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Blog del Dr. Daniel Martín Fernández-Mayoralas. Neurología. Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo y Hospital Universitario Quirónsalud Madrid

  • Efectos del cannabis en la salud física del adolescente

    5 efectos sorprendentes del cannabis en el cuerpo adolescente, según la ciencia.


    Introducción: más allá de los mitos

    La percepción del daño asociado al cannabis ha disminuido constantemente entre los adolescentes, mientras que su uso sigue siendo generalizado. Según la encuesta "Monitoring the Future", más del 10% de los estudiantes de octavo grado y más del 35% de los de duodécimo grado han consumido cannabis en el último año. Este uso extendido, combinado con una menor percepción del riesgo, crea un desafío de salud pública significativo: asegurar que las decisiones de los jóvenes se guíen por la ciencia, no por mitos populares.

    Pero, ¿qué sabemos realmente sobre cómo afecta el cannabis al cuerpo durante el período crítico del desarrollo adolescente? Más allá de los debates habituales sobre sus efectos psicoactivos, un creciente cuerpo de investigación científica revela un patrón de desregulación sistémica que afecta desde las hormonas que gestionan el estrés hasta las funciones básicas del sueño y el metabolismo.

    Este artículo se aleja de las suposiciones para explorar los hallazgos de una reciente revisión científica. A continuación, realizamos un recorrido guiado por cinco de los efectos físicos más impactantes y menos conocidos que el cannabis puede tener en los sistemas fundamentales del cuerpo adolescente.

    Primer hallazgo: la paradoja del peso corporal

    Una conexión sorprendente: menor índice de masa corporal (IMC).

    Existe una profunda contradicción en los efectos del cannabis sobre el peso. Por un lado, el consumo agudo es famoso por estimular el apetito (los "munchies") y aumentar la ingesta calórica. El responsable principal es el tetrahidrocannabinol (THC), el principal componente psicoactivo del cannabis. El THC actúa sobre los receptores CB1 del sistema endocannabinoide, que están presentes en varias áreas del cerebro relacionadas con el apetito, el placer y el olfato. Al activarse estos receptores: Se estimula el centro del apetito en el hipotálamo. Se intensifican los sentidos del gusto y el olfato, haciendo que la comida parezca más sabrosa. Se libera dopamina, lo que aumenta la sensación de placer al comer.

    Sin embargo, la ciencia revela una paradoja mucho más compleja y fascinante.

    Múltiples estudios en adultos, cuyos hallazgos también se han observado en adolescentes, asocian consistentemente el consumo de cannabis con un índice de masa corporal (IMC) más bajo. Lo que hace este hallazgo tan contraintuitivo es que los datos también muestran que los consumidores de cannabis adultos tienden a reportar una mayor ingesta calórica, una dieta de menor calidad (menos frutas y verduras) y más comportamientos de control de peso poco saludables, como saltarse comidas. Aunque los mecanismos exactos aún se investigan, una posible explicación parcial es que los consumidores también reportan mayores niveles de actividad física. Este hallazgo desafía las suposiciones comunes y demuestra la compleja interacción de la sustancia con el metabolismo durante un período de crecimiento crucial.

    Segundo hallazgo: el sueño interrumpido

    El falso aliado del sueño: más problemas para dormir, no menos.

    Muchos adolescentes creen que el cannabis es una ayuda eficaz para dormir. Si bien el consumo agudo puede inducir somnolencia temporalmente, la investigación científica pinta un cuadro muy diferente sobre el uso constante. Lejos de ser un aliado, el consumo regular interfiere con un proceso biológico fundamental para el desarrollo.

    Los estudios han asociado el consumo de cannabis en adolescentes con una serie de resultados negativos para el sueño:

    • Insomnio
    • Menor tiempo total de sueño
    • Horarios de acostarse más tardíos
    • Mayor reporte general de problemas de sueño

    Esta alteración es especialmente perjudicial durante la adolescencia, un período en el que el sueño es crucial para el desarrollo cognitivo, la regulación emocional y el crecimiento físico. El mecanismo puede estar relacionado con el sistema endocannabinoide del cuerpo, que participa en la modulación del ritmo circadiano y el ciclo de sueño/vigilia.

    "...la investigación implica que el consumo constante y de mayor frecuencia de cannabis en general se asocia con déficits y patologías del sueño en múltiples dominios."

    Tercer hallazgo: vómitos incontrolables

    Síndrome de hiperémesis cannabinoide: cuando el remedio se convierte en la causa.

    Una de las condiciones más graves y paradójicas asociadas al consumo crónico es el Síndrome de Hiperémesis Cannabinoide (SHC), cuya fisiopatología aún es desconocida por los investigadores. Este síndrome se caracteriza por episodios cíclicos y debilitantes de vómitos intensos en consumidores habituales.

    La característica clínica más peculiar del SHC es un comportamiento compulsivo: tomar baños o duchas calientes de forma excesiva para aliviar los síntomas, una conducta reportada por más del 90% de los pacientes en una revisión sistemática. La incidencia de casos de SHC en los servicios de urgencias ha aumentado notablemente; por ejemplo, en Colorado casi se duplicó desde la legalización del cannabis recreativo. Es crucial destacar que, actualmente, el único tratamiento exitoso conocido para el SHC es el cese completo y definitivo del consumo de cannabis.

    Cuarto hallazgo: una respuesta al estrés anormal

    Una calma engañosa: el cannabis puede alterar la respuesta hormonal al estrés.

    El cuerpo humano gestiona las amenazas a través del eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA), el "centro de mando y control" que regula la liberación de cortisol, la principal hormona del estrés. La investigación sugiere que el consumo de cannabis durante la adolescencia puede desregular este sistema fundamental.

    Un importante estudio longitudinal (TRAILS) encontró que los adolescentes con historial de consumo de cannabis mostraban una "reactividad al estrés disminuida". Además, el consumo a una edad temprana se asoció con niveles de cortisol más bajos por la mañana y más altos por la noche, alterando su ritmo natural. Aunque una "respuesta disminuida" pueda sonar positiva, no se trata de un estado deseable de "calma". En realidad, indica una disfunción del sistema de estrés que puede perjudicar la capacidad de un adolescente para reaccionar adecuadamente a los desafíos del mundo real, desde la presión académica hasta los conflictos sociales, lo que podría conducir a peores mecanismos de afrontamiento y consecuencias negativas para la salud emocional a largo plazo.

    Quinto hallazgo: riesgos agudos y graves para pulmones y corazón

    Riesgos raros pero mortales: más allá de la tos crónica.

    Más allá de los efectos respiratorios crónicos, el consumo de cannabis conlleva riesgos agudos, raros pero potencialmente mortales, que demuestran que no es una sustancia benigna.

    • Riesgo Pulmonar Agudo: EVALI. La Lesión Pulmonar Asociada al Uso de Cigarrillos Electrónicos o Vaping (EVALI) es una afección grave. Más del 15% de los casos de EVALI ocurren en adolescentes, y se han registrado muertes en este grupo de edad, siendo la víctima más joven un joven de 15 años.
    • Riesgo Cardiovascular Inesperado. Aunque es poco común, se han documentado eventos cardiovasculares graves poco después del consumo de cannabis. Si bien estos eventos se registraron en adultos jóvenes y no específicamente en adolescentes, revelan un potencial de riesgo cardiovascular severo en individuos jóvenes y por lo demás sanos. Los informes de casos incluyen infartos de miocardio, fibrilación auricular e incluso muerte súbita, a veces en pacientes sin otros factores de riesgo conocidos.

    Conclusión: una perspectiva informada

    Los efectos físicos del cannabis en los adolescentes son mucho más complejos de lo que se cree popularmente, y van más allá de la experiencia psicoactiva inmediata para alterar los cimientos de la salud. La evidencia científica muestra un patrón claro: el consumo durante este período de desarrollo crítico puede desregular sistemas corporales fundamentales.

    La evidencia es clara: mientras la percepción social del cannabis se suaviza, la comprensión científica de su impacto en el cuerpo en desarrollo se endurece. La verdadera pregunta no es si existen riesgos, sino cómo comunicar que estos no son posibilidades abstractas y futuras, sino alteraciones concretas en los sistemas esenciales —metabolismo, sueño, estrés y salud cardiovascular— que construyen la base para una vida adulta saludable.

    Bibliografía:

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  • TDAH y emociones fuera de control: entender la desregulación emocional como un síntoma central del trastorno

    Durante años se ha descrito el TDAH como un problema de atención, hiperactividad o impulsividad. Sin embargo, esta definición deja fuera una parte esencial de la experiencia de quienes lo viven: la dificultad para manejar las emociones.

    No se trata solo de distraerse o moverse demasiado, sino de sentir con una intensidad que desborda. La frustración, la ira o la tristeza aparecen de golpe, sin previo aviso, y con una fuerza que arrasa con la calma y la convivencia.

    Esta dificultad para modular lo que se siente se llama desregulación emocional, y hoy sabemos que no es un añadido, sino un componente central del TDAH.

    El tercer eje del TDAH: atención, impulsividad y emoción

    El psicólogo Russell Barkley hizo hincapié en que el TDAH combinado no es sólo un trastorno de la atención, sino también del autocontrol, lo que incluye no solo la impulsividad, sino también la capacidad de regular las emociones.

    Desde otra perspectiva, Joseph Blader mostró que las reacciones emocionales explosivas son una de las manifestaciones más frecuentes y problemáticas del trastorno.

    Ambos coinciden en algo clave: comprender el TDAH sin tener en cuenta la parte emocional es comprenderlo a medias.

    No es sentir demasiado, sino perder el control demasiado rápido.

    La desregulación emocional puede verse como una impulsividad interna: las emociones surgen, se desbordan y tardan en calmarse.

    El niño con TDAH combinado no elige, en general, reaccionar así; su sistema de control biológico simplemente llega tarde.

    El cerebro que frena tarde

    Las emociones y la atención comparten los mismos circuitos cerebrales.

    El sistema límbico (que genera las emociones) y la corteza prefrontal (que las regula) trabajan coordinadamente para mantener el equilibrio.

    En el TDAH, esa comunicación es más lenta o menos eficiente: la emoción se enciende antes de que el freno pueda actuar.

    La amígdala, responsable de las reacciones rápidas, responde con intensidad, mientras que la corteza prefrontal —la parte racional— tarda en intervenir, gestionando más despacio los sentimientos.

    Además, el sistema de recompensa del cerebro funciona de forma distinta.

    Las personas con TDAH necesitan más estímulo o novedad para mantener el interés.

    Cuando no lo logran, la frustración aparece enseguida, alimentando el ciclo emocional.

    Cómo se manifiesta

    La desregulación emocional del TDAH difiere de los trastornos del estado de ánimo como los trastornos depresivos, que incluyen el Trastorno Disruptivo de Desregulación del Estado de Ánimo (TDDEA) o el trastorno bipolar y diagnósticos relacionados, entre otros, que además, pueden aparecer de forma aislada o comórbida al TDAH.

    Las emociones intensas del TDAH son breves y reactivas: estallan ante una frustración (tareas, obligaciones, interrumpir partidas, y otros estímulos que no deberían ser tan desequilibrantes en un niño normotípico) y desaparecen poco después. Un niño puede gritar o llorar, y minutos después reír como si nada.
    Esa oscilación confunde a los adultos, que lo interpretan como manipulación o desafío.

    Pero el problema no es la emoción en sí, sino la falta de capacidad para frenarla y reconducirla.

    En adolescentes se traduce en impaciencia, irritabilidad, explosiones verbales o la sensación de "no tener filtro emocional". Saben que se desbordan, pero no pueden evitarlo. Esa conciencia sin control genera culpa, ansiedad y agotamiento emocional.

    Evaluar para comprender.

    Distinguir la desregulación emocional del TDAH de un trastorno del ánimo es fundamental.

    En el TDAH, el estado de ánimo entre crisis suele ser normal: el niño disfruta, se ríe y se calma tras la tormenta, que aparece característicamente ante una frustración, a menudo banal. Preguntar si los estallidos tienen un desencadenante claro o aparecen sin motivo ayuda a diferenciar.

    En el Trastorno Disruptivo de Desregulación del Estado de Ánimo (TDDEA) los arrebatos de ira son graves y recurrentes, desproporcionados con respecto a la situación o provocación. Esos arrebatos pueden ser verbales o conductuales (gritos, agresividad, destrucción de objetos). Ocurren tres o más veces por semana. Además, el estado de ánimo entre episodios es persistentemente irritable o enfadado la mayor parte del día, casi todos los días. En los trastornos depresivos, el malestar persiste incluso cuando todo va bien. En el trastorno bipolar los síntomas durante los episodios de manía con euforia, aumento de energía, disminución de la necesidad de dormir, grandiosidad, pensamiento acelerado, conductas arriesgadas; o la depresión con inhibición, anhedonia y síntomas vegetativos, son tan patológicos y alternantes, que indican una disfunción mucho más grave que la disregulación anímica del TDAH. Si los síntomas de ira aparecen sólo en un contexto que provoca ansiedad, es importante diagnosticarla adecuadamente investigando miedos y preocupaciones excesivas de forma minuciosa. Aunque los trastornos del aprendizaje pueden producir arrebatos en contextos de pánico/ansiedad intensa o relacionados con tareas escolares específicas, deberían de detectarse durante la evaluación del propio TDAH.

    De igual forma los trastornos de sueño importantes deben de ser siempre considerados.

    Lo importante no es solo cuán intensa es la emoción, sino cuánto dura y cómo se recupera. Por ejemplo, en los niños, el trastorno bipolar verdadero implica períodos definidos prolongados (días a semanas) de ánimo patológicamente elevado o irritable, con síntomas añadidos como fuga de ideas, hipersexualidad o conductas notablemente desinhibidas. Además, la alternancia de estas conductas con episodios de depresión mayor, de al menos dos semanas de duración, son claramente diferenciadores.

    Cuando el comportamiento se caracteriza por la negatividad, la hostilidad y el desafío deliberado con menor carga afectiva, la norma es la existencia de un trastorno negativista-desafiante, a menudo consecuencia de un TDAH sin tratamiento, y con poca frecuencia la antesala de un trastorno disocial o más delante de la personalidad antisocial.

    Las señales de alerta que nos dicen que "hay más cosas que un TDAH" y conviene evaluar minuciosamente con un profesional con experiencia son, entre otras:

    • Arrebatos diarios que duran mucho y dejan "resaca" emocional (horas de malestar)
    • Irritabilidad persistente la mayor parte del día durante semanas/meses.
    • Agresividad física o autolesiones
    • Episodios afectivos definidos (días-semanas) con otros síntomas nucleares (sueño, energía, anhedonia, grandiosidad, fuga de ideas).
    • Empeoramiento tras iniciar o subir medicación (posible efecto adverso)
    • Dificultades conductuales marcadas no sólo en casa, también en el colegio, con la autoridad y las amistades.

    Tratamiento: del control al autocontrol

    El objetivo no es anular las emociones, sino enseñar al cerebro a gestionarlas mejor.

    Cuando se trata el TDAH de forma integral, la estabilidad emocional mejora en la mayoría de los casos.

    Primera línea: los estimulantes

    Los fármacos estimulantes (metilfenidato o anfetaminas) son el tratamiento de primera elección.

    No solo mejoran la atención, sino que también reducen la impulsividad y el autocontrol.

    Otras posibilidades ¡Cuidado!

    Si pese a un tratamiento bien ajustado las emociones siguen fuera de control, existen otras opciones:

    • Medicamentos no estimulantes como la atomoxetina o la guanfacina.
    • En algunos casos, otros fármacos complementarios (por ejemplo, estabilizadores del ánimo o antipsicóticos en dosis bajas).

    Estas opciones se valoran solo cuando el tratamiento principal no basta o no funciona adecuadamente y siempre bajo supervisión médica, dado que pueden existir condiciones comórbidas al TDAH que ya hemos comentado y que no solo pueden no mejorar con los fármacos del TDAH, sino que pueden empeorar.

    Más allá de la medicación: enseñar a calmarse

    Los medicamentos son una parte del tratamiento del TDAH moderado/grave, pero no la única.

    Los programas de entrenamiento parental ayudan a las familias a comprender el problema y a responder sin escalar el conflicto.

    El objetivo es prevenir, reforzar lo positivo y enseñar estrategias de calma, no castigar la emoción.

    Las terapias cognitivo-conductuales adaptadas al TDAH enseñan a reconocer las señales de desbordamiento, detener la escalada y redirigir la atención antes del punto de no retorno.

    También se aplican técnicas de exposición gradual a la frustración: practicar la paciencia en un entorno seguro para fortalecer la tolerancia emocional.

    Algunas pautas muy básicas para las familias

    1. Preparar el terreno

    Rutinas previsibles y señales de transición (avisos de 5 y 2 minutos).

    Anticipar situaciones difíciles (salidas, deberes) con reglas claras y visuales.

    Dormir, comer y ejercicio: pilares que reducen reactividad.

    2. Antes del estallido

    Nombrar y normalizar: "Veo que estás frustrado; nos pasa a todos".

    Elegir batallas: priorizar 1-2 objetivos conductuales.

    Ofrecer alternativas inmediatas: tarjeta de pausa, respirar 4-6, cambio breve de actividad.

    3. Durante el estallido

    Seguridad primero. Frases cortas, voz calmada, retirar público.

    No razonar en pico de activación. Esperar a que baje (10-20 minutos suele ser clave).

    Evitar reforzar con atención intensa el berrinche; sí reforzar el esfuerzo por calmarse.

    4. Después del estallido

    Revisión breve (qué pasó, qué haríamos distinto), plan concreto para la próxima ("si noto 6/10 de enfado, uso la tarjeta de pausa").

    Reforzar lo específico: "Me gustó cómo pediste parar un minuto".

    5. Construir tolerancia a la frustración

    Exposición graduada a "mini-retos" diarios (esperar, perder en juegos, corregir sin derrumbarse) con refuerzo positivo intenso.

    Entrenar habilidades: solución de problemas en 4 pasos, role-play de pedir ayuda, autoinstrucciones.

    6. Cuidar el clima familiar

    Tiempo especial diario 10-15 minutos (sin mandatos, solo conexión).

    Coordinación entre cuidadores y con el colegio (mismas reglas, mismas señales).

    Evolución y diversidad

    No todas las personas con TDAH presentan desregulación emocional.

    En algunas es leve; en otras, muy dominante el cuadro. La intensidad varía según la edad, el entorno y el estrés. En estos casos es fundamental un minucioso diagnóstico diferencial de otras comorbilidades como ya hemos explicado.

    Con tratamiento y apoyo, muchas personas aprenden a pausar antes de reaccionar. Trabajar esa autorregulación mejora no solo el bienestar, sino también las relaciones, la motivación y la autoestima.

    Un cambio de mirada

    Reconocer la desregulación emocional como parte del TDAH transforma nuestra comprensión del trastorno.

    Ya no hablamos de un problema de carácter, sino de una dificultad de autorregulación. Las emociones no deben eliminarse: deben aprenderse a manejar. No se trata de que los niños se porten bien, sino de que aprendan a recuperar el control cuando pierden el equilibrio.

    Cada pequeño avance —una pausa antes del grito, una respiración antes del enfado— es un paso en el desarrollo del autocontrol.

    Detrás de cada estallido hay un niño o adolescente intentando hacerlo lo mejor que puede con las herramientas que tiene.

    En resumen

    Las emociones fuera de control no son un añadido del TDAH, sino una de sus caras más humanas.

    Reconocerlo nos permite acompañar con empatía, intervenir con eficacia y construir un entorno donde la emoción no sea enemiga, sino un punto de partida para aprender autocontrol y confianza.

    Bibliografía

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  • Vértigo en niños: ¡calma, padres! Entendiendo los mareos de nuestros pequeños

    Cuando un niño sufre un mareo o lo diagnostican con un "síndrome vertiginoso", es natural que los padres se preocupen. Sin embargo, es fundamental saber que las familias no deben entrar en pánico, ya que el vértigo en niños suele ser producido por causas benignas y transitorias. De hecho, trastornos como el equivalente migrañoso (25%) y el vértigo paroxístico benigno infantil (20%) representan casi la mitad de las causas de vértigo en la infancia, y ambos son completamente benignos. Las causas más graves, como los tumores de la fosa posterior, son extremadamente raras, representando mucho menos del 1% de los casos.

    Vértigo en niñosVértigo en niños

    En medicina, cuando decimos que una causa es "benigna", nos referimos a que no pone en riesgo la vida del niño ni deja secuelas permanentes. Dicho de forma más cercana para los padres: son cuadros que, aunque puedan asustar mucho en el momento por sus síntomas llamativos (mareos, pérdida de equilibrio, malestar), no significan una enfermedad grave ni peligrosa. En la mayoría de los casos, tienden a mejorar con el tiempo o pueden manejarse sin complicaciones. Puedes pensarlo así: es como si el cuerpo tuviera un sistema de alarma muy sensible que se activa de más; hace ruido y preocupa, pero no indica que haya un incendio real.

    ¿Cómo se manifiesta el vértigo en los niños?

    Cuando un niño siente mareo o vértigo, muchas veces le cuesta explicar lo que le pasa. Los niños pequeños rara vez se quejan directamente de vértigo, pero pueden parecer torpes o apegarse a un padre sin motivo aparente. Por eso es importante escuchar cómo lo describe con sus propias palabras. Algunos niños dicen que "todo da vueltas" o que se sienten "como en un tiovivo o en un barco".

    Además del mareo, pueden aparecer otros síntomas como dolor de cabeza, náuseas, vómitos o incluso dificultad para caminar en línea recta (ataxia). Es útil observar cuándo y cómo aparecen estos episodios: si surgen de repente, cuánto duran, cada cuánto se repiten y si tienen relación con actividades concretas (por ejemplo, al levantarse rápido, al toser, cuando no han dormido bien o en momentos de mucho estrés).

    El médico también preguntará si hay cambios en la audición (si oye menos de un lado, si el problema es constante o va y viene, o si nota zumbidos en los oídos). En algunos casos, se exploran otros síntomas como visión borrosa, debilidad en alguna parte del cuerpo o dificultad para coordinar movimientos, ya que ayudan a descartar problemas más serios. Es importante recordar que el vértigo en niños a veces pasa desapercibido por su incapacidad para describir bien los síntomas, la corta duración de los episodios o la presencia de síntomas autonómicos intensos como náuseas y vómitos.

    Los desafíos para el diagnóstico del vértigo infantil

    Identificar la causa del vértigo en niños puede ser un verdadero reto para los médicos. Aquí te explicamos por qué:

    • Dificultad para expresar lo que sienten: Los niños pequeños no tienen palabras precisas para describir sus sensaciones. A veces dicen que "se sienten raros", "tienen miedo" o "todo se mueve", lo que puede confundirse con otros problemas (como dolor de barriga, ansiedad o cansancio). Los preescolares rara vez se quejan directamente de vértigo, pero pueden parecer torpes o apegarse a un padre sin motivo aparente. Esta incapacidad para describir los síntomas es una de las razones por las que el vértigo puede pasar desapercibido.
    • Síntomas que se parecen a otras enfermedades: El mareo es un término poco específico que los pacientes usan para describir diversas sensaciones. Puede acompañar a cuadros muy distintos, desde migrañas o problemas de oído, hasta infecciones o cuestiones neurológicas. Esto obliga al médico a considerar y descartar varias posibilidades.
    • Episodios intermitentes y breves: Muchas veces los síntomas aparecen de forma repentina y luego desaparecen. La corta duración de la mayoría de los episodios de vértigo hace que, al llegar a la consulta, el niño pueda estar completamente bien, dificultando la observación del cuadro en el momento.
    • Amplia variedad de causas: Aunque la mayoría son benignas (como la migraña vestibular o el vértigo paroxístico benigno infantil), también existen causas menos frecuentes pero más graves (como tumores o epilepsia). El reto es no pasar por alto estas últimas, por raras que sean, ya que los tumores de la fosa posterior representan menos del 1% de los casos.
    • Influencia de factores emocionales: El estrés psicológico o la falta de sueño pueden desencadenar mareos. Esto complica distinguir si el origen es físico, emocional o una combinación de ambos, ya que el mareo psicosomático es común en niños en edad escolar y puede estar asociado con depresión o problemas de comportamiento.

    En resumen: Para el médico, el desafío está en recopilar un historial médico completo, escuchar con detalle las explicaciones del niño y los padres, y usar pruebas complementarias solo cuando son necesarias, equilibrando la seguridad con evitar estudios innecesarios.

    ¿Qué hace el médico para diagnosticarlo?

    En la visita inicial, el médico siempre comenzará por recopilar un historial médico completo que incluye los síntomas asociados, el historial médico, los antecedentes familiares y el uso de medicamentos. Es crucial que el niño explique los síntomas en su propio vocabulario y los asocie a experiencias, como estar en un tiovivo o un barco. También se indagará sobre la presencia de pérdida de audición, zumbidos o sensación de oído lleno.

    Después de esta entrevista detallada, se realizará un examen físico completo, con especial énfasis en los nervios craneales, incluyendo una evaluación minuciosa de los movimientos oculares y la presencia de nistagmo. El nistagmo es un movimiento rítmico e involuntario de los ojos que no es inducido por ningún estímulo externo y se busca tanto de forma espontánea como al pedir al niño que desvíe la mirada lateralmente (no más de 30 grados). Además de un examen neurológico completo, el médico observará al niño cuando camina o corre para detectar cualquier falta de coordinación de movimientos, conocida como ataxia.

    En algunos pacientes, si el diagnóstico no está claro con la historia y el examen físico, puede ser necesario realizar pruebas adicionales, incluyendo pruebas vestibulares y audiológicas en un laboratorio especializado. La Videonistagmografía (VNG) es la técnica más usada para registrar los movimientos oculares, utilizando luz infrarroja. Las pruebas que la componen (pruebas oculomotoras, posicionales y calóricas) suelen durar alrededor de una hora. Antes del estudio, es importante suspender sedantes y fármacos que puedan afectar al sistema vestibular por al menos dos días. La VNG ayuda a diferenciar entre causas periféricas (del oído interno) y causas centrales (del sistema nervioso). El nistagmo observado en estas distintas condiciones permite orientar el diagnóstico. Aunque poco frecuente en niños, existen maniobras específicas como la de Dix-Hallpike que ayudan a identificar el vértigo posicional paroxístico benigno (VPPB).

    Tipos de trastornos que provocan vértigo en los niños

    El vértigo infantil se puede agrupar en tres grandes categorías para entender mejor sus causas:

    - Vértigo agudo espontáneo no recurrente Son episodios aislados, es decir, ocurren una sola vez y no suelen repetirse. Son poco frecuentes en niños.

    • Traumatismo craneal: Tras un golpe en la cabeza, puede aparecer mareo debido a una conmoción laberíntica o a lesiones del sistema nervioso central, como contusiones del tronco encefálico o cerebelosas, o fracturas del hueso temporal.
    • Neuritis vestibular: Tras un síndrome viral, el niño puede experimentar mareos intensos y repentinos con náuseas y vómitos. El vértigo es empeorado por los movimientos de la cabeza, pero no hay pérdida de audición ni tinnitus. Los síntomas suelen mejorar en pocos días.

    - Vértigo recurrente Se presenta en episodios que vuelven a repetirse con el tiempo.

    • Migraña vestibular infantil (VMC): Es la causa más frecuente de vértigo recurrente en niños. El vértigo puede acompañarse de dolor de cabeza (unilateral, pulsátil, de intensidad moderada a severa, que empeora con la actividad física), sensibilidad a la luz (fotofobia), sensibilidad al ruido (fonofobia) o aura visual. Representa el 25% de los casos de vértigo en niños.
    • Vértigo paroxístico benigno infantil (RVC): Se presenta con episodios breves de vértigo sin las características de la migraña. Estos episodios generalmente duran solo unos minutos (entre 1 minuto y 72 horas) y no se acompañan de pérdida de conciencia u otros síntomas neurológicos. Constituye el 20% de las causas de vértigo en niños.
    • Enfermedad de Ménière: Rara en la infancia. Combina mareo, pérdida de audición unilateral y un zumbido unilateral (tinnitus), que suele ser precedido por una sensación de plenitud en el oído afectado.
    • Trastornos convulsivos y ataxia episódica familiar: Poco habituales. Los trastornos convulsivos a menudo se acompañan de alguna sensación de mareo y desequilibrio, aunque no siempre es vértigo verdadero. La ataxia episódica familiar es un síndrome raro con episodios de mareo, desequilibrio e inestabilidad al caminar, que pueden durar varias horas.

    - Mareos no vertiginosos, desequilibrio y ataxia En este grupo se incluyen problemas en los que el niño no siente que "todo gira", pero sí percibe inestabilidad, desequilibrio o falta de coordinación.

    • Alteraciones del oído interno: Pueden ser congénitas (malformaciones) o adquiridas debido a meningitis, ototoxicidad (por ejemplo, por medicamentos como los aminoglucósidos, como la gentamicina) o enfermedades autoinmunes del oído interno.
    • Trastornos neurológicos: Numerosos trastornos del sistema nervioso central (SNC) causan mareos, desequilibrio e inestabilidad. En la infancia, las anomalías cerebelosas (como la hipoplasia vermiana cerebelosa), los tumores de la fosa posterior y las malformaciones de Chiari son los más comunes. Los tumores de la fosa posterior representan menos del 1% de los casos.
    • Causas psicológicas: El mareo psicosomático suele darse en niños en edad escolar y puede estar asociado con depresión, reacciones de adaptación de la adolescencia o problemas de comportamiento.
    • Trastornos de integración sensorial: Algunos niños con este trastorno pueden ser hipersensibles a la estimulación vestibular.

    En la mayoría de los casos, el vértigo infantil se debe a causas benignas como la migraña vestibular o el vértigo paroxístico de la infancia, que en conjunto representan casi la mitad de los casos. Las causas graves, como los tumores cerebrales, son muy poco frecuentes (menos del 1 %).

    Tratamientos: ¿Qué se puede hacer?

    Los tratamientos para el vértigo en la infancia son muy variados, ya que dependen directamente de la causa subyacente que lo provoca. Sin embargo, en la mayoría de los casos, son sencillos y efectivos, permitiendo una buena recuperación.

    • Vértigo migrañoso infantil: El tratamiento inicial se centra en el asesoramiento, consejos sobre estilo de vida y restricciones dietéticas para evitar alimentos conocidos que desencadenan migrañas. Si esto no es suficiente, se puede considerar la medicación: supresores vestibulares (como la meclizina) de forma sintomática durante los episodios, o agentes antimigrañosos preventivos (como propranolol o topiramato) en casos de episodios frecuentes que afecten el rendimiento escolar.
    • Vértigo tras un traumatismo craneal o una neuritis vestibular: El manejo suele ser de apoyo y sintomático, con recuperación gradual en pocos días o semanas. Los supresores vestibulares pueden administrarse por un corto periodo, pero se evita su uso prolongado para no retrasar la recuperación a largo plazo.
    • Enfermedad de Ménière: Esta condición es rara en niños. Su manejo incluye la explicación y tranquilidad para los padres. Se ha reportado cierto éxito con la restricción de sal y el uso de diuréticos, aunque no está totalmente probado.
    • Mareos relacionados con ansiedad o factores emocionales: El mareo psicosomático es común en niños en edad escolar y puede asociarse con depresión, reacciones de adaptación o problemas de comportamiento. Si los síntomas de ansiedad son severos, se recomienda derivar al paciente a un psiquiatra infantil para un acompañamiento psicológico y apoyo familiar adecuado.
    • Rehabilitación Vestibular (VRT): La terapia de rehabilitación vestibular puede ser muy útil para compensar un déficit del oído interno. Realizada por fisioterapeutas especializados, es beneficiosa en casos persistentes como la enfermedad de Ménière, laberintitis, neuritis vestibular y vértigo post-conmoción, cuando los síntomas duran más de unas pocas semanas.

    En conjunto, la gran mayoría de los niños con vértigo mejoran con el tratamiento adecuado y evolucionan favorablemente. Los padres pueden sentirse tranquilos y confiados en que, en la inmensa mayoría de los casos, no se trata de un problema grave.

    Conclusión: Un mensaje de tranquilidad para los padres

    Aunque el vértigo en los niños puede ser alarmante al principio, la gran mayoría de las veces se trata de causas benignas y transitorias. Como hemos visto, las causas graves, como los tumores cerebrales, son extremadamente raras (menos del 1% de los casos). Con el acompañamiento médico adecuado, los pequeños recuperan su bienestar y continúan con su vida normal. Los padres pueden estar tranquilos: no están solos, y detrás de cada síntoma hay soluciones y caminos de recuperación.

    BIBLIOGRAFÍA

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  • Tics y trastorno de Tourette. Guía básica para familias.

    Ya en 2016 se comentaron los trastornos de tics desde la perspectiva del Neuropediatra:

    https://www.quironsalud.com/blogs/es/neuropediatra/tics-trastorno-tourette-perspectiva-neuropediatra-primera-p

    https://www.quironsalud.com/blogs/es/neuropediatra/tics-trastorno-tourette-perspectiva-neuropediatra-segunda-p

    Introducción

    A continuación, compartiremos una actualización de los contenidos, con el fin de que las familias dispongan de una guía clara sobre los pasos necesarios para abordar adecuadamente este trastorno, que es frecuente y, en la mayoría de los casos, benigno.

    Los trastornos de tics y el síndrome de Tourette en niños y adolescentes no son solo un reto clínico: también pueden convertirse en una experiencia desafiante para las familias. Los tics varían en intensidad y frecuencia, y aunque suelen considerarse una afección benigna, en muchos casos se acompañan de otras dificultades como el TDAH o el TOC. Estas condiciones asociadas pueden repercutir en la vida escolar, social y emocional de los niños. Sin embargo, hoy sabemos mucho más sobre estos trastornos y contamos con herramientas terapéuticas y estrategias de acompañamiento que permiten mejorar significativamente el bienestar y la calidad de vida de los pacientes y sus familias.

    ¿Qué son los tics y el síndrome de Tourette?

    Los tics son movimientos o sonidos repentinos, rápidos, repetitivos y no rítmicos, que en la mayoría de los casos aparecen de forma involuntaria, aunque algunos niños pueden llegar a contenerlos por cortos periodos. Se clasifican en simples, cuando involucran pocos grupos musculares o sonidos breves, y complejos, cuando se trata de movimientos más elaborados o vocalizaciones con palabras o frases.

    El síndrome de Tourette se diagnostica cuando existen múltiples tics motores y al menos un tic vocal en algún momento de la evolución, sin necesidad de que coincidan, y siempre que se mantengan durante más de un año desde su inicio, el cual debe ocurrir antes de los 18 años.

    En la mayoría de los casos, los tics comienzan entre los 4 y 6 años, mientras que en algún niño van despareciendo a partir de esta edad, algunos pacientes alcanzan la máxima intensidad en la preadolescencia (hacia los 10-12 años) y luego tienden a mejorar. Solo un porcentaje pequeño tiene un pronóstico reservado, la mayoría de las veces desaparecen solos. Es característico que su frecuencia y severidad fluctúen a lo largo del tiempo (fenómeno de ‘subidas y bajadas’), e incluso pueden presentarse periodos libres de tics, aunque para establecer el diagnóstico es necesario que hayan estado presentes de manera intermitente durante al menos un año.

    ¿Cómo afectan las comorbilidades?

    La comorbilidad es la norma, no la excepción. El 60% de los niños con Tourette tienen TDAH, y cerca del 50% presentan rasgos TOC. El TDAH se traduce en distracción, impulsividad e hiperactividad, mientras que el TOC provoca rituales y pensamientos obsesivos difíciles de controlar. La presencia de estas condiciones asociadas puede agravar de forma significativa las dificultades académicas, las relaciones sociales y aumenta el riesgo de ansiedad y trastornos del estado de ánimo.

    TDAH y Tourette: La presencia de TDAH en el síndrome de Tourette tiene un impacto clínico significativo: el TDAH con/sin hiperactividad suele aparecer antes que los tics y se asocia a mayor deterioro en habilidades organizativas, atención y adaptación escolar. El TDAH contribuye a dificultades académicas, problemas de conducta y mayor riesgo de rechazo social, agravando el pronóstico funcional de los pacientes con Tourette. Además, la coexistencia de ambos trastornos incrementa la probabilidad de alteraciones conductuales y empeora la calidad de vida.

    El manejo de Tourette con TDAH debe ser individualizado, priorizando el tratamiento de los síntomas que más afectan la funcionalidad. Los fármacos como los estimulantes (LDX o metilfenidato), atomoxetina, clonidina y guanfacina han demostrado eficacia para reducir síntomas de TDAH sin empeorar los tics; incluso pueden mejorar ambos cuadros en algunos casos. La atomoxetina es particularmente útil en estos casos. Sin embargo, los estimulantes pueden empeorar, especialmente en pacientes con TOC o ansiedad generalizada comórbida, los tics, por lo que debemos estar atentos a dicha posibilidad siempre que se usen estimulantes.

    En cuanto al pronóstico, los síntomas de TDAH pueden mejorar en la adolescencia, pero algunos adultos requieren tratamiento continuado. La presencia de TDAH en Tourette se asocia a mayor necesidad de intervenciones psicoeducativas, apoyo escolar y seguimiento multidisciplinar, dada la alta carga de deterioro funcional y social. El TDAH suele aparecer antes que los tics y empeora la capacidad de organización, atención y adaptación escolar. Además, la suma de tics y TDAH incrementa la probabilidad de problemas conductuales, bajo rendimiento escolar y rechazo social. La presencia del TDAH previo a la aparición de los tics puede llevar a la falsa conclusión de que es el tratamiento estimulante el que ha hecho "nacer" los tics. En ciertos casos dicho tratamiento puede ser un precipitador real.

    TOC y Tourette: en el contexto del síndrome de Tourette, aunque aproximadamente el 50% de los pacientes presentan rasgos obsesivo-compulsivos o síntomas obsesivo-compulsivos, e incluso solo obsesivos, solo una proporción menor cumple criterios diagnósticos completos de trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) que conlleva deterioro significativo o daño.

    La literatura médica distingue entre comportamientos obsesivo-compulsivos subclínicos, frecuentes en Tourette, y el TOC formal según criterios DSM, que requiere la presencia de obsesiones y compulsiones que causan malestar clínicamente significativo, deterioro funcional o riesgo. Estudios epidemiológicos y revisiones clínicas muestran que hasta el 80% de los pacientes con Tourette pueden tener algún tipo de comportamiento obsesivo-compulsivo, pero solo entre el 20% y el 30% cumplen criterios de TOC completo, y dentro de este grupo, una fracción aún menor presenta deterioro funcional relevante.

    Por tanto, la diferenciación clínica entre rasgos obsesivo-compulsivos y TOC formal es fundamental para el abordaje terapéutico y pronóstico.

    En el síndrome de Tourette, los síntomas obsesivo-compulsivos no siempre son iguales a los del TOC clásico (aunque pueden serlo). Más que estar provocados por pensamientos obsesivos y ansiedad, suelen aparecer por una sensación interna de que algo no está completo o no está en su sitio. Para aliviar esa incomodidad, los niños repiten ciertas acciones, como tocar, golpear u ordenar objetos, lo que a veces se confunde con tics complejos. Estas diferencias, no siempre tan claras, ayudan al diagnóstico diferencial y enfoque terapéutico.

    En el TOC típico, los rituales como lavarse o comprobar cosas se realizan para calmar la ansiedad que producen pensamientos intrusivos. En cambio, en Tourette los comportamientos repetitivos están más relacionados con sensaciones físicas o con la necesidad de lograr simetría. Por eso, suelen causar menos malestar que en el TOC clásico, aunque sí pueden afectar la vida diaria y requieren una evaluación cuidadosa para distinguirlos de los tics. No obstante, cada paciente es diferente, y debe ser enfocado de forma única.

    Diagnóstico y tratamiento: pensados para la familia

    Diagnóstico

    El diagnóstico debe ser minucioso y considerar la historia clínica, así como el contexto escolar y familiar. Pueden utilizarse herramientas específicas como la Yale Global Tic Severity Scale (YGTSS). En otras ocasiones puede ser más útil emplear escalas para TOC (Children’s Yale-Brown Obsessive Compulsive Scale, CY-BOCS) y para TDAH (Conners Rating Scales, ADHD-RS), o incluso combinarlas.

    Las escalas de funcionamiento (por ejemplo:Weiss), de depresión (por ejemplo Beck), de ansiedad generalizada, de irritabilidad, etc, pueden poseer un gran valor añadido. En caso de sospecha de TDAH asociado, la evaluación neuropsicológica especializada -con pruebas de inteligencia, atención y aprendizaje, entre otras-, es extremadamente útil.

    Es fundamental diferenciar entre tics, compulsiones del TOC y conductas propias del TDAH, un proceso que requiere experiencia clínica y mucha escucha activa a la familia.

    El especialista en neuropediatría o psiquiatría infantil puede pedir, en los casos que estime, pruebas complementarias como EEG, analítica, o resonancia magnética en función de la historia clínica, laos antecedentes, la exploración, etcétera.

    Tratamiento

    El tratamiento del síndrome de Tourette se fundamenta en la educación y el apoyo psicosocial, proporcionando información honesta sobre el curso clínico: los tics suelen mejorar o incluso remitir en la edad adulta, y el síndrome no es "progresivo". Es esencial el soporte escolar y la comprensión por parte de los adultos para minimizar el impacto funcional y social.

    Además del tratamiento farmacológico, la terapia conductual constituye una herramienta fundamental. Entre ellas, el Entrenamiento en Reversión de Hábitos y la Intervención Conductual Integral para Tics (CBIT) han mostrado gran eficacia en la reducción de tics, el control de impulsos y los síntomas obsesivo-compulsivos o de ansiedad.

    CBIT combina diversas técnicas: entrenamiento en reversión de hábitos, ejercicios de relajación y estrategias para reconocer y modificar situaciones que agravan los tics. Se recomienda como tratamiento inicial en la mayoría de los niños y adolescentes con Tourette, siempre que exista motivación y los síntomas generen malestar o interfieran en la vida diaria.

    Además, la terapia puede aplicarse de forma presencial, por videoconferencia o incluso en formato guiado por los padres, con resultados positivos en muchos casos.

    Cuando los tics, el trastorno obsesivo-compulsivo o el TDAH generan una interferencia significativa, se consideran opciones farmacológicas. Para Tourette con TDAH asociado, pero también planteable en casos de Tourette "a secas", los agonistas alfa-2 adrenérgicos (por ejemplo: guanfacina) pero sobre todo la atomoxetina son alternativas útiles. La presencia de TDAH en el síndrome de Tourette incrementa el riesgo de dificultades académicas, problemas conductuales y rechazo social, por lo que su abordaje debe ser prioritario y multidisciplinar. En todos los casos, el tratamiento debe individualizarse según la severidad de los síntomas y el grado de afectación funcional. El resto de comorbilidades, por ejemplo, la ansiedad o el TOC (pero cualquier otra), deben de ser manejadas multimodalmente de estar presentes, de lo contrario el tratamiento fracasará.

    Vivir con tics: implicaciones familiares y sociales

    Si hay algo esencial para las familias, es saber que no están solas y que el abordaje es multidisciplinar. Los padres pueden ser motor de cambio: impulsar el apoyo escolar, reclamar adaptaciones, y contribuir al trabajo terapéutico integrando estrategias conductuales en casa. La persistencia y el ejemplo de tolerancia y esperanza son claves para el bienestar de los niños y adolescentes con tics.

    Referencias

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  • Cuando tu hijo no puede esperar: la vejiga hiperactiva en la infancia

    Imagina la escena: llegas con tu hijo a casa después de un día largo. Has subido en el ascensor, sacas las llaves, y de repente tu hijo empieza a dar saltitos, cruzar las piernas y decir: "¡Me hago pis, me hago pis!". Apenas os da tiempo a abrir la puerta del piso, y a veces no lo consigue.

    Aunque a muchos padres les parece una anécdota graciosa o "algo normal en los niños", cuando este tipo de situaciones se repite con frecuencia, puede ser señal de un problema: la vejiga hiperactiva.

    ¿Qué es la vejiga hiperactiva?

    La vejiga es como un globo que se llena y se vacía. En la mayoría de los niños, hacia los 4 o 5 años ya han aprendido a controlarla: saben cuándo está llena y pueden esperar hasta llegar al baño.

    Pero en algunos casos, la vejiga "se adelanta" y manda una señal de urgencia antes de estar completamente llena. El niño siente una necesidad repentina y muy difícil de frenar, como si el cuerpo le gritara: "¡Ve al baño ya o te mojas!".

    Esto es lo que llamamos síndrome de vejiga hiperactiva. Se produce en ausencia de causas neurológicas, anatómicas u orgánicas identificables y se manifiesta con:

    Ganas repentinas e intensas de orinar, es decir, urgencia urinaria (sensación súbita y difícil de posponer de necesidad de orinar) con o sin incontinencia urinaria (la dificultad para retener acaba con escapes de orina).

    Micciones muy frecuentes durante el día (aumento en la frecuencia miccional).

    En algunos casos, también enuresis nocturna (nicturia).

    Según los criterios diagnósticos internacionalmente aceptados por la International Children’s Continence Society y otras sociedades científicas, no existe un número mínimo específico de episodios de urgencia urinaria requerido para establecer el diagnóstico de vejiga hiperactiva pediátrica.

    ¿Por qué ocurre?

    No se trata de que tu hijo sea "vago" o que "no sepa aguantarse". La explicación está en cómo madura su sistema nervioso.

    El control de la vejiga no depende solo de los riñones o de la vejiga misma: el cerebro juega un papel fundamental. Varias zonas cerebrales están implicadas en decidir si "aguantar" o "dejar salir" la orina:

    Corteza prefrontal: es la parte del cerebro encargada del autocontrol y de tomar decisiones conscientes. Gracias a ella, el niño puede "decidir" esperar hasta encontrar un baño. Cuando esta zona todavía está madurando, la capacidad de frenar el impulso no siempre funciona.

    Giro cingulado anterior (en azul hasta el punto blanco): actúa como una especie de "alarma interna". Evalúa la sensación de urgencia y la convierte en prioridad ("esto es importante, hay que ir al baño ya"). Si esta alarma se activa demasiado pronto, aparece la urgencia exagerada.

    Tronco del encéfalo: coordina los reflejos básicos de la micción. Es como el "piloto automático" que abre o cierra la vejiga sin que pensemos en ello.

    Lóbulo frontal en general (en rojo): sigue madurando hasta la adolescencia. Por eso algunos niños mejoran con el tiempo: sus circuitos de control se van reforzando poco a poco.

    En resumen, cuando hablamos de vejiga hiperactiva, hablamos de un reloj desajustado entre la vejiga y el cerebro. El "globo" de la orina manda señales demasiado pronto, y los centros cerebrales que deberían frenar ese impulso todavía no siempre responden con eficacia.

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    Visión de la corteza cerebral desde su cara interna (ver texto).

    El papel del condicionamiento: la "llave en la cerradura"

    Además de la maduración cerebral, hay algo muy curioso: el condicionamiento. Igual que los perros de Pavlov salivaban al oír la campanita porque la asociaban con la comida, muchos niños (y también adultos) asocian la llegada a casa con la necesidad urgente de orinar. Basta con entrar al portal, esperar el ascensor o girar la llave de la puerta para que la vejiga se active como si fuese un resorte. Por eso esa famosa escena de "me orino delante de la puerta" no es solo un chiste: refleja cómo el cerebro, sin que lo notemos, puede ligar ciertos lugares o rutinas con el impulso de vaciar la vejiga.

    Factores que influyen

    Historia familiar: a veces los padres tuvieron problemas similares en la infancia.

    Estreñimiento: cuando el intestino está lleno, presiona la vejiga y la irrita.

    Ansiedad: la preocupación o el estrés pueden disparar la urgencia.

    TDAH u otros trastornos del desarrollo: en algunos niños, la dificultad para regular impulsos también afecta al control de esfínteres. Este vínculo no significa que todos los niños con TDAH tengan problemas urinarios, pero sí se observa con frecuencia que ambos problemas caminan de la mano. ¿Por qué ocurre? El TDAH no afecta solo a la atención o al comportamiento en clase: está relacionado con cómo el cerebro regula los impulsos en general. Y el control de la vejiga es, en buena parte, un asunto de autocontrol.

    Los niños con TDAH suelen tener más dificultad para inhibir respuestas automáticas. Igual que les cuesta esperar su turno o frenar una acción impulsiva, también pueden tener problemas para "frenar" el reflejo de orinar cuando la vejiga aprieta.

    La corteza prefrontal, que es la región del cerebro encargada de la planificación, la regulación de la conducta y la capacidad de posponer gratificaciones, suele mostrar una maduración más lenta en el TDAH. Esto impacta directamente en la capacidad de aguantar las ganas de orinar hasta llegar a un baño.

    El giro cingulado anterior, implicado en priorizar y evaluar qué urgencia atender, puede enviar señales de alarma desproporcionadas, de modo que el niño percibe como inaplazable lo que en otros casos se podría controlar.

    ¿Qué se observa en la práctica? Mayor riesgo de incontinencia diurna (escapes durante el día).Más episodios de enuresis nocturna (mojar la cama después de la edad esperada). Dificultad para seguir rutinas de baño regulares, porque a menudo están distraídos o demasiado centrados en otras actividades.

    Mayor impacto emocional: si ya de por sí un niño con TDAH puede sentirse diferente o criticado en la escuela, sumar los escapes de orina aumenta la vergüenza y la ansiedad. El círculo se retroalimenta: la hiperactividad y la impulsividad favorecen los escapes, y los escapes generan tensión y estrés, lo que a su vez agrava la urgencia urinaria.

    En bastantes niños, al mejorar los síntomas del TDAH con estrategias educativas o, curiosamente, pero de forma frecuente, con el tratamiento farmacológico, también mejora el control de esfínteres.

    ¿Cómo afecta al niño?

    Más allá de los escapes y la incomodidad, la vejiga hiperactiva puede tener un impacto importante en la vida del niño:

    Autoestima: se sienten distintos o avergonzados, sobre todo si tienen accidentes en el colegio o en juegos con amigos.

    Relaciones sociales: evitan excursiones, fiestas de pijamas o campamentos por miedo a "hacerse pis".

    Rutina familiar: los padres viven en alerta constante, buscando siempre un baño cercano o cargando ropa de recambio.

    ¿Qué se puede hacer?

    La buena noticia es que la mayoría de los niños mejoran solos, con medidas sencillas y, en sólo en algunos casos, con ayuda médica.

    Algunas recomendaciones:

    Rutinas de baño: animar al niño a orinar cada 3-4 horas, incluso si dice que no tiene ganas. Aunque la programación de micciones regulares junto con la educación familiar y el refuerzo positivo es una intervención segura, apropiada y eficaz para la mayoría de los niños con urgencia urinaria situacional sin patología neurogénica, según la International Children’s Continence Society y la literatura médica relevante, creo que no hay que ser excesivamente estricto, se trata más de adquirir hábitos lógicos (orinar antes de acostarse, antes de un viaje, por ejemplo) que de convertir las rutinas en una tiranía insoportable para el niño. En resumen: La evidencia y las recomendaciones actuales de la International Children’s Continence Society y la literatura médica relevante apoyan que las rutinas programadas de micción deben implementarse de manera flexible, adaptándose a las necesidades y contexto del niño, y no de forma estricta o rígida. El objetivo principal de la uroterapia estándar es promover hábitos miccionales saludables y sostenibles, evitando que las intervenciones se conviertan en una carga o generen resistencia en el niño.

    Beber bien: evitar tanto el exceso como la falta de líquidos; reducir refrescos o bebidas con cafeína.

    Manejar el estreñimiento: más agua, frutas, verduras y, si hace falta, ayuda del pediatra. Muy útil.

    Apoyo emocional. Explicarle que no es su culpa y que no está solo.Nunca castigar ni regañar por los accidentes, sino reforzar los logros.

    Trabajo conjunto entre pediatra, urólogo (en edad pediátrica, en España, el Cirujano infantil) y con menos frecuencia con psicólogo/neurólogo infantil: tratar la vejiga y el TDAH a la vez mejora los resultados.

    En algunos casos, cuando las medidas básicas no son suficientes, el pediatra o el urólogo infantil pueden recomendar tratamientos específicos, como medicamentos o terapias de estimulación eléctrica, siempre adaptados a la edad y necesidades del niño.

    En resumen

    La vejiga hiperactiva en los niños es mucho más que un "problemilla de pis". Es una condición frecuente, con raíces neurológicas y conductuales, que puede marcar la vida escolar y social si no se atiende a tiempo. El diagnóstico se basa en la presencia recurrente de urgencia urinaria (sensación súbita y difícil de posponer de necesidad de orinar), con o sin incontinencia, generalmente acompañada de aumento en la frecuencia miccional y, a veces, nicturia, en ausencia de causas neurológicas, anatómicas u orgánicas identificables.

    Si tu hijo es de los que siempre tiene que correr al baño, si llega al portal y parece que no aguanta ni un segundo más, o si sigue mojando la cama con frecuencia después de los 6-7 años, no lo ignores ni lo regañes. Consulta con su pediatra: cuanto antes se detecte, antes se puede ayudar, pero no suele ser un diagnóstico "preocupante".

    Y recuerda: detrás de cada "carrera desesperada al ascensor" puede haber un cerebro y una vejiga que todavía están aprendiendo a coordinarse. Con paciencia, estrategias adecuadas y apoyo, casi todos los niños logran superar este obstáculo y vivir su infancia con confianza y tranquilidad.

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