Quirónsalud
Blog del Sº de Cirugía Oral y Maxilofacial & Unidad de Odontología y Periodoncia Hospitalaria. Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo
Dres. Javier Arias y Manuel Chamorro
Pues sí, acabamos de cumplir tres años siendo los responsables del servicio de Cirugía Oral y Maxilofacial y Odontología Hospitalaria del complejo hospitalario Ruber Juan Bravo.
Tres años parecen poco, o mucho, según la perspectiva.
En mayo de 2016 comenzamos cuatro cirujanos maxilofaciales: los Dres. Manuel Chamorro, jefe del servicio, y Javier Arias, que firmamos este texto del blog, Gastón Demaría y Antonio López Davis. Con nosotros estaban el Dr. Margarit como odontólogo especialista en rehabilitación de implantes, y el Dr. Lorente como periodoncista. Nuestra enfermera Lorena Alcalde y nuestra auxiliar Viara Valentinova completaban el cuadro profesional.
Los primeros meses fueron frenéticos de puertas adentro, para poner a punto un servicio, que, si bien contaba con instalaciones puestas ya años atrás, en realidad comenzaba desde cero. Una de las ventajas de estar en la Ruber es que se trata de un hospital con un extraordinario prestigio, algo que tanto los profesionales como los pacientes conocen. Esa ventaja, sin embargo (como los superpoderes de Spiderman) conllevaba una gran responsabilidad. La exigencia de estar a la altura del hospital y del resto de sus servicios médicos y quirúrgicos. Desde el principio, nuestro principal objetivo ha sido dar un servicio completo en todas las áreas de la cirugía maxilofacial y la odontología.
La cirugía con láser, los implantes con cirugía guiada y carga inmediata, los nuevos tratamientos con implantes dentales personalizados, los diseños en 3D, la cirugía reconstructiva con técnicas de microcirugía, la cirugía mínimamente invasiva, son algunas de las áreas en constante evolución, y que en un hospital como el Ruber debemos manejar con soltura en beneficio de nuestros pacientes. Y eso no lo puede hacer una sola persona. Hemos necesitado un equipo, y un equipo grande, además, para tener a punto todas estos nuevos ámbitos de la cirugía maxilofacial.
Después de algunos cambios y muchas incorporaciones, actualmente el servicio se compone de siete cirujanos maxilofaciales, seis odontólogos, una técnico de laboratorio-higienista, una enfermera, tres higienistas, una auxiliar de clínica y una coordinadora de consulta. Se trata de una estructura viva, aún en crecimiento, sobre todo desde que tenemos a nuestra disposición un área específica de tratamientos con sedación.
Dar un servicio completo en todas esas áreas no es tarea fácil. La cirugía maxilofacial es una especialidad muy amplia y compleja, y ningún cirujano maxilofacial puede ser experto en todas sus facetas. La cirugía ortognática, la rehabilitación dental con implantes, la cirugía oral, la medicina oral, el dolor orofacial, la maxilofacial infantil, el tratamiento de la apnea del sueño, la cirugía oncológica, la reconstrucción de cabeza y cuello, la cirugía y medicina estética facial, la cirugía craneofacial, la microcirugía, y el tratamiento de la parálisis facial, son algunas de las áreas en la cirugía maxilofacial, en las que cada uno de los maxilofaciales podemos ser más o menos expertos. De manera que, si queremos cubrir con calidad todas las facetas, necesitamos varios cirujanos, que nos enriquezcan cada uno con sus conocimientos y habilidades específicas. Hoy ya somos siete cirujanos maxilofaciales, gracias a las incorporaciones de las Dras. Teresa González Otero y Marta Redondo Alamillos y el Dr. Alberto Candau Álvarez. Con estas incorporaciones podemos decir con confianza que podemos atender con gran calidad toda la patología maxilofacial que pueda presentar el paciente.
La odontología también es una especialidad muy amplia, que a su vez tiene varias ramas. Hemos aumentado el número de médicos dentistas (estomatólogos) y de odontólogos para tratar a cada paciente con la mayor calidad, sea cual sea la patología que presente. Nuestra periodoncista Cristina Puente, nuestra ortodoncista Laura Ballesteros, nuestro odontólogo estético y prostodoncista Julián Martínez Lozano, nuestros odontólogos restauradores y prostodoncistas José Marín y Eva López, y nuestro prostodoncista y endodoncista Luis Margarit cubren todas las necesidades de nuestros pacientes. María Teresa García Bravo se dedica a tiempo completo a preparar y ajustar las férulas de descarga de nuestros muchos pacientes con bruxismo y dolor orofacial. Nuestros odontólogos, además, deben tratar casos de mayor complejidad que la que suele presentar el paciente habitual que acude a una clínica dental no hospitalaria. Pero ser capaces de dar un tratamiento excelente en casos muy difíciles conduce a que los tratamientos más "fáciles" salgan más impecables aún si cabe.
A nuestras enfermeras Lorena Alcalde y nuestra auxiliar Viara Valentinova se han unido las higienistas Miriam Abad, Marta Lozano y Esther García Hernán. Y de la misma manera que hemos procurado con las incorporaciones de odontólogos y cirujanos, hemos buscado un equilibrio entre la juventud y la experiencia, porque sin duda ambas facetas son necesarias.
Finalmente, pero no por ello menos importante, María José Amorós es nuestra coordinadora de consultas.Resulta una figura fundamental para coordinar los tratamientos de los pacientes con los diferentes especialistas, para organizar las agendas, los profesionales, los turnos, y para llevar el día a día y participar en las decisiones estratégicas de la consulta.
Estos tres primeros años nos han dado muchas satisfacciones, algún susto, unas cuantas penas, pero, sobre todo, nos han dado muchísimo trabajo. Esperamos seguir a más y a mejor en los próximos años, trabajando mucho y bien.
Dr. Javier Arias Gallo
En los últimos años han surgido numerosas enfermedades nuevas: intolerancias a alimentos que en el pasado se han considerado la base de la alimentacion humana, efectos adversos a radiaciones electromagnéticas, desórdenes de la conducta infantil de proporciones epidémicas... incluso al calor de la aparición y popularización de la consola de juegos Wii se acuñó el término de wiitis para ciertas lesiones en el codo producidas por los movimientos del mando.
En algunos casos, estas nuevas enfermedades son el producto de un conocimiento más exacto de los mecanismos de funcionamiento del cuerpo humano. En otros casos, son el resultado de una visión algo miope sobre la variabilidad de las personas. Y en otros casos simplemente son la invención interesada para convertir en enfermos comportamientos, respuestas fisiológicas o variaciones anatómicas que en sí mismas no constituyen una enfermedad.
El síndrome de apnea hipopnea del sueño es una situación clínica caracterizada por episodios intermitentes de falta de respiración durante el sueño, que a su vez provocan reducción de la cantidad de oxígeno en la sangre, lo que a su vez ocasiona microdespertares para resolver cada uno de los episodios de falta de respiración. Las causas de este síndrome son variadas, incluidas las alteraciones cerebrales que reducen el impulso respiratorio. Pero la causa más frecuente es sin duda la obstrucción de la vía aérea. La apnea del sueño, sin embargo, no es ninguna enfermedad nueva. No es un invento del lobby médico en busca de nuevas formas de ganarse la vida. Una de sus primeras denominaciones fue el síndrome de Pickwick, aludiendo a uno de los personajes ("Joe el gordo") de la novela de Charles Dickens "Los papeles del club Pickwick". Es una condición que provoca alteraciones físicas muy importantes, como obesidad, hipoactividad, hipertensión arterial, estados de hipercoagulabilidad de la sangre, somnolencia diurna, etc, y que se traducen en muertes prematuras (por accidentes laborales y de tráfico, por infartos de miocardio, por accidentes cerebrovasculares) y en reducciones muy importantes de la calidad de vida, no sólo de los pacientes sino de las parejas de los pacientes, que tienen la desgracia de compartir habitación con ellos.
Las parejas sufren también porque la apnea del sueño es una enfermedad que tiene un síntoma muy frecuente, que en muchas personas no indica enfermedad, pero que en sí mismo es bastante molesto: el ronquido. Y este síntoma, a la vez, quizá por ser tan frecuente en la población general, ha hecho que el síndrome de apnea hipnopnea del sueño no sea a veces considerado una enfermedad seria, una enfermedad de verdad. Y de ahí a considerarlo una enfermedad imaginaria (imaginada por los médicos, y sin duda por los acompañantes en vela de nuestros pacientes) hay un paso. Muchos de nuestros pacientes han pasado ya por el médico de cabecera, por el otrorrino, por el neurólogo, por el neumólogo, y están concienciados de que algo malo les ocurre. Algunos vienen forzados por sus parejas. La mayoría, estoy seguro, no vienen al médico. No saben que tienen una enfermedad tratable. Simplemente acumulan noche tras noche de sueño no reparador, acumulan cansancio habitual como si fuera parte de ellos mismos, acumulan un sutil embotamiento del que no son conscientes. Y si alguien (¡a veces el vecino de arriba!) les dice que roncan mucho, puede que esa información pase sin modificar de uno a otro pabellón auditivo, o como mucho, provoque que no vuelvan a dirigir la palabra al portador de las noticias.....
Muchos pacientes no llegan a acudir a tiempo a la consulta. De esos pacientes sólo tenemos noticia por las muertes súbitas, los accidentes de tráfico, los infartos de miocardio o los infartos cerebrales. Otros no morirán por esta enfermedad, pero sus acompañantes nocturnos también la sufrirán. Sin embargo, los pacientes que acuden a la consulta médica, que se tratan la enfermedad, y que se curan, de repente entran en un mundo nuevo: un mundo en el que pueden estar atentos, en el que no tienen que tomar siete cafés diarios para mantenerse despiertos, en el que la siesta de dos horas no es un requisito para pasar la tarde, en que están más activos y pueden plantearse perder peso.
¿Cómo se trata la apnea del sueño? De muchas maneras. Lo más importante: tiene tratamiento; el tratamiento es eficaz. Los pacientes vuelven a una vida normal.
Dr. Javier Arias Gallo
Nos tocó estudiar el MIR en el verano de 1992. Mientras los deportistas de Barcelona sudaban la camiseta, los médicos de mi promoción sudábamos la neurona. Muchos nos sentíamos como corredores. Desde luego, de larga distancia. Y ya muy cerca de la meta. O lo que creíamos que era la meta, y era la parrilla de salida. Me encanta ese meme que dice: "¿te acuerdas de cuando querías ser mayor para hacer lo que quisieras?... ¿Cómo vas con eso?" Pero no me quiero desviar del tema: intensísimos años de estudio, prácticas en el hospital, rotaciones en los servicios clínicos, exámenes. Los tres primeros años preclínicos, en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid. Desconectada del campus principal de la universidad, quizá por ello con una vida universitaria algo limitada. Los tres últimos años, pasados casi íntegramente en el hospital. La promoción se dividía en cuatro grupos, uno para cada hospital, así que se perdía el contacto con compañeros de los primeros años.
Hace un año mi promoción celebró que han pasado 25 años, y que cumplimos las bodas de plata con nuestra profesión. Un año para hacer balance. Balance personal y balance profesional.
En este post va de momento el balance profesional general. No quiero parecer el típico personaje que sólo se mira el ombligo.
Decir que la medicina ha cambiado mucho en estos años sería una perogrullada. O quizá sería otra cosa: quizá sería….. falso. Hay pequeños cambios, desde luego: medicamentos que eran la gran novedad en 1992, ahora son fármacos genéricos (libres de la patente correspondiente), o han sido superados por opciones más eficaces, con menos efectos secundarios, y generalmente más caras. La medicina basada en la evidencia, un concepto desconocido entonces, ahora está tan implantada que empiezan a oírse voces en su contra. Porque para mejorar, siempre hay que superar lo establecido. La cirugía mínimamente invasiva y el uso intensivo de las técnicas avanzadas de imagen para planificar y llevar a cabo las intervenciones quirúrgicas han mejorado sustancialmente los resultados y la calidad de vida de nuestros pacientes. El big data ya está siendo una revolución en nuestro entendimiento de muchas enfermedades, en el seguimiento de las enfermedades crónicas, en la prevención primaria, y en el diagnóstico precoz. Los pacientes tienen cada vez más información (no sé si decir conocimiento) sobre las enfermedades, sobre la salud, sobre los hábitos perjudiciales y saludables. E, indudablemente, los médicos tienen una cantidad de conocimientos inconmensurablemente mayor que los médicos de hace 25 años. Al alcance de la mano. A un clic del ratón. Y aún así…
Y aún así, la medicina, en lo básico, no ha cambiado. Las personas que acuden al médico siguen buscando que el médico les cure. Pero también que les escuche, les atienda y les acompañe en la enfermedad. Claro que hay pacientes difíciles, que pretenden curas inmediatas (a poder ser, con una pastilla), o diagnósticos precisos a golpe de resonancia magnética. Siempre los hubo. Siempre los habrá. Por supuesto que la relación con el paciente es más complicada cuando el tiempo es limitado, cuando el médico mismo está agotado por el trabajo clínico, el trabajo administrativo, la docencia y la formación. Cuando el paciente acostumbrado a la inmediatez de la modernidad se enfrenta a los tiempos lentos de las pruebas clínicas (ni hablemos aquí de las listas de espera). Cuando hay que explicarle al paciente que su biopsia tarda 5 días en ser procesada e informada. Cuando algún paciente no entiende que la medicina no es una ciencia exacta.
Pero nada de eso importa cuando se produce el momento estelar en la vida profesional del médico. El momento para el que se ha venido preparando durante años. El momento crucial: es el momento en que entra el siguiente paciente en la consulta. En ese instante, todo vuelve a empezar. Y es que la medicina es un trabajo tan intensamente humano que resulta incluso difícil de explicar. Por poner un ejemplo: todo vale para orientarnos en el diagnóstico. Cómo entra el paciente a la consulta, sólo, acompañado, lentamente o muy rápido. Si se sienta enseguida o se queda de pie. Si empieza a contar su problema sin mediar saludo o espera a que yo le pregunte. Si se sorprende cuando le doy la mano (sí!!! Algunos se sorprenden!!!). Si va al grano con sus síntomas o comienza con el Cretácico. Si su vestimenta es adecuada o chirría. Muchos son pequeños indicios. Esta investigación de los matices es una de las cosas que permite que la medicina, si uno sabe discernirlos, nunca sea una profesión aburrida. Utilizar razonamiento heurístico, que así se llama. Atajos mentales imposibles de explicar, con los que muchas veces damos en el blanco sin saber ni cómo hemos acertado, y con los que a veces nos equivocamos estrepitosamente. Como cuando sospechas un inicio de demencia porque el paciente va despeinado. O cuando sospechas que el dolor facial esconde una patología psiquiátrica por la extraña reacción.... ¡del acompañante del paciente! O cuando crees ver una relación de pareja fracasada por una mirada de soslayo.
En 1992 nos prometían que meteríamos los síntomas del paciente en el ordenador, y saldría el diagnóstico instantáneamente. "Sistemas expertos", los llamaban. Pues eso tampoco ha llegado. La medicina sigue siendo una profesión humana. Tengo que reconocer que me resulta incómodo decir "profesión humanista". Me suena a "profesión que tiene todos los atributos de humanidad…. sin serlo". Como un servicio de atención al cliente "personalizado" (échate a temblar, será la cosa más impersonal del mundo). Es una profesión humana porque se establece un vínculo entre dos seres humanos. Por supuesto, es un vínculo diferente al de hace 25 años. Pero es que todos los seres humanos nos relacionamos de un modo diferente a como hacíamos hace 25 años. ¿Quién se pasa una hora al teléfono? ¿quién escribe cartas?
Dr. Javier Arias Gallo
El otro día fuimos toda la familia a comprar muebles de dormitorio para mi hijo mayor. Dieciséis años tiene la criatura.
No parece un inicio muy prometedor para un blog de medicina. Pero si logro que la emoción vaya in crescendo, quizá pueda corregir la previsible trayectoria de este texto hacia la papelera de reciclaje de mi ordenador. O simplemente, puede ser que, empezando desde tan abajo, todo lo que escriba sea para mejorar y el post acabe en un clímax "ostentóreo". El único modo que tiene usted de saberlo, amable lector, es seguir leyendo.
Seré breve. Un par de empujones con el pulgar a la pantalla, lo prometo.
Íbamos a comprar muebles de dormitorio. Nada excepcional. Después de hacer algo de trabajo internáutico fuimos a una tienda de mediano tamaño. Día de poco trasiego. Un vendedor (el dueño, finalmente) para nosotros solos. Qué más se podía pedir.
El vendedor, fantástico. Calibraba qué podía decir y cómo, con agudeza y soltura. Tenía una anécdota para cada situación. Estaba seguro de sí mismo y de su mercancía. En cuanto nos vio, nos caló. Como buen vendedor, nos condujo a uno de los diseños de dormitorio de precio medio. Para nosotros sería, según él, lo ideal. Según él, lo que más se vendía. El fabricante era muy de fiar, con años de experiencia, calidad en los acabados, rapidez en la entrega... Cuando estábamos en el paso final eligiendo los colores, de repente le vi una pega al diseño: la cama era demasiado alta, y con mi hijo ya hecho un roble, en cuanto se moviera un poco la estructura iba a cimbrear y a hacer ruido. La madera es lo que tiene, que cruje cuando hay mucho movimiento.
En fin, llego casi al final: el vendedor, después de un amago de salir del paso algo confuso, en el que dijo que el ruido sólo se notaría en un ambiente silencioso (debía pensar que mi hijo dormía en la trastienda de un almacén de panderetas), se dio por vencido y, en segundos, nos ofreció otro dormitorio, de otro fabricante también muy de fiar, con años de experiencia, calidad en los acabados y rapidez en la entrega.
Para terminar: salimos de la tienda habiendo encargado el dormitorio "silencioso", tan contentos. Supongo que el vendedor, también.
Y ahora viene la moraleja médica. Nosotros asomamos la cabeza por la puerta del establecimiento. El objetivo era vendernos algo. Objetivo cumplido. Nada que objetar. Las dos partes satisfechas, por el momento a la espera de recibir la mercancía. El vendedor era el "proveedor" del producto. Yo, el "usuario o cliente". Desde hace años en ciertos ambientes médicos se utiliza la jerga de "proveedor de servicios sanitarios". El paciente se convierte en un cliente. Y un cliente es alguien a quien se le vende algo.
Yo tengo una perspectiva que cubre más de 20 años de ejercicio de la profesión médica, tanto en la sanidad pública como en la sanidad privada, en medicina y cirugía "de enfermedades" y en medicina y cirugía "estética". Esta perspectiva me dice que, tanto mis compañeros más cercanos como yo mismo, y lamentando contradecir a los gestores y a los prestidigitadores de las palabras, nunca hemos visto clientes. Siempre he visto pacientes. Personas que buscan una curación para su enfermedad, una mejoría de sus síntomas, un consuelo cuando no hay cura, una manera de mejorar las cartas con las que la vida les hace jugar o simplemente una forma de pedir "¡Mus!" (ojo, estoy en plan poético para referirme a los pacientes que piden cirugía estética... cielos, ¿es que uno tiene que explicarlo todo?). Intento en lo que está en mi mano diagnosticarles, tratarles, paliarles, enbellecerles las facciones que no les gustan. Desde el momento en que entran en mi consulta, soy su médico y ellos mis pacientes. Nunca he visto un cliente. Espero seguir así muchos años más. Cuando vea al primer cliente creo que me voy a jubilar. O... ¡pondré una tienda de mueble juvenil!
Dr. Javier Arias Gallo
Objetivo: pintar entre los dos la habitación de mi hijo mayor. En dos tardes está hecho, me digo. En agosto sólo trabajo en el hospital por la mañana; entro en internet; bendito wikihow; esto está chupado.
Primera tarde: comprar material, mucho material. Unos pocos euros menos que lo que me habría costado contratar a un pintor, de todos modos.
Segunda tarde, sacar todos los muebles de la habitación. Spray de agua hirviendo con la vaporeta sobre el papel pintado. Quitar el radiador. Quitar el papel. Se desconcha la pared en algunos puntos. Luego en muchos. Lento e incómodo. Hace un poco de calor. Lo dejamos.
Tercera tarde. Emplastecer los desconchones. Gastamos la mitad por metro cuadrado de lo que dicen las instrucciones. Dejar secar. Esta tarde ha hecho algo más de calor.
Cuarta tarde. Cubrir el suelo con papel y las esquinas con cinta de carrocero. Imprimar la pared. Gastamos el doble por metro cuadrado de lo que dicen las instrucciones. Cierto que una parte está esparcido por el suelo, lo que podría explicar el derroche, pero sospecho seriamente del rodillo, mientras también miro a mi hijo de reojo. Dejar secar. Según las instrucciones había que trabajar con mascarilla, gafas de seguridad y guantes. A la media hora el sudor formaba un charco dentro de las gafas y un vaho que no me podía quitar porque tenía puestos los guantes. Ligero mareo. Algo ayudó quitarme la mascarilla.
Quinta tarde. Vista la experiencia con el imprimador, compro un segundo bote de pintura ¡fuera miserias! que se suma al que ya tenía. Me la juego, trabajo ya sin guantes, porque necesito airear las gafas de vez en cuando. Lijar la pared. Sale muchísimo polvo no sé de donde, porque lisa lo que se dice lisa la pared no queda. Aspiradora. Primera mano de pintura: mi hijo con la brocha para las esquinas y yo con el rodillo para el resto, no tenemos un criterio uniforme respecto al grosor de la capa de pintura. La pintura queda tan uniforme como nuestro criterio. De todos modos no se nota mucho con las gafas bañadas en sudor.
Sexta tarde. Sin las gafas de protección ver las paredes da un poco de grima. Me las pongo, pero me quito la camiseta. Si no, me va a dar una lipotimia subido a la escalera. Vamos con la segunda capa de pintura. Mejor lo hago yo sólo, brocha y rodillo, a ver si queda algo más igualado. No me quito las gafas para no comprobarlo. Ha saltado el imprimador en algunas partes, y deja unos grumos imposibles de quitar a estas alturas. Se acabó. Quito la cinta de carrocero y el papel del suelo. Dejar secar. Limpiar rodillo, brocha, cubo, pecho, brazos, llave inglesa, espátula, destornillador que no sé qué hacía por allí, gafas.
Séptima tarde. Y última. Vuelvo a poner el radiador. Metemos los muebles en la habitación. Me voy a la tienda a devolver el segundo bote de pintura, que no usamos. De paso compro una lámpara nueva que espero dará una luz sin sombras, que a estas alturas ya sé que son el enemigo del pintor amateur.
Calificación global de la experiencia: 6/10. Calificación de la pared: 2/10.
Toda historia que se precie, y esta no va a ser menos, debe acabar con una bonita moraleja. En mi caso, ésta llegó poco a poco, entre emplastecidos y brochazos medio a ciegas. La pintura no es mi profesión. Pero en cierto y perverso modo, resulta divertido. Hacer cosas con las manos me gusta, y mucho más si puedo hacerlo con mi hijo. Podría haber llamado a un profesional, que por un precio módico, tardando tres veces menos, habría hecho un trabajo impecable, sin desconchones ni goterones finales. Pero, como saben todos los que habitan una casa, a los pocos días los goterones ni se notan. Ni siquiera el ocasional brochazo amarillo en el techo blanco tiene importancia. Nadie mira las paredes de su casa como miraría los cuadros de un museo.
En la cirugía maxilofacial hay tantas subespecialidades que uno no puede saber todo de todo. Además, compartimos área anatómica con otros profesionales diferentes. Hace ya veinte años, cuando comencé mi práctica privada, también yo hice cosas que no llevaron a nada: raspajes periodontales, cirugía periodontal a colgajo…. Incluso alguna endodoncia. Para alguien ya habituado por formación a la gran cirugía maxilofacial, la pequeña cirugía no debería ser difícil. Pues lo era. Veinte años después, trabajo en lo que me gusta, tengo una base quirúrgica amplia de veinticinco años si cuento la residencia en el hospital público, y además he practicado variadas y numerosas intervenciones quirúrgicas literalmente cientos de veces. Pero ya no quiero hacer "cirugía ocasional" si sé que algún compañero maxilofacial, o algún colega de otra especialidad lo hace mejor que yo. No voy a pasar por todo el periplo para que luego el resultado sea goterones y desconchones. Yo lo tengo fácil: trabajo con otros cuatro cirujanos maxilofaciales, con dentistas de diferentes especialidades, y en un hospital con especialistas afines en los que confío. Prefiero no tener goterones de pintura en mi conciencia. Creo que a estas alturas, se me entiende.
Pero no nos vamos a engañar. Vivimos en un mundo muy competitivo. Competimos con otros médicos de la misma especialidad, con especialistas diferentes, y ahora también con dentistas que practican algunos procedimientos quirúrgicos. Quiero pensar que ni mis colegas ni yo no queremos hacer pasar a nuestros pacientes por la fase de desconchones y goterones. Que si tenemos un paciente con una patología con la que no nos sentimos cómodos, vamos a derivarlo a un compañero que sabemos que lo hará mejor. Pero a veces la tentación, económica, de prestigio, de curiosidad, o la simple inconsciencia desencadenan los problemas. Los goterones. Los desconchones. Los malos resultados. Y la cara se mira. Siempre se mira. Mucho más que un Botichelli en El Prado.
A los pacientes siempre se les ha encomendado dos tareas después de una intervención: seguir las indicaciones del médico y "tener buena encarnadura". Ahora tienen otra para antes de la intervención: discernir si su médico o dentista es un profesional prudente, o uno que cae en la tentación. O que se lanza a ella. No hay solución fácil. Seamos sinceros: todos todos todos (incluso yo) nos creemos profesionales intachables. Ni bajo tortura reconoceríamos lo contrario…. Bueno, si me hacen pintar toda la casa, yo a lo mejor confieso.
Las enfermedades de la cara y al cuello son extraordinariamente importantes por afectar a zonas del cuerpo críticas en el día a día de todo ser humano. Comer, masticar, respirar sin dificultad, dormir y descansar, e incluso sonreír son actividades que damos por supuestas pero que pueden verse afectadas gravemente tras traumatismos, tumores, infecciones o por enfermedades congénitas. El cirujano maxilofacial es el especialista central en estas enfermedades. Tanto el punto de vista médico, como el quirúrgico, como la repercusión social y personal de la patología de la cabeza y cuello son importantes para atender y cuidar apropiadamente a nuestros pacientes. Sin olvidar, claro está, a los odontoestomatólogos, periodoncistas, ortodoncistas y odontopediatras con los que trabajamos en estas tareas. En este blog describimos situaciones clínicas, informamos sobre tratamientos, y reflexionamos sobre lo que significa ser médico y cirujano maxilofacial en estos tiempos de cambio y avance continuo. Todo el equipo del Servicio de Cirugía Maxilofacial estaremos encantados de atenderte.
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