprimidos por diferentes causas). Pero cuando pasamos consulta es otra cosa: estamos hablando con un paciente, tenemos una interacción humana muy intensa, y la mascarilla nos quita una buena cantidad de comunicación no verbal. Yo como médico pierdo muchos matices de lo que el paciente me cuenta, y el paciente también pierde mucho detalle de lo que yo le quiero o no le quiero, pero debería transmitir, o el paciente debería tener derecho a percibir. Varias veces un paciente ha roto a llorar, sin previo aviso desde mi perspectiva, porque no he sabido captar a tiempo las señales premonitorias. Y seguro que muchos pacientes habrán salido de mi consulta sin entender cabalmente lo que quería explicarles, o pensando que yo era un insensible cretino.

    Estoy seguro de que los epidemiólogos que siguen recomendando la obligatoriedad de las mascarillas en los centros sanitarios tienen miles de datos irrefutables sobre los centenares de vidas que esa norma salva todos los días. Bueno, quizá no tienen tantos, tantos datos. Quizá tienen algunos. Bueno, quizá estén extrapolando los beneficios de la norma cuando hay una altísima incidencia y mortalidad del COVID, con hospitales colapsados, a una situación como la de ahora, de baja incidencia, baja mortalidad y escaso impacto en los hospitales. Quizá. De lo que sí estoy seguro es de que no quiero ser un personaje de Asterix y Obelix, en la aldea gala yendo en sentido contrario al resto de la sociedad. Ni siquiera, aunque a cambio tuviera acceso a su pócima de superfuerza. Yo, como en el viejo chiste, pido al Señor que me dé paciencia, porque si me da fuerza

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Sobre este blog

Las enfermedades de la cara y al cuello son extraordinariamente importantes por afectar a zonas del cuerpo críticas en el día a día de todo ser humano. Comer, masticar, respirar sin dificultad, dormir y descansar, e incluso sonreír son actividades que damos por supuestas pero que pueden verse afectadas gravemente tras traumatismos, tumores, infecciones o por enfermedades congénitas. El cirujano maxilofacial es el especialista central en estas enfermedades. Tanto el punto de vista médico, como el quirúrgico, como la repercusión social y personal de la patología de la cabeza y cuello son importantes para atender y cuidar apropiadamente a nuestros pacientes. Sin olvidar, claro está, a los odontoestomatólogos, periodoncistas, ortodoncistas y odontopediatras con los que trabajamos en estas tareas. En este blog describimos situaciones clínicas, informamos sobre tratamientos, y reflexionamos sobre lo que significa ser médico y cirujano maxilofacial en estos tiempos de cambio y avance continuo. Todo el equipo del Servicio de Cirugía Maxilofacial estaremos encantados de atenderte.

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