Quirónsalud
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Es un ligamento situado en el interior de la articulación de la rodilla, de pequeño tamaño, pero de gran importancia funcional.
Se denomina cruzado por adoptar dicha disposición en el espacio, en relación al denominado ligamento cruzado posterior (LCP), y a los ejes de la rodilla, tanto en el plano frontal como sagital o lateral.
Ambos ligamentos cruzados constituyen el pivote central de la rodilla y controlan los
desplazamientos de la tibia sobre el fémur, tanto en el sentido antero-posterior como
rotacional.
El ligamento cruzado anterior tiene la siguiente función:
• Evitar el desplazamiento hacia delante de fémur sobre la tibia.
• Estabilizar la rodilla cuando se produce la rotación de la misma.
La rotura del LCA es una lesión frecuente. Estas lesiones han aumentado de manera considerable dado el incremento de la actividad física en la sociedad actual. Esta incidencia es notablemente más alta en los deportes de contacto y los que exigen girar sobre la rodilla, como ocurre en el fútbol, baloncesto o en el esquí.
Las rodillas con un LCA dañado están predispuestas a lesiones meniscales y cartilaginosas, y a la aparición de signos degenerativos tempranos que pueden resultar irreversibles, cuya solución resulta más difícil en individuos jóvenes.
Las mujeres que practican actividades deportivas tienen entre dos y ocho veces más roturas de LCA que los hombres que practican los mismos deportes. Entre las posibles causas se han señalado: las diferencias en el ángulo Q, la morfología de la articulación de la rodilla, las dimensiones pélvicas, el entrenamiento y el estado hormonal durante el ciclo menstrual. También se ha considerado la menor protección de los músculos sobre los ligamentos de la rodilla.
En primer lugar, el traumatismo puede darse de torcedura de la rodilla, tras la cual, y durante las primeras horas, se produce dolor e inflamación.
Una punción de la rodilla con hemartrosis (sangre en la articulación) lo que supone, en el 80% de los casos, una rotura del LCA.
Para un diagnóstico efectivo es necesario realizar además de la exploración clínica, una serie de pruebas complementarias como la resonancia magnética nuclear (RMN), radiografías funcionales, etc. Esto se debe a que la exploración de un profesional experto tiene mucho más valor al ser más objetiva. Las pruebas complementarias presentan un alto índice de falsos negativos, especialmente transcurridas cuatro semanas desde el accidente.
Se recomienda de forma sistemática la cirugía de reconstrucción de LCA en pacientes por debajo de 40 años, si la lesión se acompaña de signos de inestabilidad en el momento de la exploración del paciente.
En pacientes mayores de 40 años ha de matizarse la indicación en función del grado de actividad física o de la profesión, pero siempre será el criterio del médico el que debe indicar en cada caso la cirugía, adaptando una solución concreta para cada individuo.
El criterio médico debe establecer factores predictivos que nos ayuden a determinar cuándo debe realizarse la intervención quirúrgica, tales como la edad, el nivel de actividad, el grado de osteoartritis que padece la rodilla, etc.
Si no se somete a una intervención quirúrgica, una persona activa y deportista, puede derivar en inestabilidad articular, ruptura del menisco y, por consiguiente, un deterioro en el cartílago articular.
El ligamento cruzado anterior tiene forma de cordón. Su aporte vascular externo y las fibras del ligamento roto son incapaces de repararse por sí solas.Su rotura, aislada o combinada con lesiones meniscales o de los ligamentos colaterales, produce cambios radiográficos, degenerativos entre el 60% y el 90% de los pacientes en un periodo de 10 a 15 años después de la lesión.
En personas de bajo nivel de actividad y, especialmente por encima de 40 años, se puede optar por un tratamiento conservador siempre y cuando no existan manifestaciones clínicas de inestabilidad.
El objeto del tratamiento será evitar los episodios de inestabilidad articular que puedan
aparecer durante las actividades físicas. Por ello, son candidatos a la cirugía aquellos pacientes que presenten síntomas de inestabilidad anterior de rodilla durante la exploración.
Hay pacientes en los que con un LCA afectado pueden ser asintomáticos y están libres de cambios degenerativos sin cirugía si las demandas articulares son pequeñas.
Por lo tanto, los parámetros para indicar la cirugía son los siguientes:
La edad
Es poco probable que los pacientes jóvenes vayan a modificar su actividad y en estos casos, la cirugía reconstructiva del ligamento es la mejor elección.
El umbral por encima de los 45 años no debe ser una contraindicación si nos encontramos con pacientes activos y sin signos de gonartrosis importantes que presenten episodios de inestabilidad recurrentes.
La aparición de una lesión meniscal
La aparición de una lesión meniscal en un paciente que había tolerado hasta ese
momento la falta del LCA, nos debe de inclinar hacia la recuperación quirúrgica, sobre todo si es posible realizar una sutura de la lesión del menisco, ya que la extirpación del cuerno posterior aumenta la inestabilidad de la rodilla y favorece la aparición de episodios de fallo articular causante de los fenómenos degenerativos.
La rapidez de la intervención
Practicar la cirugía tres semanas después del accidente disminuye el riesgo de rigidez articular. Sin embargo, el tiempo no es un factor importante para que haya desaparecido el edema y la rodilla recupere el arco de movilidad completo.
La cirugía del LCA es una de las más frecuentes y mejor conocidas de entre todas las técnicas que se realizan en cirugía ortopédica.
Se ha convertido en una cirugía rápida, por vía artroscópica, con excelentes resultados. Este tipo de intervención tiene alto porcentaje de muy buenos resultados y de integración rápida del paciente en la vida laboral y deportiva. Se puede observar su repercusión entre deportistas de élite que, después de unos meses de inactividad, vuelven a su práctica deportiva.
Texto elaborado por el doctor Pedro Luis Ripoll, especialista en rodilla de la Unidad de Traumatología del Hospital Quirónsalud Murcia
La artrosis es una enfermedad crónica que se caracteriza por el deterioro del cartílago de las articulaciones. Este deterioro conduce a la aparición de dolor con la actividad física, incapacidad variable para caminar y permanecer de pie, así como a deformidad progresiva de la rodilla.
Puede que aparezca artrosis sin conocerse la causa, a esta se le conoce como artrosis de rodilla primaria.
En ocasiones se produce como resultado de una lesión o anomalía previa de la articulación, lo que se conoce como artrosis de rodilla secundaria.
Este tipo de artrosis se observa tras lesiones de meniscos, lesiones del hueso articular, fracturas óseas intraarticulares, lesiones de ligamentos. También pueden darse en las articulaciones que están siendo sometidas a un sobreesfuerzo importante como es el caso de rodillas de deportistas, de obesos importantes o de personas con alteraciones en la longitud de los miembros inferiores o del alineamiento de la rodilla.
La operación está recomendada cuando se presente una lesión de rodilla o una artrosis en la misma, teniendo en cuenta que esta intervención puede beneficiar la calidad de vida del paciente.
A día de hoy las lesiones que son candidatas a la cirugía son:
La artroplastia de rodilla es el remplazo de las superficies dañadas de la rodilla por unos componentes artificiales hechos de metal y plástico (polietilenos de alta densidad) que son fijados al hueso.
Hay diferentes formas de hacer una artroplastia de rodilla:
Total: Se reemplaza la tibia, el fémur y habitualmente la rótula.
Unicompartimental: Se reemplaza solo una parte de la rodilla. Esta puede ser la articulación femorotibial interna o externa.
Femoropatelar: Se sustituye solo dicha articulación. La superficie del fémur se reemplaza con un componente metálico redondeado que asemeja mucho la curvatura natural del hueso. La superficie de la tibia se reemplaza con un componente metálico plano que contiene una fina parte de plástico hecha en polietileno de ultra alta densidad que hace de cartílago. La superficie interna de la rótula también se puede reemplazar con un implante hecho de plástico.
Una vez el paciente se ha puesto en manos del traumatólogo, se ha tomado la decisión de someterse a la operación y se han hecho las pruebas médicas pertinentes llega el momento de la intervención.
El paciente es llevado al quirófano y allí se le anestesia. Cuando ha hecho efecto la anestesia, se lava a conciencia la piel alrededor de la rodilla con líquido antiséptico. Se doblará la rodilla a 90 grados y se colocará un torniquete alrededor del muslo para minimizar la hemorragia durante la cirugía. A continuación se realiza el primer corte en la piel.
Posteriormente, el cirujano corta y retira las superficies de hueso y cartílago dañadas. Se usan instrumentos y guías de precisión para asegurarse que los cortes se hacen con los ángulos correctos de modo que los huesos queden alineados de forma correcta después de que se introduzcan los implantes.
Se retiran pequeños trozos de hueso de la parte delantera, trasera y final del fémur. Así se da forma al hueso para que los implantes encajen adecuadamente. La cantidad de hueso que se retira depende de la cantidad de hueso dañado por la artrosis. También se corta hueso de la parte superior de la tibia, quedando esta parte plana. La superficie trasera de la rótula también se corta.
Un implante se encaja en cada uno de los tres huesos. Estos implantes han sido diseñados para que la articulación de la rodilla se mueva de forma similar a como se movía cuando estaba sana. Los implantes se encajan utilizando un tipo especial de cemento específico para huesos.
El implante que encaja al final del fémur está hecho de metal. Su superficie es redondeada y muy lisa, cubriendo desde delante hacia atrás toda la superficie cortada de hueso. El implante que encaja en lo alto de la tibia normalmente consta de dos partes. Un platillo metálico que ajusta sobre el corte plano del hueso tibial. A continuación, sobre el platillo metálico se acopla una superficie articular de plástico que actúa separando el platillo tibial metálico y el implante femoral. El implante que cubre la parte trasera de la rótula está fabricado también en plástico.
Si es necesario, el cirujano puede hacer ajustes en los ligamentos que envuelven la rodilla para conseguir una mejor función de la rodilla. Cuando los implantes están colocados y los ligamentos ajustados, el cirujano cose las distintas capas de tejido en su posición original. Se introduce un tubo de plástico en la herida que permite salir y drenar el líquido de la articulación durante las primeras horas después de la cirugía. Los bordes de la herida se suturan y la rodilla se envuelve con un vendaje estéril. El paciente se traslada finalmente a la sala de reanimación.
Las personas que se benefician de la cirugía de reemplazo total de rodilla a menudo tienen:
La recuperación depende del tipo de cirugía que se realice y cada caso.
En cirugía artroscópica por roturas de menisco simples que no estén acompañadas de lesiones de cartílago articular lo habitual es una recuperación entre 4 y 6 semanas.
En cirugía artroscópica de reconstrucción del ligamento cruzado anterior la recuperación para actividades deportivas de giro y contacto es de 6 a 9 meses.
En cirugía protésica para la realización de una actividad normal varía entre 1 y 3 meses.
Para mí la rehabilitación es lo más importante tras una cirugía y de ella depende el éxito de las intervenciones.
Nosotros iniciamos el tratamiento rehabilitador tras la salida de quirófano en contacto con el servicio de rehabilitación del hospital y le entregamos al paciente los ejercicios que tiene que realizar tras la cirugía.
El tiempo que dura la rehabilitación es muy variable dependiendo del tipo de cirugía realizada, de las características del paciente y de su colaboración en la recuperación.
Texto elaborado por el Fernando Jordá, especialista de cirugía de rodilla de la Unidad de Traumatología del Hospital Quirónsalud Torrevieja
La fractura de cadera puede considerarse es una lesión grave que afecta principalmente a adultos mayores.
La causa más frecuente en personas de más de 65 años es la aparición de una enfermedad osteoporótica. La Osteoporosis es una enfermedad esquelética en la que se produce una disminución de la densidad de masa ósea. De esta forma, los huesos se vuelven más porosos, son más frágiles, resisten peor los golpes y se rompen con mayor facilidad.
Es más frecuente la aparición de osteoporosis en las mujeres a partir de los 50 años que en los hombres. En las mujeres, los huesos son más frágiles por constitución genética y por la pérdida de minerales como el calcio por motivo de la menopausia.
El segundo factor de riesgo que influye en la alta incidencia de fracturas de cadera en personas mayores depende de la disminución de movilidad y agilidad asociada a la edad así como la pérdida de capacidad visual y auditiva. La combinación de estos factores intrínsecos a la edad avanzada aumenta la posibilidad de sufrir caídas y traumatismo y presentar por lo tanto una fractura de cadera de origen traumático.
Tras sufrir una fractura, la persona afectada presenta una incapacidad completa para la movilización y la deambulación de forma independiente.
En la mayoría de casos resulta imposible incluso el simple gesto de sentarse en una silla o un sillón y por lo tanto el paciente queda obligado al estar en la cama.
La necesidad de disminuir el grave dolor y la incapacidad asociada a esta lesión hace que la Fractura de Cadera precise un tratamiento quirúrgico prácticamente en todos los casos.
Este tratamiento deberá realizarse de forma óptima durante las 48 h posteriores a la fractura. El tratamiento quirúrgico temprano posibilita la movilización del paciente, disminuye el dolor y el sangrado, evita los problemas secundarios y mejorará las posibilidades de recuperación funcional y recuperación de la actividad previa a la fractura.
Tras una fractura de cadera se producirá una alteración grave en la anatomía del miembro fracturado. El miembro inferior afecto por la fractura queda generalmente en una situación de rotación externa y acortamiento acusado de forma definitiva, no siendo posible su restauración a la normalidad sin una intervención quirúrgica.
A largo plazo las consecuencias de no intervenir la cadera fracturada serán el dolor y deformidad mantenidos en el tiempo y con frecuencia la no unión de la fractura conocida como pseudoartosis. Estas alteraciones tendrán como consecuencia la incapacidad para la deambulación y para la recuperación funcional del paciente.
Por ello, ante una fractura de cadera la mejor decisión será la intervención quirúrgica con reducción y estabilización de la fractura y la movilización temprana del paciente. Esta intervención deberá realizarse de la forma más temprana posible teniendo en cuenta una correcta estabilización del paciente previo a la cirugía.
Hay varios tipos de fractura de cadera y cada uno de ellos requiere una solución quirúrgica diferente. Según el lugar anatómico en el que se produce la lesión se puede diferenciar dos tipos básicos de fracturas, fracturas de cuello femoral y fracturas trocantéreas.
Se trata de roturas intracapsulares que se producen por debajo de la cabeza femoral en la zona del cuello del fémur.
Por el cuello del fémur transcurren las arterias que aportan sangre a la cabeza femoral y por ello estas fracturas pueden alterar el riego vascular de la cabeza del fémur.
Estas características hacen que la unión de estas fracturas pueda no producirse (pseudoartrosis) y que pueda producirse la necrosis y deformidad secundaria de la cabeza femoral.
Los problemas descritos son frecuentes por lo que la mejor opción para el tratamiento quirúrgico de estas lesiones en pacientes de edad avanzada será la retirada de la cabeza femoral fracturada y la sustitución de la cadera por una prótesis total o parcial de cadera
Este tipo de fractura es el más frecuente y se producen en el área extracapsular, por debajo del cuello femoral de la cadera (zona trocantérea).
Este tipo de fractura de cadera presentan problemas característicos como el mayor sangrado de la fractura (al tratarse de una zona anatómica muy vascularizada) y el dolor y la deformidad del miembro fracturado que será mayor que en las fracturas del cuello.
Al tratarse de una zona con presencia de hueso esponjoso abundante y vascularización correcta este tipo de fracturas de cadera se tratarán de forma usual mediante la reducción de la fractura (restituir la anatomía manteniendo la cadera natural del paciente) y la estabilización con un sistema de osteosíntesis que mantenga la fractura en su posición hasta que se produzca la unión completa.
Estas dos lesiones se intervienen habitualmente practicando una anestesia intradural y sin necesidad de anestesia general. Es decir, se anestesian únicamente los miembros inferiores y la cirugía requiere un tiempo medio entre 60 y 90 minutos.
La implantación de una prótesis de cadera precisa un abordaje quirúrgico que conlleva una herida en el área lateral de la cadera cuya extensión se individualiza para cada paciente aunque la tendencia actual será a los abordajes cortos o mínimamente invasivos. La colocación de sistemas de osteosíntesis precisa abordajes habitualmente de menor longitud.
Entre los riesgos asociados con la cirugía de cadera tras una fractura pueden ser, desde coágulos de sangre, formándose en las venas de las piernas, infecciones en el lugar de la incisión o nuevas fracturas.
Después de la cirugía, pueden formarse coágulos en las venas de la pierna. Esto puede resultar peligroso, ya que una parte del coágulo puede desprenderse y desplazarse hacia el pulmón, el corazón o, rara vez, el cerebro. Este problema se tratará desde el inicio con medicación anticoagulante.
Pueden producirse infecciones en el lugar de la incisión y en los tejidos más profundos próximos a la nueva cadera. La mayoría de las infecciones se tratan con antibióticos, pero una infección grave cercana a la prótesis podría requerir cirugía para retirar y reemplazar la prótesis.
Durante la cirugía, partes sanas de la articulación de la cadera podrían fracturarse. A veces las fracturas son lo suficientemente pequeñas como para curarse por sí solas, pero las fracturas más grandes podrían necesitar ser estabilizadas con alambres, tornillos y, posiblemente, una placa metálica o injertos de hueso.
Ciertas posiciones pueden causar que la esfera de la nueva articulación se salga de la cavidad, especialmente en los primeros meses después de la cirugía.
Si la cadera se disloca obligará inicialmente a la reducción de la luxación (recolocar la cabeza femoral en su relación con el acetábulo) y se puede colocar posteriormente un aparato ortopédico para mantener la cadera en la posición correcta.
Si la cadera continúa dislocándose (luxación recidivante) puede traducir una posición incorrecta del implante protésico o una movilización inesperada y a menudo se requiere una cirugía para reemplazar o recambiar una parte o la totalidad de la prótesis y restituir así la estabilidad de la articulación.
En ocasiones, una nueva cadera puede provocar que una pierna sea más larga o corta que la otra. Lo que puede producir una contractura de los músculos que rodean la cadera. En este caso, fortalecer y estirar esos músculos de forma progresiva podría resultar de ayuda.
Esta complicación es poco común con los implantes más nuevos, la nueva articulación podría no fijarse de forma sólida al hueso o podría aflojarse con el paso del tiempo, provocando dolor en la cadera. Puede ser necesaria una cirugía para solucionar este problema.
En raras ocasiones, los nervios en el área donde se coloca el implante pueden lesionarse. El daño en los nervios puede causar entumecimiento, debilidad y dolor siendo lesiones de resolución lenta y compleja.
Pueden surgir complicaciones tras la cirugía, no obstante, la situación más frecuente será que la cirugía tras una fractura de cadera evolucione correctamente y permita al paciente la movilización y la deambulación en los primeros días postoperatorios.
Una vez que el paciente ha sido intervenido de su fractura de cadera se recomienda movilización precoz.
Si la evolución es favorable, se aconseja la sedestación (posición sentada) a las 24 horas, y a las 48 horas se recomienda la bipedestación (ponerse de pie) con ayuda, normalmente, de un caminador o andador. En los casos en que su cirujano se lo permita puede iniciar la deambulación 48-72 h tras la cirugía.
Como puede comprenderse el proceso inicial de rehabilitación dependerá de la edad del paciente, de su movilidad y de la cirugía a la que ha sido sometido. Habitualmente la prótesis total de cadera permitirá una movilización y deambulación de forma más temprana y asociando menos dolor que los sistemas de osteosíntesis, es decir aquellos en los que se implante dispositivos como placas, clavos, tornillos…
En general, entre los tres y los seis meses tras la intervención quirúrgica el paciente debe acercarse a la situación funcional previa a la fractura de cadera.
La rehabilitación precoz pretende potenciar el tono muscular de la extremidad operada para evitar la temida atrofia muscular y evitar la rigidez articular. La pérdida de tono muscular y la rigidez podría ocasionar posturas viciosas que afectarían a la marcha y estabilidad de forma definitiva.
Texto elaborado por el doctor Lorenzo Hernández, especialista de cadera y pelvis de la Unidad de Traumatología del Hospital Quirónsalud Valencia
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