Quirónsalud
Blog del Dr. Daniel Martín Fernández-Mayoralas. Neurología. Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo y Olympia Centro Médico Pozuelo
Introducción: la confusión habitual
Cuando un niño o un adulto muestra cambios de humor bruscos, impulsividad o una baja tolerancia a la frustración, es común que la primera sospecha sea un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Sin embargo, no toda inestabilidad emocional es un trastorno del ánimo ni una simple manifestación de desatención. Existe un concepto clave, a menudo pasado por alto, que explica esta "montaña rusa emocional" y que es fundamental para entender lo que realmente está ocurriendo.
Clave 1: existe algo llamado "impulsividad emocional" (y no es un trastorno del ánimo).
El término técnico es Déficit en la Autorregulación Emocional (DESR, por sus siglas en inglés), también conocido como "Impulsividad Emocional". Para entenderlo, es útil pensar en un espectro: en un extremo están las fluctuaciones normales del estado de ánimo que todos experimentamos; en el otro, los trastornos severos como la depresión o el trastorno bipolar. Como bien sabemos en psicología, entre la normalidad y la patología existen matices, y el DESR ocupa precisamente ese espacio intermedio.
La diferencia fundamental es que el problema no reside en el estado de ánimo en sí mismo, sino en la dificultad para regular la intensidad y la expresión de las emociones una vez que aparecen. Una persona con DESR no está constantemente triste o eufórica, pero su reacción emocional ante un estímulo puede ser desproporcionada y difícil de controlar.
Clave 2: el problema es la respuesta al gatillo, no un estado de ánimo constante.
Esta es la distinción más importante. La desregulación emocional ocurre como una reacción a estímulos o situaciones provocadoras concretas. Una vez que el estímulo desaparece o se gestiona, la intensidad emocional tiende a disiparse con relativa rapidez.
Por el contrario, los trastornos del estado de ánimo, como la depresión o la manía en el trastorno bipolar, implican estados emocionales sostenidos y persistentes que no siempre son provocados por un evento externo. La persona vive en un estado de ánimo alterado durante un período prolongado.
Los déficits en la regulación emocional son fenomenológicamente distintos de los trastornos del estado de ánimo, los cuales se caracterizan por la experiencia de emociones fuertes, no por su autorregulación (Thus, emotional impulsivity).
Clave 3: su vínculo con el TDAH es sorprendentemente fuerte.
La impulsividad emocional no es exclusiva del TDAH, pero la asociación entre ambos es innegable y está respaldada por la ciencia. Un estudio clave del Hospital General de Massachusetts (MGH) con población infantil reveló un dato contundente: el 44% de los niños con TDAH presentaban un perfil de desregulación emocional (DESR), en comparación con solo el 2% de los niños sin TDAH.
Y esto no es solo un problema de la infancia. Los estudios demuestran que el vínculo persiste en la vida adulta, donde una "mayoría considerable" de los adultos con TDAH también presentan DESR. Es más, el diagnóstico de TDAH predice la presencia de desregulación emocional de forma independiente, incluso cuando se descarta la influencia de otras condiciones comórbidas como la ansiedad o los trastornos de conducta.
Clave 4: el impacto es real, pero no donde crees.
La dificultad para regular las emociones tiene consecuencias directas y medibles que van más allá del malestar momentáneo. En los adultos, la presencia de DESR junto al TDAH agrava significativamente los resultados en la vida diaria, no solo en comparación con la población general, sino también en comparación con personas que solo tienen TDAH. Los datos muestran que el grupo TDAH+DESR presenta:
Sin embargo, aquí viene el hallazgo más sorprendente y contraintuitivo: el DESR no se asoció con un menor funcionamiento intelectual (CI) ni con el trastorno de la función ejecutiva (es decir, la capacidad de planificar, organizar o iniciar tareas). Esto es crucial porque desmonta el prejuicio de que estas reacciones emocionales se deben a una falta de inteligencia o de organización. El problema es específico de la gestión emocional, no de la capacidad cognitiva general.
Clave 5: no es falta de disciplina, es neurobiología.
Estas dificultades no son el resultado de una mala crianza, una falta de disciplina o un defecto de carácter. Tienen una base neurobiológica clara. Los estudios de neuroimagen apuntan a la circuitería cerebral que conecta la amígdala (el centro de procesamiento emocional del cerebro) con la corteza prefrontal (el centro de control y regulación). En este sistema, una estructura llamada cíngulo anterior juega un papel fundamental, ya que actúa como un puente que conecta el sistema límbico con la corteza y es crucial para procesar y regular la emoción.
En última instancia, estas dificultades no son una falta de amor ni de disciplina. Son expresiones de cómo el cerebro de una persona gestiona la emoción y la impulsividad.
Conclusión: entender para acompañar mejor
La desregulación emocional es un concepto distinto, con una base neurobiológica real y un impacto funcional significativo, que está fuertemente ligado al TDAH pero que no debe confundirse con un trastorno del estado de ánimo. Comprender esta diferencia es el primer paso para ofrecer un apoyo más preciso y compasivo, tanto en el ámbito clínico como en el familiar.
Ahora que entendemos que no se trata de un defecto de carácter, ¿cómo podemos cambiar nuestro enfoque para apoyar mejor a quienes viven esta realidad a diario?
El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) no siempre desaparece al crecer. En muchos adolescentes sigue presente y también puede continuar en la vida adulta. En Estados Unidos, por ejemplo, los estudios estiman que alrededor del 8–9 % de los adolescentes presenta síntomas compatibles con TDAH (ver: https://www.nimh.nih.gov/health/statistics/attention-deficit-hyperactivity-disorder-adhd
)
Vivir con TDAH en esta etapa puede traer varios desafíos: prestar atención en clase, organizarse, cumplir plazos, mantener el foco, relacionarse con los demás… Todo esto puede afectar al rendimiento escolar, la autoestima y el estado de ánimo. Además, cuando no se maneja bien, puede aumentar el riesgo de ansiedad, depresión, consumo de sustancias o trastornos de conducta, como el trastorno negativista desafiante (TND) o el trastorno disocial, que suelen aparecer cuando hay mucha frustración, conflictos familiares o sensación de falta de control. En algunos casos, el TDAH también se solapa con otros trastornos aparentemente muy diferentes, como ciertos trastornos de la personalidad o trastornos del estado de ánimo, como el trastorno de desregulación disruptiva del estado de ánimo (DMDD), lo que puede complicar el diagnóstico y el tratamiento.
¿Por qué tantos adolescentes dejan el tratamiento?
Durante la adolescencia, muchos jóvenes abandonan o cambian su tratamiento —ya sea la medicación o las intervenciones psicológicas y educativas—. Menos de la mitad sigue con el plan completo, especialmente al pasar a la vida adulta. Es una etapa en la que todo se mueve: el cuerpo, las amistades, la forma de pensar, los horarios, las prioridades… y también la percepción del propio TDAH. Muchos sienten que "ya no son niños" y que no quieren depender de una pastilla ni de citas médicas. Esa necesidad de decidir por sí mismos, tan necesaria para crecer, a veces los lleva a dejar de lado algo que les estaba ayudando.
Las razones suelen sonar razonables, pero con frecuencia esconden cansancio, inseguridad o el deseo de no sentirse diferentes: "ya me apaño solo", "eso del TDAH era cosa del cole", "no quiero ser el rarito que toma medicación", o "me la quito en verano y si me va bien, paso". También están las excusas más refinadas, como "ya controlo mis impulsos" o "prefiero ir natural", que en el fondo revelan miedo a depender o a admitir que aún hay dificultades. A veces hay efectos secundarios que desaniman, o padres que, agotados, bajan la guardia.
Pero dejar el tratamiento sin una buena planificación tiene su precio. No porque "sin medicación se hundan", sino porque muchos subestiman el papel que el TDAH sigue jugando en su vida diaria: en su organización, su motivación o su autocontrol. Lo que en la infancia eran despistes o impulsividad, en la adolescencia puede transformarse en suspensos, discusiones constantes, decisiones impulsivas o conductas de riesgo: coger el coche sin pensar, gastar dinero sin control o engancharse a pantallas o sustancias.
El problema no es solo que interrumpan algo que les ayudaba, sino que suelen hacerlo justo cuando más lo necesitan. La adolescencia exige más madurez, más independencia, más decisiones, más gestión emocional… y el cerebro con TDAH aún está aprendiendo a equilibrar todo eso. Es como soltar el cinturón de seguridad justo al entrar en la curva.
Por eso, más que insistir con frases como "tienes que tomarte la medicación", suele funcionar mejor cambiar la conversación. No se trata de obedecer, sino de entender que el tratamiento les ofrece herramientas para manejar su vida con más libertad. Cuando comprenden que no les quita autonomía, sino que les ayuda a tenerla, todo cambia. El objetivo no es "portarse bien" o "sacar buenas notas", sino vivir con menos caos y más opciones reales.
Además, el pronóstico para muchos adolescentes y adultos jóvenes con TDAH se deteriora de forma notable cuando los síntomas persisten y no se mantiene un tratamiento farmacológico de manera constante y adecuada. La evidencia muestra que quienes interrumpen el tratamiento tienen mayor riesgo de dificultades académicas, laborales y sociales, así como de desarrollar problemas emocionales o conductas de riesgo. En cambio, la continuidad terapéutica se asocia con mejor adaptación, menor impulsividad y mayor estabilidad emocional. Ver: https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC3520745/
Tratamientos y apoyos que realmente funcionan
Los fármacos estimulantes (como el metilfenidato o la lisdexanfetamina) y los no estimulantes (atomoxetina, guanfacina, etcétera) siguen siendo los tratamientos más eficaces para controlar los síntomas principales. Sin embargo, su efecto sobre la organización, la motivación o las relaciones sociales puede variar mucho entre personas. Por eso, lo ideal es que el tratamiento no se limite solo a la medicación, sino que se complemente con apoyos psicosociales: terapia psicológica para las comorbilidades, entrenamiento en habilidades y funciones ejecutivas, intervención familiar —a menudo esencial en los trastornos de conducta—, entre otros. Cada caso necesita un enfoque personalizado, teniendo en cuenta la edad, las características del joven y sus preferencias.
Aun así, no siempre el tratamiento "encaja bien" con el adolescente o el adulto joven. Es fundamental escuchar sus sensaciones y atender a sus demandas, especialmente cuando describen efectos adversos subjetivos como nerviosismo, apatía o la sensación de "no sentirse ellos mismos". Ajustar la dosis, el horario o incluso el tipo de fármaco puede marcar una gran diferencia. Este enfoque más flexible y personalizado mejora la tolerancia y refuerza la adherencia, porque el joven percibe que su experiencia importa y que el tratamiento se adapta a él, no al revés.
Las intervenciones psicosociales —como la terapia cognitivo-conductual, el entrenamiento en planificación o la entrevista motivacional— no siempre reducen los síntomas tanto como la medicación, pero aportan algo igual de importante: enseñan al adolescente a entenderse y a convivir mejor con su forma de ser. Le ayudan a anticipar dificultades, a manejar la frustración, a desarrollar estrategias y a construir rutinas que funcionan en la vida real.
Más que "curar", estas terapias dan estructura y sentido, fortalecen la autoestima y devuelven la sensación de control. Por eso, la combinación entre medicación y apoyo psicológico suele ofrecer los mejores resultados: una trabaja sobre los síntomas, la otra sobre la manera de vivir con ellos.
Cuando el tratamiento se plantea así —de manera integral y compartida— el adolescente se siente parte activa del proceso. Es clave explicarle qué es el TDAH, por qué no es culpa suya y qué opciones tiene para manejarlo. Cuando siente que tiene voz, la implicación mejora. También ayuda mucho facilitar el acceso a los servicios, ofrecer apoyos no farmacológicos y entender que el tratamiento no se reduce a "tomar o no tomar una pastilla".
En definitiva, el TDAH en la adolescencia puede manejarse con éxito si se combinan los tratamientos médicos con estrategias que refuercen la autonomía, la motivación, la planificación y la participación del joven. El objetivo va mucho más allá de "quitar síntomas": se trata de que el adolescente entienda su manera de funcionar, aprenda a vivir con ella y desarrolle herramientas que le sirvan cuando empiece su vida adulta.
Estrategias reales para hablar con adolescentes en casa
Referencias
¿Qué factores influyen en la evolución del TDAH?
El estudio identificó varios factores que pueden influir en la trayectoria del TDAH, aunque no existe una fórmula mágica para predecir el curso individual:

¿Qué implicaciones tiene para quienes conviven con el TDAH?
Los resultados del estudio tienen importantes implicaciones prácticas:

Conclusión
El TDAH es un trastorno complejo y dinámico, cuya evolución varía considerablemente de una persona a otra. La visión clásica de un TDAH que simplemente "persiste" o "remite" resulta insuficiente para explicar la realidad de la mayoría de los casos. Las fluctuaciones del TDAH son comunes y sustanciales, y entenderlo puede ayudar a reducir la frustración y el estigma tanto en quienes viven con el trastorno como en sus familias. De hecho, cuando se produce una remisión temporal, las personas con TDAH fluctuante pueden gestionar el aumento de las responsabilidades.
La investigación continúa, pero los hallazgos actuales invitan a una mayor flexibilidad y personalización en el tratamiento y se debe realizar un seguimiento clínico de los síntomas de los pacientes, con el objetivo de detectar recaídas y facilitar el retorno a la atención lo antes posible. Reconocer la posibilidad de altibajos, fomentar la adaptación al ambiente y mantener una actitud proactiva ante los cambios son claves para mejorar la calidad de vida y el bienestar a lo largo de los años.

El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) es uno de los diagnósticos más frecuentes en la infancia y la adolescencia. Tradicionalmente, se ha considerado un problema crónico del neurodesarrollo, con síntomas que pueden persistir hasta la edad adulta en aproximadamente la mitad de los casos. Sin embargo, los avances en la investigación han puesto en tela de juicio esta visión clásica: cada vez más estudios muestran que el TDAH no siempre sigue un curso lineal, sino que puede fluctuar a lo largo del tiempo, con periodos de mejoría y recaídas.
Un reciente y ambicioso estudio internacional, basado en el Estudio Multimodal de Tratamiento del TDAH (MTA), ha seguido durante 16 años a casi 500 personas diagnosticadas en la infancia, analizando cómo evolucionan los síntomas y qué factores influyen en su trayectoria. Nos ha parecido tan interesante que hemos decidido comentarlo en este blog. Los resultados de este trabajo aportan una visión mucho más matizada y realista del TDAH y ofrecen pistas valiosas para quienes conviven con el trastorno, sus familias y los profesionales. La referencia del artículo completo es: Characteristics and Predictors of Fluctuating Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder in the Multimodal Treatment of ADHD (MTA) Study. Margaret H. Sibley, PhD et al. J Clin Psychiatry 85:4, December 2024.
¿Qué es el TDAH fluctuante?
Hasta hace poco, se pensaba que el TDAH era como un interruptor: o bien persistía desde la infancia hasta la edad adulta, o bien remitía y desaparecía para siempre. Sin embargo, el seguimiento prolongado de grandes grupos de pacientes ha revelado que, en la mayoría de los casos, el TDAH no es ni tan estable ni tan predecible.
El concepto de TDAH fluctuante se refiere a aquellas personas que experimentan altibajos en sus síntomas a lo largo de los años. Es decir, pueden pasar por periodos en los que los síntomas prácticamente desaparecen (remisión) y otros en los que vuelven a intensificarse (recurrencia), sin que necesariamente exista una causa clara o un patrón fijo.
En el estudio de Sibley y colaboradores, algo más del 60% de los participantes mostraron este patrón fluctuante, lo que lo convierte en el curso más frecuente del TDAH. Solo una minoría mantuvo síntomas persistentes y estables a lo largo del tiempo, mientras que el resto del grupo experimentó una remisión completa y sostenida.
¿Cómo se estudió el TDAH a largo plazo?
El estudio MTA de 1993 es uno de los más rigurosos y prolongados realizados hasta la fecha durante su fase de tratamiento controlado aleatorio sobre tratamientos infantiles, en el que se analizaron combinaciones de medicación, tratamiento conductual o ausencia de tratamiento, tratamiento controlado por la comunidad, y se compararon y se hizo un seguimiento de los niños durante 14 meses para ver cómo evolucionaban. Pero una vez finalizada esa fase, el estudio se convirtió en naturalístico y se reclutaron a compañeros de clase sin TDAH para que se unieran al estudio y se siguieron obteniendo datos publicados en diferentes publicaciones. El presente estudio de Sibley et al, de 2024, incluye a 483 niños y niñas diagnosticados de TDAH tipo combinado, que fueron evaluados en nueve ocasiones desde los 8 hasta los 25 años de edad. Se recogieron datos sobre síntomas, funcionamiento diario, salud mental, consumo de sustancias, uso de tratamientos y factores del entorno, tanto en la infancia como en la adolescencia como en la etapa adulta joven. Los investigadores clasificaron a los participantes en cuatro grandes grupos según la evolución de sus síntomas:



Un dato interesante es que los primeros periodos de remisión solían aparecer en la adolescencia, coincidiendo con etapas de mayores exigencias académicas y sociales. Sin embargo, la estabilidad funcional (la capacidad de afrontar las demandas diarias) era mayor que la estabilidad de los propios síntomas, lo que sugiere que muchas personas pueden adaptarse y funcionar bien incluso cuando persisten algunos síntomas.
En comparación con otros grupos, el TDAH fluctuante presentaba una gravedad clínica moderada (no eran los pacientes más sintomáticos) y un nivel de riesgo infantil intermedio. Es decir, ni los factores de riesgo ni los de protección eran especialmente extremos, lo que refuerza la idea de que este patrón es el más representativo de la evolución natural del TDAH. Es más, los que remitieron por completo también mostraron esa inestabilidad. Simplemente disminuyeron durante un tiempo al final y mejoraron. Por lo tanto, también experimentaron una amplia gama de síntomas de falta de atención a lo largo de los diferentes años del MTA, una gama bastante amplia de síntomas hiperactivos e impulsivos y una cantidad similar de fluctuaciones que el grupo fluctuante.
El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es una afección crónica que afecta aproximadamente a un 6% de niños y jóvenes, e incluye una combinación de problemas persistentes, tales como dificultad para mantener la atención, hiperactividad y comportamiento impulsivo.
El Dr. Alberto Fernández Jaén, responsable de la Unidad de Neurología Infantil del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid, profundiza en este trastorno, los diferentes tipos, sus causas, su incidencia y los posibles tratamientos disponibles.
El Dr. Daniel Martín Fernández Mayoralas, neurólogo infantil de los hospitales universitarios Quirónsalud Madrid y Ruber Juan Bravo, indica los diferentes síntomas que afectan a los pacientes que padecen este trastorno. Además, detalla los diferentes procedimientos de diagnóstico y el seguimiento del TDAH en pacientes adultos.
En el tratamiento psicológico, la Dra. Paloma Méndez de Miguel, psicóloga de la Unidad de Pediatría del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid y del Hospital Quirónsalud San José, nos explica cómo se evalúa a los pacientes con pruebas de función ejecutiva y de inteligencia para determinar el diagnóstico y el tratamiento psicológico correcto.
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