Quirónsalud

Saltar al contenido

Blog del Dr. Daniel Martín Fernández-Mayoralas. Neurología. Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo y Olympia Centro Médico Pozuelo

  • La permanencia del objeto: cómo descubren los bebés que el mundo sigue existiendo

    Permanencia del objetoPermanencia del objeto

    Entre los hitos más importantes del desarrollo cognitivo infantil, la permanencia del objeto destaca por lo que revela sobre la capacidad del bebé para entender su entorno. Este concepto fue descrito por el célebre psicólogo suizo Jean Piaget, pionero en el estudio del desarrollo mental durante la infancia. Según el excelso psicólogo, la permanencia del objeto es la comprensión de que las personas y las cosas existen, aunque no estén presentes ante los ojos o el alcance del niño.

    Esta habilidad suele aparecer de manera progresiva entre los 8 y 12 meses. Al principio, cuando un objeto sale de su vista, el bebé actúa como si hubiera dejado de existir: no lo busca ni parece esperarlo. Conforme se va acercando al año, muchos niños empiezan a buscar objetos ocultos, y en el clásico juego del cucú-tras esperan y celebran la "reaparición" del adulto. Este comportamiento indica que el niño ya está formando una idea mental más estable del mundo y de las personas que le rodean.

    Para los neuropediatras, observar la aparición de esta capacidad es fundamental. Lo habitual es que la permanencia del objeto se consolide antes de los 16-18 meses. Si después de esa edad el niño todavía no muestra interés en buscar cosas que desaparecen o parece no notar la ausencia de personas conocidas, conviene consultarlo con el especialista para valorar de manera global el desarrollo. No hay que alarmarse: existen diferentes ritmos de maduración y a veces pequeñas variabilidades entran dentro de lo normal. Sin embargo, su retraso puede ser, junto a otros signos, una pista sobre posibles diferencias en el desarrollo, como ocurre en ocasiones en niños con trastorno del espectro autista (TEA). En estos casos, la permanencia del objeto puede no aparecer ni consolidarse o presentarse de forma "extraña", aunque siempre es importante considerar el conjunto y no solo un aspecto aislado del desarrollo antes de alarmarse, por supuesto.

    El logro de la permanencia del objeto tiene consecuencias prácticas: facilita que el niño tolere mejor las ausencias breves, desarrolla su memoria y promueve la aparición del lenguaje, al poder referirse a personas u objetos que no están presentes en ese momento. Es, por tanto, el primer peldaño para construir la capacidad de anticipar, recordar y entender el entorno de forma más compleja.

    En definitiva, tal como subrayó Piaget, este hito es una auténtica ventana al pensamiento infantil y nos ayuda tanto a reconocer un desarrollo armónico como a detectar, cuando sea necesario, la necesidad de una valoración más detallada. Si tienes dudas sobre este proceso, recuerda que cada niño evoluciona a su propio ritmo, y que cualquier consulta a tiempo permite acompañar y apoyar mejor a cada pequeño en su recorrido único.

  • No es (solo) TDAH: la clave oculta tras la montaña rusa emocional

    Introducción: la confusión habitual

    Cuando un niño o un adulto muestra cambios de humor bruscos, impulsividad o una baja tolerancia a la frustración, es común que la primera sospecha sea un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Sin embargo, no toda inestabilidad emocional es un trastorno del ánimo ni una simple manifestación de desatención. Existe un concepto clave, a menudo pasado por alto, que explica esta "montaña rusa emocional" y que es fundamental para entender lo que realmente está ocurriendo.

    Clave 1: existe algo llamado "impulsividad emocional" (y no es un trastorno del ánimo).

    El término técnico es Déficit en la Autorregulación Emocional (DESR, por sus siglas en inglés), también conocido como "Impulsividad Emocional". Para entenderlo, es útil pensar en un espectro: en un extremo están las fluctuaciones normales del estado de ánimo que todos experimentamos; en el otro, los trastornos severos como la depresión o el trastorno bipolar. Como bien sabemos en psicología, entre la normalidad y la patología existen matices, y el DESR ocupa precisamente ese espacio intermedio.

    La diferencia fundamental es que el problema no reside en el estado de ánimo en sí mismo, sino en la dificultad para regular la intensidad y la expresión de las emociones una vez que aparecen. Una persona con DESR no está constantemente triste o eufórica, pero su reacción emocional ante un estímulo puede ser desproporcionada y difícil de controlar.

    Clave 2: el problema es la respuesta al gatillo, no un estado de ánimo constante.

    Esta es la distinción más importante. La desregulación emocional ocurre como una reacción a estímulos o situaciones provocadoras concretas. Una vez que el estímulo desaparece o se gestiona, la intensidad emocional tiende a disiparse con relativa rapidez.

    Por el contrario, los trastornos del estado de ánimo, como la depresión o la manía en el trastorno bipolar, implican estados emocionales sostenidos y persistentes que no siempre son provocados por un evento externo. La persona vive en un estado de ánimo alterado durante un período prolongado.

    Los déficits en la regulación emocional son fenomenológicamente distintos de los trastornos del estado de ánimo, los cuales se caracterizan por la experiencia de emociones fuertes, no por su autorregulación (Thus, emotional impulsivity).

    Clave 3: su vínculo con el TDAH es sorprendentemente fuerte.

    La impulsividad emocional no es exclusiva del TDAH, pero la asociación entre ambos es innegable y está respaldada por la ciencia. Un estudio clave del Hospital General de Massachusetts (MGH) con población infantil reveló un dato contundente: el 44% de los niños con TDAH presentaban un perfil de desregulación emocional (DESR), en comparación con solo el 2% de los niños sin TDAH.

    Y esto no es solo un problema de la infancia. Los estudios demuestran que el vínculo persiste en la vida adulta, donde una "mayoría considerable" de los adultos con TDAH también presentan DESR. Es más, el diagnóstico de TDAH predice la presencia de desregulación emocional de forma independiente, incluso cuando se descarta la influencia de otras condiciones comórbidas como la ansiedad o los trastornos de conducta.

    Clave 4: el impacto es real, pero no donde crees.

    La dificultad para regular las emociones tiene consecuencias directas y medibles que van más allá del malestar momentáneo. En los adultos, la presencia de DESR junto al TDAH agrava significativamente los resultados en la vida diaria, no solo en comparación con la población general, sino también en comparación con personas que solo tienen TDAH. Los datos muestran que el grupo TDAH+DESR presenta:

    • Una peor calidad de vida y un peor ajuste social en áreas como el trabajo, el ocio y las relaciones familiares.
    • Tasas de divorcio significativamente más altas que los grupos de control y que el grupo con TDAH sin DESR.
    • Un mayor porcentaje de accidentes de coche, con un riesgo superior tanto al de los controles como al de los adultos con TDAH sin esta comorbilidad.

    Sin embargo, aquí viene el hallazgo más sorprendente y contraintuitivo: el DESR no se asoció con un menor funcionamiento intelectual (CI) ni con el trastorno de la función ejecutiva (es decir, la capacidad de planificar, organizar o iniciar tareas). Esto es crucial porque desmonta el prejuicio de que estas reacciones emocionales se deben a una falta de inteligencia o de organización. El problema es específico de la gestión emocional, no de la capacidad cognitiva general.

    Clave 5: no es falta de disciplina, es neurobiología.

    Estas dificultades no son el resultado de una mala crianza, una falta de disciplina o un defecto de carácter. Tienen una base neurobiológica clara. Los estudios de neuroimagen apuntan a la circuitería cerebral que conecta la amígdala (el centro de procesamiento emocional del cerebro) con la corteza prefrontal (el centro de control y regulación). En este sistema, una estructura llamada cíngulo anterior juega un papel fundamental, ya que actúa como un puente que conecta el sistema límbico con la corteza y es crucial para procesar y regular la emoción.

    En última instancia, estas dificultades no son una falta de amor ni de disciplina. Son expresiones de cómo el cerebro de una persona gestiona la emoción y la impulsividad.

    Conclusión: entender para acompañar mejor

    La desregulación emocional es un concepto distinto, con una base neurobiológica real y un impacto funcional significativo, que está fuertemente ligado al TDAH pero que no debe confundirse con un trastorno del estado de ánimo. Comprender esta diferencia es el primer paso para ofrecer un apoyo más preciso y compasivo, tanto en el ámbito clínico como en el familiar.

    Ahora que entendemos que no se trata de un defecto de carácter, ¿cómo podemos cambiar nuestro enfoque para apoyar mejor a quienes viven esta realidad a diario?

  • TDAH en la adolescencia: el reto de cumplir BIEN el tratamiento farmacológico

    El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) no siempre desaparece al crecer. En muchos adolescentes sigue presente y también puede continuar en la vida adulta. En Estados Unidos, por ejemplo, los estudios estiman que alrededor del 8–9 % de los adolescentes presenta síntomas compatibles con TDAH (ver: https://www.nimh.nih.gov/health/statistics/attention-deficit-hyperactivity-disorder-adhdEste enlace se abrirá en una ventana nueva)

    Vivir con TDAH en esta etapa puede traer varios desafíos: prestar atención en clase, organizarse, cumplir plazos, mantener el foco, relacionarse con los demás… Todo esto puede afectar al rendimiento escolar, la autoestima y el estado de ánimo. Además, cuando no se maneja bien, puede aumentar el riesgo de ansiedad, depresión, consumo de sustancias o trastornos de conducta, como el trastorno negativista desafiante (TND) o el trastorno disocial, que suelen aparecer cuando hay mucha frustración, conflictos familiares o sensación de falta de control. En algunos casos, el TDAH también se solapa con otros trastornos aparentemente muy diferentes, como ciertos trastornos de la personalidad o trastornos del estado de ánimo, como el trastorno de desregulación disruptiva del estado de ánimo (DMDD), lo que puede complicar el diagnóstico y el tratamiento.

    ¿Por qué tantos adolescentes dejan el tratamiento?

    Durante la adolescencia, muchos jóvenes abandonan o cambian su tratamiento —ya sea la medicación o las intervenciones psicológicas y educativas—. Menos de la mitad sigue con el plan completo, especialmente al pasar a la vida adulta. Es una etapa en la que todo se mueve: el cuerpo, las amistades, la forma de pensar, los horarios, las prioridades… y también la percepción del propio TDAH. Muchos sienten que "ya no son niños" y que no quieren depender de una pastilla ni de citas médicas. Esa necesidad de decidir por sí mismos, tan necesaria para crecer, a veces los lleva a dejar de lado algo que les estaba ayudando.

    Las razones suelen sonar razonables, pero con frecuencia esconden cansancio, inseguridad o el deseo de no sentirse diferentes: "ya me apaño solo", "eso del TDAH era cosa del cole", "no quiero ser el rarito que toma medicación", o "me la quito en verano y si me va bien, paso". También están las excusas más refinadas, como "ya controlo mis impulsos" o "prefiero ir natural", que en el fondo revelan miedo a depender o a admitir que aún hay dificultades. A veces hay efectos secundarios que desaniman, o padres que, agotados, bajan la guardia.

    Pero dejar el tratamiento sin una buena planificación tiene su precio. No porque "sin medicación se hundan", sino porque muchos subestiman el papel que el TDAH sigue jugando en su vida diaria: en su organización, su motivación o su autocontrol. Lo que en la infancia eran despistes o impulsividad, en la adolescencia puede transformarse en suspensos, discusiones constantes, decisiones impulsivas o conductas de riesgo: coger el coche sin pensar, gastar dinero sin control o engancharse a pantallas o sustancias.

    El problema no es solo que interrumpan algo que les ayudaba, sino que suelen hacerlo justo cuando más lo necesitan. La adolescencia exige más madurez, más independencia, más decisiones, más gestión emocional… y el cerebro con TDAH aún está aprendiendo a equilibrar todo eso. Es como soltar el cinturón de seguridad justo al entrar en la curva.

    Por eso, más que insistir con frases como "tienes que tomarte la medicación", suele funcionar mejor cambiar la conversación. No se trata de obedecer, sino de entender que el tratamiento les ofrece herramientas para manejar su vida con más libertad. Cuando comprenden que no les quita autonomía, sino que les ayuda a tenerla, todo cambia. El objetivo no es "portarse bien" o "sacar buenas notas", sino vivir con menos caos y más opciones reales.

    Además, el pronóstico para muchos adolescentes y adultos jóvenes con TDAH se deteriora de forma notable cuando los síntomas persisten y no se mantiene un tratamiento farmacológico de manera constante y adecuada. La evidencia muestra que quienes interrumpen el tratamiento tienen mayor riesgo de dificultades académicas, laborales y sociales, así como de desarrollar problemas emocionales o conductas de riesgo. En cambio, la continuidad terapéutica se asocia con mejor adaptación, menor impulsividad y mayor estabilidad emocional. Ver: https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC3520745/Este enlace se abrirá en una ventana nueva

    Tratamientos y apoyos que realmente funcionan

    Los fármacos estimulantes (como el metilfenidato o la lisdexanfetamina) y los no estimulantes (atomoxetina, guanfacina, etcétera) siguen siendo los tratamientos más eficaces para controlar los síntomas principales. Sin embargo, su efecto sobre la organización, la motivación o las relaciones sociales puede variar mucho entre personas. Por eso, lo ideal es que el tratamiento no se limite solo a la medicación, sino que se complemente con apoyos psicosociales: terapia psicológica para las comorbilidades, entrenamiento en habilidades y funciones ejecutivas, intervención familiar —a menudo esencial en los trastornos de conducta—, entre otros. Cada caso necesita un enfoque personalizado, teniendo en cuenta la edad, las características del joven y sus preferencias.

    Aun así, no siempre el tratamiento "encaja bien" con el adolescente o el adulto joven. Es fundamental escuchar sus sensaciones y atender a sus demandas, especialmente cuando describen efectos adversos subjetivos como nerviosismo, apatía o la sensación de "no sentirse ellos mismos". Ajustar la dosis, el horario o incluso el tipo de fármaco puede marcar una gran diferencia. Este enfoque más flexible y personalizado mejora la tolerancia y refuerza la adherencia, porque el joven percibe que su experiencia importa y que el tratamiento se adapta a él, no al revés.

    Las intervenciones psicosociales —como la terapia cognitivo-conductual, el entrenamiento en planificación o la entrevista motivacional— no siempre reducen los síntomas tanto como la medicación, pero aportan algo igual de importante: enseñan al adolescente a entenderse y a convivir mejor con su forma de ser. Le ayudan a anticipar dificultades, a manejar la frustración, a desarrollar estrategias y a construir rutinas que funcionan en la vida real.
    Más que "curar", estas terapias dan estructura y sentido, fortalecen la autoestima y devuelven la sensación de control. Por eso, la combinación entre medicación y apoyo psicológico suele ofrecer los mejores resultados: una trabaja sobre los síntomas, la otra sobre la manera de vivir con ellos.

    Cuando el tratamiento se plantea así —de manera integral y compartida— el adolescente se siente parte activa del proceso. Es clave explicarle qué es el TDAH, por qué no es culpa suya y qué opciones tiene para manejarlo. Cuando siente que tiene voz, la implicación mejora. También ayuda mucho facilitar el acceso a los servicios, ofrecer apoyos no farmacológicos y entender que el tratamiento no se reduce a "tomar o no tomar una pastilla".

    En definitiva, el TDAH en la adolescencia puede manejarse con éxito si se combinan los tratamientos médicos con estrategias que refuercen la autonomía, la motivación, la planificación y la participación del joven. El objetivo va mucho más allá de "quitar síntomas": se trata de que el adolescente entienda su manera de funcionar, aprenda a vivir con ella y desarrolle herramientas que le sirvan cuando empiece su vida adulta.

    Estrategias reales para hablar con adolescentes en casa

    1. Haz que la charla sea un "quiero entenderte" y no un "te lo exijo". En vez de "tienes que tomar la medicación", prueba con "¿qué te parece cómo va esto? ¿Qué te ayuda, qué no?". Abrir el diálogo siempre funciona mejor que imponer.
    2. Relaciónalo con sus propios intereses. Más que hablar de lo que "hay que hacer", vincúlalo con lo que le importa: "¿Qué te gustaría mejorar para tener más tiempo libre, menos discusiones, mejores notas?".
    3. Dale opciones reales. "¿Prefieres tomarla antes o después de desayunar?", "¿Quieres llevarla tú en la mochila o la dejo lista?". Sentir que decide es parte del compromiso.
    4. Valida lo que siente. "Sé que esto te agota, que a veces piensas que no sirve tanto, y lo entiendo." Cuando se sienten escuchados, bajan las defensas y aumenta la cooperación.
    5. Hazlo en equipo, no en modo vigilancia. Padres y madres pueden acompañar sin controlar. Que el adolescente sienta apoyo, no presión.
    6. Revisad juntos el plan. "¿Qué ha ido bien esta semana? ¿Qué podríamos cambiar?". La flexibilidad es mejor que la rigidez.
    7. Usa apoyos visuales y recordatorios. Apps, notas, alarmas o rutinas claras. No se trata de repetir órdenes, sino de construir sistemas que funcionen.
    8. Refuerza el esfuerzo, no solo el resultado. Un "gracias por intentarlo" puede ser más útil que un "ya era hora". El reconocimiento sincero motiva.
    9. Busca aliados externos. Psicólogos, tutores o mentores pueden ser figuras de referencia que alivien la carga familiar.
    10. Hablad del futuro. "¿Dónde te gustaría estar dentro de un año? ¿Qué cosas te ayudarían a llegar ahí?" Ver el TDAH como algo manejable —no como un obstáculo— da sentido y esperanza.

    Referencias

    1. Chan E, Fogler JM, Hammerness PG. Treatment of Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder in Adolescents: A Systematic Review. JAMA. 2016;315(18):1997–2008. doi:10.1001/jama.2016.5453
    2. Posner J, Polanczyk GV, Sonuga-Barke E. Attention-Deficit Hyperactivity Disorder. Lancet. 2020;395(10222):450–462. doi:10.1016/S0140-6736(19)33004-1
    3. Wolraich ML, Wibbelsman CJ, Brown TE, et al. Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder Among Adolescents: A Review of the Diagnosis, Treatment, and Clinical Implications. Pediatrics. 2005;115(6):1734–1746. doi:10.1542/peds.2004-1959
    4. Titheradge D, Godfrey J, Eke H, et al. Why Young People Stop Taking Their Attention Deficit Hyperactivity Disorder Medication: A Thematic Analysis of Interviews With Young People. Child: Care, Health and Development. 2022;48(5):724–735. doi:10.1111/cch.12978
    5. Bussing R. Editorial: Trials and Tribulations of Developing Adolescent Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder Interventions: Digging Deep to Stay Motivated. Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psychiatry. 2021;60(6):685–687. doi:10.1016/j.jaac.2020.12.002
    6. Sibley MH, Flores S, Murphy M, et al. Research Review: Pharmacological and Non-Pharmacological Treatments for Adolescents With Attention Deficit/Hyperactivity Disorder – A Systematic Review of the Literature. Journal of Child Psychology and Psychiatry. 2025;66(1):132–149. doi:10.1111/jcpp.14056
    7. Mattingly GW, Wilson J, Ugarte L, Glaser P. Individualization of Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder Treatment: Pharmacotherapy Considerations by Age and Co-Occurring Conditions. CNS Spectrums. 2021;26(3):202–221. doi:10.1017/S1092852919001822
    8. Wolraich ML, Hagan JF, Allan C, et al. Clinical Practice Guideline for the Diagnosis, Evaluation, and Treatment of Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder in Children and Adolescents. Pediatrics. 2019;144(4):e20192528. doi:10.1542/peds.2019-2528
  • La niebla del diagnóstico: por qué el cannabis complica el TDAH y la psicosis juvenil de formas inesperadas

    Introducción: la nueva realidad del cannabis y el cerebro adolescente

    En una era de creciente aceptación social y legalización, el cannabis se ha integrado en el tejido de la vida moderna. Para muchos adultos, se percibe como una sustancia con riesgos manejables. Sin embargo, cuando se trata del cerebro adolescente, que está en pleno desarrollo, la historia es mucho más compleja y está llena de desafíos sorprendentes, especialmente cuando entran en juego condiciones de salud mental como el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) y la psicosis.

    Lejos de ser una simple cuestión de "bien" o "mal", la interacción entre el cannabis y la neurobiología juvenil revela una red de efectos inesperados. El consumo que un adolescente podría considerar una ayuda para sus síntomas podría, en realidad, estar enmascarando o incluso empeorando sus problemas subyacentes. Este artículo se adentra en la investigación reciente para descubrir algunos de los hallazgos más contraintuitivos e impactantes sobre esta delicada intersección, ofreciendo una perspectiva crucial para padres, educadores y profesionales de la salud.

    El impostor de los síntomas del TDAH: cómo el consumo de cannabis crea una niebla diagnóstica

    Uno de los mayores desafíos clínicos es la superposición de síntomas entre el consumo crónico de cannabis y el TDAH. Esta similitud crea una "niebla diagnóstica" que puede llevar a evaluaciones erróneas y tratamientos ineficaces. Tanto el TDAH como el consumo problemático de cannabis están asociados de forma independiente con dificultades académicas, comportamientos disruptivos en el aula y problemas de aprendizaje y gestión del tiempo.

    Los síntomas específicos que se superponen incluyen:

    • Déficits cognitivos: Dificultades en la memoria de trabajo y el funcionamiento ejecutivo, como la planificación y la organización.
    • Problemas de rendimiento: Bajo rendimiento académico y dificultades de comportamiento que pueden ser atribuidos erróneamente solo a una de las dos condiciones.

    Además, la abstinencia de cannabis puede imitar trastornos internalizantes como la ansiedad y la depresión. Un adolescente que deja de consumir de forma abrupta puede experimentar síntomas como ansiedad, inquietud, irritabilidad, ira, fatiga, estado de ánimo deprimido, disminución del apetito, falta de motivación y dificultades para dormir, que pueden durar hasta dos semanas. Esto es de vital importancia, ya que hace increíblemente difícil diagnosticar y tratar con precisión el TDAH o un trastorno de ansiedad si no se tiene en cuenta el consumo de cannabis. Para un adolescente que ya lucha por dar sentido a su propia mente, esta niebla diagnóstica no es solo un inconveniente clínico, es una barrera para obtener la ayuda adecuada en un momento crítico de su vida.

    El mito de la automedicación: una creencia que puede ser contraproducente

    Es común entre los adolescentes la creencia de que el cannabis les ayuda a manejar los síntomas del TDAH. La investigación sugiere que, si bien algunos jóvenes con síntomas predominantemente hiperactivos/impulsivos pueden sentir que la sustancia los calma, el efecto puede ser el contrario para otros. Aquellos con el subtipo de TDAH con predominio de inatención pueden, de hecho, experimentar un empeoramiento de sus síntomas con el consumo de cannabis.

    Este concepto de "automedicación" se extiende más allá del TDAH. Los jóvenes con alto riesgo de psicosis también pueden recurrir al cannabis en un intento de aliviar dificultades relacionadas, como la ansiedad, la depresión o los síntomas negativos. Estos últimos se definen como "reducciones de la experiencia humana típica", e incluyen la falta de motivación (amotivación), una menor intensidad en la experiencia emocional y el aislamiento social. La ironía es que la solución percibida puede estar exacerbando el problema de fondo o introduciendo nuevas complicaciones, convirtiendo un intento de autogestión en un ciclo que agrava la condición.

    El protector contraintuitivo: por qué tratar el TDAH podría reducir el riesgo de consumo de sustancias

    Un temor persistente entre padres y algunos médicos es que los medicamentos estimulantes utilizados para tratar el TDAH puedan, a su vez, conducir al abuso de sustancias. Sin embargo, la evidencia científica apunta en la dirección opuesta. Las investigaciones muestran claramente que el tratamiento farmacológico del TDAH no parece aumentar el riesgo de desarrollar un Trastorno por Consumo de Sustancias (TCS).

    De hecho, los hallazgos son aún más sorprendentes. Tratar el TDAH con medicamentos estimulantes puede actuar como un factor protector, ayudando a prevenir o reducir la progresión hacia un TCS durante la adolescencia y la juventud.

    La investigación sugiere que, contrariamente a los temores comunes, el tratamiento del TDAH con medicamentos estimulantes sirve como un factor protector contra el consumo de sustancias, en lugar de aumentar el riesgo.

    Aunque comprender la dinámica del tratamiento del TDAH es crucial, es solo una pieza del rompecabezas. El cerebro adolescente también es excepcionalmente susceptible a otras experiencias que el cannabis puede complicar, algunas de las cuales son sorprendentemente comunes.

    El secreto a voces del cerebro adolescente: las experiencias psicóticas son más comunes de lo que crees

    "Psicosis" no es blanco o negro: existe un continuo que va de experiencias leves y transitorias a cuadros clínicos agudos. En muestras comunitarias de 13–17 años se han descrito tasas amplias de experiencias tipo psicosis autoinformadas; lo clínicamente relevante no es que existan de forma esporádica, sino su frecuencia, persistencia y malestar asociado. En consulta, esto exige reconstruir una línea temporal (qué empezó antes, cómo evoluciona, qué lo precipita) para diferenciar vivencias subumbrales de un episodio psicótico o de una psicosis inducida por sustancias.

    No solo se trata de si consumes, sino de q y cuánto

    No todo el consumo de cannabis conlleva el mismo nivel de riesgo, especialmente en lo que respecta a la psicosis. La investigación ha identificado varios factores que modulan este riesgo, que no es uniforme, pues aumentan significativamente con ciertos patrones de uso:

    • Dosis/frecuencia: hay una relación dosis–respuesta. Los usuarios que consumen más cantidad muestran hasta ×4 riesgo de síntomas o trastorno del espectro psicótico frente a no consumidores; el uso "promedio" duplica el riesgo.
    • Edad de inicio: empezar más joven se asocia a peor pronóstico y mayor probabilidad de psicosis.
    • Potencia/composición: los productos con THC alto (y menor cannabidiol (CBD) se vinculan a mayor riesgo; en Primer Episodio de Psicosis (FEP) es frecuente la preferencia por cannabis de alta potencia.
    • Vía y patrón de uso: la inhalación/vapeo puede inducir efectos más intensos a corto plazo; faltan comparaciones definitivas entre métodos, pero ciertas vías concentran mayor potencia efectiva.
    • Contexto vital: las experiencias vitales también juegan un papel, a menudo sinérgico. El trauma infantil y el consumo de cannabis pueden interactuar y potenciarse, aumentando el riesgo posterior de psicosis en etapas posteriores de la vida.

    Hay vuelta atrás: la sorprendente capacidad del cerebro para recuperarse al dejar el cannabis

    A pesar de los riesgos documentados, el mensaje final no es de desesperanza, sino de empoderamiento. Los efectos negativos del consumo de cannabis sobre los síntomas psicóticos no son necesariamente permanentes. La investigación ofrece una perspectiva muy alentadora para los jóvenes en las primeras etapas de la psicosis.

    Suspender el consumo de cannabis se asocia con mejoras significativas en los síntomas psicóticos. El hallazgo más poderoso es que las personas con un primer episodio de psicosis que dejan de consumir sustancias pueden alcanzar resultados similares a los de aquellas que nunca tuvieron un historial de consumo. Esto subraya que la intervención y el cese del consumo pueden alterar drásticamente la trayectoria de la enfermedad, ofreciendo un camino claro hacia la recuperación.

    Aunque el consumo se asocia a síntomas más intensos, más hospitalizaciones y peor adherencia, la reducción o abstinencia suele acompañarse de mejoras sintomáticas. En primer episodio de psicosis (FEP), quienes suspenden el uso pueden llegar a resultados similares a los de pacientes sin historia de consumo, lo que refuerza la intervención temprana y el trabajo motivacional.

    Conclusión: una lectura integrada con TDAH

    La superposición entre efectos del cannabis (déficits ejecutivos, desorganización, apatía) y manifestaciones de TDAH puede enmascarar diagnósticos o llevar a tratamientos subóptimos si no se pesquisa el consumo y su temporalidad. Abordar ambos frentes a la vez —psicosis/propensión psicótica y uso de cannabis— mejora la precisión diagnóstica y las opciones de recuperación.

    Bibliografía:

    • Volkow ND, Han B, Compton WM, Weiss SRB. Neurodevelopmental effects of cannabis use in adolescents and emerging adults. Front Psychiatry. 2022;13:9129887.
    • Coughlin L, Lake S, et al. Exploring the link between attention-deficit hyperactivity disorder and cannabis use. Front Psychiatry. 2023;14:10171029.
    • López-Quintero C, Pérez A, et al. Prevalence of cannabis use disorder in attention-deficit/hyperactivity disorder (ADHD). J Psychiatr Res. 2024;173:124–131.
    • Benseñor IM, De Oliveira S, et al. A narrative review exploring attention deficit/hyperactivity disorder and risk of psychotic disorders. Brain Sci. 2024;14(3):190.
    • Moore THM, Zammit S, Lingford-Hughes A, Barnes TRE, Jones PB, Burke M, et al. Cannabis use and risk of psychotic or affective mental health outcomes: a systematic review. Lancet. 2007;370(9584):319–328.
    • Di Forti M, Quattrone D, et al. The contribution of cannabis use to variation in the incidence of psychotic disorder across Europe (EU-GEI study). Lancet Psychiatry. 2019;6(5):427–436.
    • Meier MH, Caspi A, Ambler A, Harrington H, Houts R, Keefe RS, et al. Persistent cannabis users show neuropsychological decline from childhood to midlife. Proc Natl Acad Sci USA. 2012;109(40):E2657–E2664.
    • Green B, Kavanagh D, Young R. Being stoned: a review of self-reported cannabis effects. Drug Alcohol Rev. 2003;22(4):453–460.
    • Mané A, Bergé D, Penzol MJ, et al. Cannabis use, COMT, BDNF and age at first-episode psychosis. Psychiatry Res. 2017;250:38–43.
    • Bhattacharyya S, Crippa JA, Martin-Santos R, Winton-Brown T, Fusar-Poli P. The impact of THC and CBD in schizophrenia: a systematic review. Front Psychiatry. 2021;12:694394.
  • Cómo influye el uso de cannabis en la adolescencia sobre la maduración del cerebro y las capacidades cognitivas

    Más allá del mito: 5 hallazgos científicos sorprendentes sobre el cannabis y el cerebro adolescente

    A medida que el cannabis se legaliza en más lugares del mundo, la percepción pública sobre sus riesgos ha disminuido drásticamente. El debate a menudo se polariza entre quienes lo ven como una panacea y quienes lo consideran una sustancia peligrosa. Esta simplificación oculta una realidad científica mucho más compleja y, en muchos casos, sorprendente, especialmente cuando se trata del impacto del cannabis en el cerebro adolescente, un órgano en pleno desarrollo.

    Mientras la sociedad navega por este nuevo panorama, la ciencia trabaja para desentrañar los efectos reales del consumo de cannabis durante este período crítico de la vida. Lejos de ofrecer respuestas sencillas en blanco y negro, la investigación revela un panorama lleno de matices, donde factores como la edad de inicio, la frecuencia de consumo y la genética juegan un papel crucial. La verdad es más complicada que los eslóganes y las ideas preconcebidas.

    Este artículo se adentra en el laboratorio para explorar cinco hallazgos que han obligado a los científicos a reescribir lo que creíamos saber sobre el cannabis y el cerebro adolescente. Este viaje desafiará tus preconcepciones y te ofrecerá una perspectiva más clara y basada en la evidencia.

    1. El daño podría no ser permanente, pero hay una condición clave.

    Una de las mayores preocupaciones es que el consumo de cannabis en la adolescencia cause un daño cognitivo irreversible. Sin embargo, la evidencia científica ofrece un panorama más esperanzador. La investigación sugiere que muchos de los déficits cognitivos asociados con el consumo frecuente de cannabis pueden ser reversibles, pero con una condición fundamental: la abstinencia.

    Ciertos estudios han demostrado que el consumo continuo y frecuente se asocia con pequeñas reducciones en el funcionamiento neurocognitivo. No obstante, un importante meta-análisis reveló un detalle clave: los estudios que exigían un período de abstinencia de más de 72 horas mostraban efectos muy pequeños y no significativos en el rendimiento cognitivo de los participantes. Esto sugiere que el cerebro tiene una notable capacidad de recuperación una vez que se detiene el consumo. El verdadero desafío, por supuesto, es lograr y mantener esa abstinencia, un paso que para muchos es el más difícil de todos.

    2. El uso prolongado e intensivo desde la adolescencia sí parece dejar una huella duradera.

    Aquí se revela una tensión crucial en la investigación: mientras la recuperación es posible para algunos, el patrón de consumo lo es todo. En contraste directo con la posibilidad de reversibilidad, la ciencia ha identificado un escenario en el que el daño sí parece ser más persistente. Cuando el consumo de cannabis es intensivo, se inicia en la adolescencia temprana y se mantiene a lo largo de los años, los déficits cognitivos pueden no recuperarse tan fácilmente.

    La evidencia más sólida de esto proviene del histórico Estudio Longitudinal de Dunedin, que siguió a más de mil personas desde su nacimiento hasta los 38 años. Los resultados fueron contundentes:

    Las personas que comenzaron a consumir cannabis al menos semanalmente antes de los 18 años y continuaron consumiéndolo casi a diario durante la adultez temprana mostraron disminuciones significativas en el CI (especialmente en las medidas de CI verbal) entre la infancia y los 38 años, lo que corresponde a aproximadamente 6 puntos de CI.

    Este hallazgo es tan impactante porque el estudio midió el cociente intelectual de los participantes antes de que comenzaran a consumir cannabis, lo que permitió establecer una línea de base clara. La investigación apunta a un período de vulnerabilidad específico (antes de los 18 años) y demuestra que el patrón de consumo más arriesgado es el que comienza temprano y se mantiene de forma intensiva y prolongada.

    Pero justo cuando el estudio de Dunedin parecía ofrecer un veredicto claro sobre el consumo temprano, otra línea de investigación introdujo una variable inesperada que complicó todo el panorama: la genética.

    3. No es solo el cannabis: la genética y el entorno familiar son piezas cruciales del rompecabezas.

    Pero la ciencia rara vez ofrece respuestas sencillas. Justo cuando un culpable parece claro, surgen nuevas pruebas que desafían todo el caso. Una de las ideas más contraintuitivas de la investigación reciente es que algunas de las diferencias cognitivas observadas en los consumidores de cannabis podrían no ser causadas directamente por la droga, sino estar relacionadas con factores genéticos y ambientales compartidos.

    Para desentrañar esto, los científicos utilizan "estudios de control con gemelos idénticos", donde comparan a un gemelo que consume cannabis con su hermano que no lo hace. Dado que comparten la misma genética y el mismo entorno familiar, este diseño ayuda a aislar los efectos de la sustancia. Sorprendentemente, estos estudios han encontrado evidencia mínima de una mayor disminución del CI en el gemelo que consume cannabis en comparación con su gemelo abstinente.

    Esto no significa que el cannabis sea inofensivo, pero sí sugiere que ciertos factores familiares o genéticos podrían predisponer a una persona tanto al consumo de sustancias como a presentar ciertos rasgos cognitivos. Este hallazgo desafía la narrativa simple de causa y efecto. Esta idea de que existen factores subyacentes que confunden la relación causa-efecto es fundamental, y reaparece al examinar una de las afirmaciones más alarmantes sobre el cannabis: que encoge el cerebro.

    4. La idea de que "encoge el cerebro" es una simplificación excesiva.

    Una de las imágenes más alarmistas asociadas al consumo de cannabis es la de un cerebro que se daña físicamente o "encoge". Si bien algunos estudios iniciales y de pequeña escala encontraron diferencias en el volumen de regiones cerebrales como el hipocampo, la evidencia general es inconsistente y heterogénea.

    Estudios transversales más grandes y recientes, de hecho, generalmente han mostrado menos reducciones consistentes en el volumen cerebral o el grosor cortical en los adolescentes consumidores. La conclusión de los expertos es clara: aunque existe alguna evidencia inicial de alteraciones, se necesita mucha más investigación. Es especialmente crucial realizar estudios que puedan separar los efectos del cannabis de otros factores que a menudo lo acompañan, como el consumo de alcohol y los factores familiares preexistentes que ya hemos mencionado. La realidad es mucho menos sensacionalista que los titulares.

    5. En algunas tareas, el cerebro de los consumidores trabaja más, no menos, y los científicos no están seguros de por qué.

    Quizás el hallazgo más desconcertante —y el que mejor ilustra la complejidad del cerebro— proviene de estudios de resonancia magnética funcional (fMRI), que miden la actividad cerebral en tiempo real. Se podría esperar que el cerebro de un consumidor de cannabis muestre una actividad reducida, pero la ciencia ha encontrado a menudo lo contrario.

    Durante ciertas tareas cognitivas, como las que implican la memoria de trabajo (la capacidad de mantener y manipular información en la mente a corto plazo), los adolescentes consumidores de cannabis suelen mostrar una mayor activación en las redes prefrontales en comparación con los no consumidores, incluso cuando su rendimiento en la tarea es idéntico. Esto es profundamente contraintuitivo, ya que, en el desarrollo neurológico normal, una mayor activación en estas mismas áreas suele asociarse con un mejor funcionamiento cognitivo. Esta paradoja hace que los datos sean difíciles de interpretar y demuestra que la respuesta del cerebro al cannabis no es una simple historia de deterioro, sino una compleja reorganización funcional cuyo significado aún no comprendemos del todo.

    Conclusión: Navegando en la Complejidad

    La ciencia sobre el cannabis y el cerebro adolescente nos aleja de las etiquetas simplistas de "bueno" o "malo". La investigación ha progresado desde el temor inicial al daño permanente hacia una comprensión más matizada. Hemos aprendido sobre la posibilidad de recuperación con la abstinencia, pero también sobre los riesgos duraderos del consumo temprano y sostenido. Luego, la historia se complicó aún más con la aparición de factores de confusión como la genética y el entorno, que desafían las narrativas de causa y efecto. Finalmente, nos enfrentamos a la paradoja de un cerebro que, bajo la influencia del cannabis, a veces parece trabajar más duro, no menos.

    Independientemente de los efectos específicos en el cerebro que la ciencia termine por confirmar, el conjunto de todos los riesgos potenciales apunta a una conclusión clara y práctica: existen beneficios evidentes en retrasar el consumo regular de cannabis hasta la edad adulta temprana. Proteger el cerebro durante su fase final de desarrollo es una estrategia de reducción de daños prudente y basada en la evidencia.

    Esto nos deja con una pregunta fundamental para el futuro: ante esta compleja realidad, ¿cómo podemos comunicar mejor los riesgos reales del cannabis a los jóvenes de una manera honesta, matizada y eficaz?

    Bibliografía:

    Scott, J. C., Slomiak, S. T., Jones, J. D., Rosen, A. F. G., Moore, T. M., & Gur, R. E. (2018). Association of Cannabis With Cognitive Functioning in Adolescents and Young Adults: A Systematic Review and Meta-analysis. JAMA Psychiatry.
    → Esta revisión y metaanálisis examina la relación entre el consumo de cannabis y el rendimiento cognitivo en adolescentes y adultos jóvenes, e incluye hallazgos sobre la reversibilidad de los déficits con abstinencia. JAMA NetworkEste enlace se abrirá en una ventana nueva

    Meier, M. H., Caspi, A., Ambler, A., Harrington, H., Houts, R., Keefe, R. S. E., ... & Moffitt, T. E. (2012). Persistent cannabis users show neuropsychological decline from childhood to midlife. Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
    → Este estudio longitudinal destaca que quienes inician el consumo temprano y mantienen un patrón persistente muestran descenso cognitivo, incluso comparando con su rendimiento previo. PNAS+1Este enlace se abrirá en una ventana nueva

    Knodt, A. R., et al. (2020). Persistent cannabis use and midlife brain integrity (Dunedin Study).
    → Investigación neuroimagen del estudio Dunedin que analiza la integridad estructural del cerebro en usuarios a largo plazo, considerando efectos de polisubstancias y factores de confusión. dunedinstudy.otago.ac.nz+1Este enlace se abrirá en una ventana nueva

    Blest-Hopley, G., Giampetro, V., & Bhattacharyya, S. (2022). A Meta-Analysis of fMRI Studies of Youth Cannabis Use. Brain Sciences / MDPI.
    → Esta meta-análisis analiza estudios de imagen funcional (fMRI) en jóvenes consumidores, mostrando alteraciones en activación cerebral durante tareas cognitivas. MDPIEste enlace se abrirá en una ventana nueva

    Rubino, T., & Parolaro, D. (2016). Adverse Effects of Cannabis on Adolescent Brain Development. Preventive Medicine.
    → Revisión amplia que aborda los efectos adversos del cannabis en el desarrollo cerebral adolescente, incluyendo cognición, neuroplasticidad y vulnerabilidad al daño. PMCEste enlace se abrirá en una ventana nueva

130 resultados
Páginas: 1 2 3 4 5 Página siguiente >>
Buscador de El neuropediatra
Sobre este blog

Blog sobre los temas relacionados con la neuropedciatría: déficit de atención, hiperactividad, epilepsia, cefaleas, tics, encefalitis, problemas escolares, etc.

Archivo del blog

La finalidad de este blog es proporcionar información de salud que, en ningún caso sustituye la consulta con su médico. Este blog está sujeto a moderación, de manera que se excluyen de él los comentarios ofensivos, publicitarios, o que no se consideren oportunos en relación con el tema que trata cada uno de los artículos.

Quirónsalud no se hace responsable de los contenidos, opiniones e imágenes que aparezcan en los "blogs". En cualquier caso, si Quirónsalud es informado de que existe cualquier contenido inapropiado o ilícito, procederá a su eliminación de forma inmediata.

Los textos, artículos y contenidos de este BLOG están sujetos y protegidos por derechos de propiedad intelectual e industrial, disponiendo Quirónsalud de los permisos necesarios para la utilización de las imágenes, fotografías, textos, diseños, animaciones y demás contenido o elementos del blog. El acceso y utilización de este Blog no confiere al Visitante ningún tipo de licencia o derecho de uso o explotación alguno, por lo que el uso, reproducción, distribución, comunicación pública, transformación o cualquier otra actividad similar o análoga, queda totalmente prohibida salvo que medie expresa autorización por escrito de Quirónsalud.

Quirónsalud se reserva la facultad de retirar o suspender temporal o definitivamente, en cualquier momento y sin necesidad de aviso previo, el acceso al Blog y/o a los contenidos del mismo a aquellos Visitantes, internautas o usuarios de internet que incumplan lo establecido en el presente Aviso, todo ello sin perjuicio del ejercicio de las acciones contra los mismos que procedan conforme a la Ley y al Derecho.