Quirónsalud
Blog del Dr. Daniel Martín Fernández-Mayoralas. Neurología. Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo y Hospital Universitario Quirónsalud Madrid
Diagnóstico y tratamiento
El diagnóstico de los tics y del ST es clínico, a través su propia definición (en negrita más arriba).
Uno de los aspectos más importantes en la evaluación y diagnóstico del ST es la detección de otros trastornos (comorbilidades) asociados. Los más frecuentes son el TDAH con o sin hiperactividad (50-80% de los casos) y el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), presente en un 20% de los casos. A veces se asocian otros problemas (ansiedad, autoestima baja, trastornos de aprendizaje, etcétera) pero suelen ser niños inteligentes y creativos, con grandes virtudes humanas.
Se debe realizar una exploración física y neurológica rutinaria en todos los casos. Con frecuencia hay un infradiagnóstico de los tics y ST en los trastornos del neurodesarrollo e incluso en lesiones cerebrales adquiridas. Ante la sospecha de trastornos de aprendizaje y/o TDAH asociado es útil conocer la capacidad intelectual y funcionamiento ejecutivo y lector mediante test neuropsicológicos.
Las causas médicas de tics y ST son raras y el especialista realizará las pruebas complementarias pertinentes cuando sea necesario para descartarlas (electroencefalograma, analítica, entre otras).
Es importante tener en cuenta los antecedentes familiares de tics, ST, Trastorno del Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), TOC u otros trastornos neurológicos o psiquiátricos. También los tipos de tics, su persistencia en el tiempo, la repercusión que producen (social, funcional, etcétera).
Respecto del tratamiento, el aspecto más importante consiste en determinar qué aspectos del trastorno merecen tratarse y cuál es la prioridad. El abordaje del tratamiento puede entrañar poca o una gran dificultad en función de cada paciente. La mayor parte de los trastornos de tics y de ST son LEVES (pese a la falsa creencia popular). En bastantes casos la mejor actitud es abstenerse de instaurar un tratamiento para los tics. Sin embargo, si la cantidad de tics es importante, debe usarse algún tratamiento suave que los controle, teniendo en cuenta los trastornos asociados, casi siempre sin efectos secundarios ni otros problemas. NO es raro que la preocupación de los padres sea mayor por el TDAH que por los tics en bastantes niños con ST. La elección del fármaco teniendo en cuenta el perfil del niño es esencial para un buen resultado terapéutico.
El tratamiento cognitivo-conductual es básico en todos los casos en los que se presente trastorno de conducta y/o trastorno de ansiedad, incluyendo el TOC. Además, se están desarrollando técnicas de "entrenamiento en la reversión del hábito" como tratamiento no farmacológico de los tics, pero debe ser realizado por un experto, la familia debe estar motivada y la efectividad del tratamiento es solo moderada, por lo que el especialista debe dirimir junto a padres y niño que pacientes pueden y deben realizar este tratamiento.
Por lo que se refiere a los tratamientos farmacológicos, deben instaurarse tras un detenido balance entre los pros y contras del mismo de forma juiciosa. EN ocasiones los padres tenemos miedo a los fármacos, y más con la presión desde determinados medios de comunicación, pero un niño no debe estar "plagado" de tics, si es así contamos con tratamientos suaves y sin apenas efectos secundarios para usar: la atomoxetina, especialmente si hay TDAH asociado, es un fármaco suave y muy útil. La clonidina de corta duración es un fármaco útil aunque la guanfacina de liberación retardada (un producto que mejora a la clonidina, de inminente aparición en España) será uno de los agentes de primera línea dada la larga experiencia con ella en países anglosajones (nuestro equipo lo ha usado frecuentemente como medicación extranjera, por lo que tenemos bastante experiencia); los neurolépticos (también llamados "antipsicóticos") son fármacos muy efectivos. Los más usados son risperdal y aripiprazol seguidos por pimocide. A pesar de que pueden parecer fuertes "por su nombre" (dado que se usan a dosis ALTAS en pacientes con enfermedades graves) en tics y ST se usan a dosis muy bajas y son casi siempre excelentemente tolerados. Raras veces, en ese 10% de ST graves, debemos de combinar más de uno.
En resumen, los tics y el ST deben ser evaluados por un neuropediatra asumiendo que no se trata de un "trastorno psicológico" y que el niño "no los hace porque quiere". Una buena evaluación es esencial para determinar si es necesario o no un tratamiento adecuado al perfil del niño.
El trastorno o síndrome de Gilles de la Tourette o de Tourette (en adelante ST) es un trastorno del neurodesarrollo muy frecuente, con una carga genética alta, que tiende a manifestarse en el 1% de la población infantil y que se caracteriza por un curso crónico pero fluctuante de tics. Los tics son movimientos (tics motores) o vocalizaciones (tics fónicos). Son no-voluntarios, súbitos, no propositivos, rápidos, arrítmicos y estereotipados, recurrentes e irresistibles, aunque a veces suprimibles durante un corto periodo de tiempo. El ST se caracteriza por una presencia de uno o más tics fónicos y varios motores durante más de un año (sin intervalos de 3 meses libres de tics). La inmensa mayoría de los casos son leves y unos pocos pueden ser graves.
Suelen ir precedidos de una sensación mental o corporal que impulsa al paciente a realizar el movimiento. Sobre los tics solo se puede ejercer un control parcial, habitualmente de unos minutos. Además de motores y fónicos, los tics pueden ser, según lo complicado del movimiento o el sonido, simples (parpadeos, elevación de hombros, carraspeo o inspiración nasal, por ejemplo) o complejos (extensión simultánea de brazos y piernas, movimientos obscenos, ecolalia -repetición de las últimas sílabas o palabras escuchadas- o palilalia -repetición estereotipada, espontánea e involuntaria de una misma palabra o frase, de forma acelerada y cada vez más rápida-, por ejemplo). La coprolalia -tendencia patológica a decir obscenidades-, a pesar de ser un tic fónico complejo espectacular y muy "popular", es muy poco frecuente en el ST (menos del 5% de los pacientes lo presentan).
Un poco de historia
Arateus de Capadocia los describió por primera vez en el año 200 d. C. El alumno de Charcot, Georges Albert Édouard Brutus Gilles de la Tourette, en 1884 presentó 9 pacientes con un trastorno que aparecía en la niñez y que se caracterizaba por la presencia de muchos tics. El cuadro, no obstante, ya lo había descrito Itard en 1825 al referirse a movimientos involuntarios motores y fónicos. A pesar de que tanto Charcot como Gilles de la Tourette consideraron los tics y el ST como una enfermedad claramente orgánica, durante un siglo permaneció la visión psicoanalítica, considerándose como una enfermedad "de la voluntad".
A partir de los años 60, y sobre todo los 70 se ha ido evidenciando su clara base orgánica y genética, basada, sobre todo, en una mala regulación de un neurotransmisor llamado dopamina en regiones cerebrales tales como el lóbulo frontal y los ganglios de la base.
Algunos datos sobre el ST
El ST suele estar presente a los 7 años, pero puede manifestarse mucho tiempo antes en algunos pacientes. Por su parte, los tics transitorios pueden darse en más del 10% de la población infantil. Estos últimos son aquellos cuadros de tics que no cumplen los criterios de ST (esto es, menos de un año, sin tics fónicos, etcétera) y son frecuentísimos. Ambos diagnósticos son más frecuentes en el sexo masculino (entre 3 y 10 varones por cada mujer).
Los tics generalmente tienen una apariencia coordinada y, aunque ocurren en momentos inapropiados, con frecuencia parecen movimientos (sin serlo) realizados a propósito. Los tics van cambiando a lo largo de los meses, son fluctuantes a lo largo del día, de los días y de las semanas, tienden a agravarse en situaciones de estrés, excitación o ansiedad y pueden atenuarse durante actividades relajantes o absorbentes o por aquellas que requieren de una agradable concentración. Por este motivo, podemos afirmar que los tics del ST siguen un patrón de alzas y bajas, de manera que hay períodos de días o semanas durante los cuales los tics empeoran, seguidos por otro período en el que los tics son menos intensos o prácticamente desaparecen.
También pueden ocurrir en oleadas, con una combinación de tipos de tics, para eventualmente desaparecer y ser reemplazados por otro grupo de tics. En muy raras ocasiones pueden persistir ligeramente durante el sueño (pero suelen desaparecer durante el mismo). Algunos pacientes refieren que sus tics ocurren en respuesta a una manifestación sensorial involuntaria (hormigueo, molestia dolorosa, comezón, presión, calor), que les induce a llevar a cabo cierto movimiento o un determinado ruido a raíz de una sensación en la laringe o en la garganta. Algunas sensaciones físicas pueden actuar como desencadenante o potenciador de tics, por ejemplo, usar una camisa o corbata que apriete el cuello, rinitis o llevar el flequillo largo. Puede ser un desencadenante de tics el hecho de estar junto a otra persona que los tenga.
Pautas para la familia
La familia es un entorno protector, que ayuda a resolver las situaciones angustiosas. Con su apoyo, los menores aprenden a encarar el miedo, experimentar lo que es y persuadirse de que nunca deja de ser pasajero.
Si un niño nos confiesa que tiene miedo, no lo trivialicemos. Averigüemos qué es lo que le da miedo, cómo se siente exactamente y animémosle diciendo que juntos pensaremos en cómo enfrentarlo.
Es muy positivo que los niños sientan que les tomamos en serio, que captamos sus problemas como algo real, que no los consideramos tonterías. No olvidemos la importancia de validar los sentimientos infantiles y de demostrarles nuestro cariño y aceptación cualesquiera que sean estos sentimientos.
Aunque, a veces, los menores no son capaces de explicarse, de explicar cómo se sienten y menos aún el porqué, demostremos que estamos dispuestos a escucharles y asegurémosles que les vamos a ayudar.
Los niños pequeños necesitan la presencia de un adulto para restablecer las sensaciones de protección y seguridad. Es importante, para ello, que esté localizable y que responda con una caricia o una palabra, haciéndole saber que está presente.
Teniendo en cuenta los distintos tipos de miedos evolutivos, antes mencionados, algunas recomendaciones serían:
Algunos consejos prácticos a nivel más general, serían:
- Si nuestro hijo pide la luz encendida o la puerta abierta es mejor atender a su demanda, ya que lo pide porque se siente amenazado. Mejor no hacer de esta petición un asunto de madurez porque le asustaría aún más. Y cuando consigan superarlo le diremos que ha conseguido un logro muy importante.
- El niño debe tener la seguridad de que el miedo pasará cuando se haya superado la situación.
- Aunque retroceda un poco y se muestre dependiente, no debemos temer porque no se volverá dependiente permanentemente.
- En los momentos que notemos que está sin miedo, hemos de reforzarle por su valentía y hacerle sentir un niño grande.
- Qué hacer cuando aparece el miedo:
- Qué NO hacer:
Es cierto que, muchas veces, los temores desaparecen, aunque cueste creerlo cuando uno los está padeciendo. Por lo que es conveniente, no obsesionarnos con ellos y afrontarlos con paciencia y tranquilidad.
Otras veces, a los niños les cuesta entender que una determinada situación sea demasiado peligrosa. En estos casos, en vez de promulgar una prohibición, es mejor comentar con ellos qué destrezas o facultades creen tener para superar el trance. Ser valiente está bien, pero es necesario, además, aprender a distinguir entre valentía y temeridad.
* Post realizado con la colaboración de Charo Campos, especialista en neuropsicólogía infanto-juvenil, directora del Centro Cogniciona
En este post vamos a tratar el tema del miedo en niños y adolescentes y su causas. En el próximo culminaremos el capítulo con una serie de consejos para la familia.
El miedo forma parte de las emociones básicas orientadas a promover la supervivencia, puesto que alerta sobre los posibles peligros. En el caso de los niños, además, el miedo les otorga cierto poder sobre los adultos, al ser utilizado para verificar hasta qué punto están disponibles, a veces de forma inconsciente y, otras, conscientemente.
Otra función esencial del miedo es la de potenciar nuestra autonomía, la de permitirnos la adaptación a distintos contextos y, por consiguiente, la de reforzar nuestra autoestima. Por supuesto, consigue aumentar nuestra prudencia y nos hace desarrollar estrategias de solución de problemas y, con ello, impulsa nuestro pensamiento abstracto.
Por consiguiente, el miedo es una emoción "normal". De hecho, en los primeros años de vida, los niños viven muchos miedos, racionales e irracionales, que forman parte de su evolución. En esos momentos, es necesario hacerles ver que se trata de algo natural que también sentimos nosotros, los adultos; de esta forma, les enseñamos a afrontar sus temores y les mostramos nuestra comprensión, haciéndoles sentir más seguros y fuertes.
Las causas del miedo
Siempre en relación con la familia, conviene entender los mecanismos que propician la aparición de la emoción que nos ocupa, siempre con la finalidad de conseguir superarla:
"¿Se "contagia" el miedo de padres a hijos? ¿Se aprende? ¿Es hereditario?" La respuesta a todas estas preguntas es afirmativa.
Existen miedos con bases muy genéticas, como la hematofobia (fobia a la sangre); también hay niños que imitan la inseguridad de sus padres… Por supuesto, el miedo puede ser también una respuesta a una experiencia traumática propia o ajena. Así es, podemos sentir temor tras una situación traumática vivida por otra persona, por observación (aprendizaje vicario).
Los niños no aprenden muy a menudo de lo que se les dice, sino a partir de lo que se hace en su entorno, en función de su temperamento e intereses personales.
De todas formas, los miedos van cambiando a la vez que las circunstancias sociales también cambian. Tener miedo no significa ser miedoso, va ligado a una determinada circunstancia o a un determinado factor desencadenante. El niño tiene que tomarse el tiempo necesario para encontrar su propia manera de encararlo.
Para terminar, sólo recordar la cita: "no es más valiente el que no tiene miedo, sino el que, teniéndolo, se enfrenta a él".
Miedos normativos infantiles en función de la edad
EDAD |
SITUACIONES ATEMORIZANTES |
0 – 6 meses |
Pérdida física de soporte (base de sustentación), ruidos fuertes. |
7 – 12 meses |
Miedo a personas extrañas, miedo a los objetos que surgen de súbito e inesperadamente. |
1 año |
Separación de los padres, retrete, heridas, personas extrañas. |
2 años |
Multitud de situaciones que incluyen ruidos fuertes (aspiradoras, sirenas, alarmas, camiones, tormentas, etc.), animales (Ej. Perros grandes), una habitación oscura, separación de los padres, objetos o máquinas grandes y cambios en el entorno personal. |
3 años |
Máscaras, oscuridad, animales, separación de los padres. |
4 años |
Separación de los padres, animales, oscuridad, ruidos (incluyendo los nocturnos). |
5 años |
Animales, separación de los padres, oscuridad, gente "mala", lesiones corporales. |
6 años |
Seres sobrenaturales (fantasmas, brujas, etc.), lesiones corporales, truenos y relámpagos, oscuridad, dormir o estar solos, que entre alguien en casa, separación de los padres. |
7 – 8 años |
Seres sobrenaturales, oscuridad, miedos basados en sucesos aparecidos en los medios de comunicación, estar solos, lesiones corporales. |
9 – 12 años |
Exámenes escolares, rendimiento académico, lesiones corporales, aspecto físico, miedos sociales, truenos y relámpagos, muerte, oscuridad (en porcentaje pequeño). |
Como vemos en la tabla anterior, los miedos a la separación de los padres son los más habituales, más típicos de niños con temperamento algo ansioso, sobre todo entre los tres-cuatro y los cinco años. A veces bastante más tiempo.
Sobre los seis o siete años, evolucionan al temor a la oscuridad (que puede estar presente desde los 4-5 años), a dormir solo, a monstruos y vampiros, a ladrones…
Sin embargo, en ocasiones, el miedo es excesivo, bien por su intensidad, bien por su frecuencia o por su duración; deja de ser una ventaja evolutiva para convertirse en una traba a la hora de adaptarnos a las distintas situaciones. Suele acompañarse, entonces, de sintomatología fisiológica intensa (sudoración, taquicardia, temblores, sensación de ahogo…), de pensamientos negativos referentes a nuestra incapacidad para hacerle frente, de evitación y escape de aquellas circunstancias que tememos.
En estas circunstancias, lo mejor es pedir ayuda de un profesional, el psicólogo, para evitar que el problema se cronifique. Para el resto de los miedos, presentaremos algunos consejos en el siguiente post.
* Post elaborado con la colaboración de Charo Campos, especialista en neuropsicología infanto-juvenil, directora del Centro Cogniciona
El trastorno de déficit de atención/hiperactividad (TDAH) es la alteración del neurodesarrollo más frecuente en la población infantil. El TDAH es un trastorno muy heterogéneo desde el punto de vista clínico. El diagnóstico debe basarse en la presencia de los criterios clínicos, que reconoce tres presentaciones: combinada, con síntomas que engloban los tres grupos de síntomas típicos: el déficit de atención, la hiperactividad y la impulsividad, el de predominio hiperactivo-impulsivo, que reconoce solo los dos últimos síntomas y el subtipo inatento (TDA, "sin la H de hiperactividad"), que puede cursar sin síntomas de hiperactividad y de impulsividad, cumpliendo tan solo criterios de falta de atención.
Es evidente que muchas personas con importantes problemas para concentrarse NO son hiperactivas. Hasta hace poco tiempo el diagnóstico ni siquiera se planteaba en aquellos niños que no eran hiperactivos o problemáticos y en consecuencia, muchos sujetos con TDA, especialmente las niñas, no eran diagnosticados.
Mientras que los niños con TDAH pueden llegar a padecer una inquietud "frenética", un porcentaje significativo de los niños con TDA son exactamente lo contrario: lentos y tranquilos. Además con mayor frecuencia se trata de niñas. Mientras que muchos niños con TDAH manifiestan problemas sociales debido a su impulsividad (zancadillas, coger las cosas sin permiso, etcétera), algunas niñas con TDA tienden a tener problemas sociales debido a su falta de iniciativa, pasividad o timidez y tienen una elevada predisposición a la ansiedad, por eso muchas veces no son estudiadas hasta la época adolescente, puesto que no manifiestan problemas de conducta especialmente preocupantes.
Muchos padres comentan del niño o de la niña, que:
‘Parece como si estuviera en las nubes o en la parra’, se pierde en sus pensamientos (ensimismamiento)’.
‘Sueña despierto(a), está "empanado" (a).
‘Poco activo(a), lento(a)’ en la ejecución de tareas. "No le cunde" el estudio y el trabajo que efectúa.
Por lo tanto, los pacientes que sufran estos síntomas deben ser evaluados por un neuropediatra para comprobar que no existe un problema físico (hipotiroidismo, anemia, epilepsia con ausencias, etcétera) o un TDA que, con frecuencia, pasa desapercibido y puede tener consecuencias negativas (por ejemplo, sobre la autoestima del paciente) si le produce una repercusión en los diferentes ámbitos de la vida.
Blog sobre los temas relacionados con la neuropedciatría: déficit de atención, hiperactividad, epilepsia, cefaleas, tics, encefalitis, problemas escolares, etc.
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