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Blog del Dr. Daniel Martín Fernández-Mayoralas. Neurología. Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo y Hospital Universitario Quirónsalud Madrid

  • TDAH y emociones fuera de control: entender la desregulación emocional como un síntoma central del trastorno

    Durante años se ha descrito el TDAH como un problema de atención, hiperactividad o impulsividad. Sin embargo, esta definición deja fuera una parte esencial de la experiencia de quienes lo viven: la dificultad para manejar las emociones.

    No se trata solo de distraerse o moverse demasiado, sino de sentir con una intensidad que desborda. La frustración, la ira o la tristeza aparecen de golpe, sin previo aviso, y con una fuerza que arrasa con la calma y la convivencia.

    Esta dificultad para modular lo que se siente se llama desregulación emocional, y hoy sabemos que no es un añadido, sino un componente central del TDAH.

    El tercer eje del TDAH: atención, impulsividad y emoción

    El psicólogo Russell Barkley hizo hincapié en que el TDAH combinado no es sólo un trastorno de la atención, sino también del autocontrol, lo que incluye no solo la impulsividad, sino también la capacidad de regular las emociones.

    Desde otra perspectiva, Joseph Blader mostró que las reacciones emocionales explosivas son una de las manifestaciones más frecuentes y problemáticas del trastorno.

    Ambos coinciden en algo clave: comprender el TDAH sin tener en cuenta la parte emocional es comprenderlo a medias.

    No es sentir demasiado, sino perder el control demasiado rápido.

    La desregulación emocional puede verse como una impulsividad interna: las emociones surgen, se desbordan y tardan en calmarse.

    El niño con TDAH combinado no elige, en general, reaccionar así; su sistema de control biológico simplemente llega tarde.

    El cerebro que frena tarde

    Las emociones y la atención comparten los mismos circuitos cerebrales.

    El sistema límbico (que genera las emociones) y la corteza prefrontal (que las regula) trabajan coordinadamente para mantener el equilibrio.

    En el TDAH, esa comunicación es más lenta o menos eficiente: la emoción se enciende antes de que el freno pueda actuar.

    La amígdala, responsable de las reacciones rápidas, responde con intensidad, mientras que la corteza prefrontal —la parte racional— tarda en intervenir, gestionando más despacio los sentimientos.

    Además, el sistema de recompensa del cerebro funciona de forma distinta.

    Las personas con TDAH necesitan más estímulo o novedad para mantener el interés.

    Cuando no lo logran, la frustración aparece enseguida, alimentando el ciclo emocional.

    Cómo se manifiesta

    La desregulación emocional del TDAH difiere de los trastornos del estado de ánimo como los trastornos depresivos, que incluyen el Trastorno Disruptivo de Desregulación del Estado de Ánimo (TDDEA) o el trastorno bipolar y diagnósticos relacionados, entre otros, que además, pueden aparecer de forma aislada o comórbida al TDAH.

    Las emociones intensas del TDAH son breves y reactivas: estallan ante una frustración (tareas, obligaciones, interrumpir partidas, y otros estímulos que no deberían ser tan desequilibrantes en un niño normotípico) y desaparecen poco después. Un niño puede gritar o llorar, y minutos después reír como si nada.
    Esa oscilación confunde a los adultos, que lo interpretan como manipulación o desafío.

    Pero el problema no es la emoción en sí, sino la falta de capacidad para frenarla y reconducirla.

    En adolescentes se traduce en impaciencia, irritabilidad, explosiones verbales o la sensación de "no tener filtro emocional". Saben que se desbordan, pero no pueden evitarlo. Esa conciencia sin control genera culpa, ansiedad y agotamiento emocional.

    Evaluar para comprender.

    Distinguir la desregulación emocional del TDAH de un trastorno del ánimo es fundamental.

    En el TDAH, el estado de ánimo entre crisis suele ser normal: el niño disfruta, se ríe y se calma tras la tormenta, que aparece característicamente ante una frustración, a menudo banal. Preguntar si los estallidos tienen un desencadenante claro o aparecen sin motivo ayuda a diferenciar.

    En el Trastorno Disruptivo de Desregulación del Estado de Ánimo (TDDEA) los arrebatos de ira son graves y recurrentes, desproporcionados con respecto a la situación o provocación. Esos arrebatos pueden ser verbales o conductuales (gritos, agresividad, destrucción de objetos). Ocurren tres o más veces por semana. Además, el estado de ánimo entre episodios es persistentemente irritable o enfadado la mayor parte del día, casi todos los días. En los trastornos depresivos, el malestar persiste incluso cuando todo va bien. En el trastorno bipolar los síntomas durante los episodios de manía con euforia, aumento de energía, disminución de la necesidad de dormir, grandiosidad, pensamiento acelerado, conductas arriesgadas; o la depresión con inhibición, anhedonia y síntomas vegetativos, son tan patológicos y alternantes, que indican una disfunción mucho más grave que la disregulación anímica del TDAH. Si los síntomas de ira aparecen sólo en un contexto que provoca ansiedad, es importante diagnosticarla adecuadamente investigando miedos y preocupaciones excesivas de forma minuciosa. Aunque los trastornos del aprendizaje pueden producir arrebatos en contextos de pánico/ansiedad intensa o relacionados con tareas escolares específicas, deberían de detectarse durante la evaluación del propio TDAH.

    De igual forma los trastornos de sueño importantes deben de ser siempre considerados.

    Lo importante no es solo cuán intensa es la emoción, sino cuánto dura y cómo se recupera. Por ejemplo, en los niños, el trastorno bipolar verdadero implica períodos definidos prolongados (días a semanas) de ánimo patológicamente elevado o irritable, con síntomas añadidos como fuga de ideas, hipersexualidad o conductas notablemente desinhibidas. Además, la alternancia de estas conductas con episodios de depresión mayor, de al menos dos semanas de duración, son claramente diferenciadores.

    Cuando el comportamiento se caracteriza por la negatividad, la hostilidad y el desafío deliberado con menor carga afectiva, la norma es la existencia de un trastorno negativista-desafiante, a menudo consecuencia de un TDAH sin tratamiento, y con poca frecuencia la antesala de un trastorno disocial o más delante de la personalidad antisocial.

    Las señales de alerta que nos dicen que "hay más cosas que un TDAH" y conviene evaluar minuciosamente con un profesional con experiencia son, entre otras:

    • Arrebatos diarios que duran mucho y dejan "resaca" emocional (horas de malestar)
    • Irritabilidad persistente la mayor parte del día durante semanas/meses.
    • Agresividad física o autolesiones
    • Episodios afectivos definidos (días-semanas) con otros síntomas nucleares (sueño, energía, anhedonia, grandiosidad, fuga de ideas).
    • Empeoramiento tras iniciar o subir medicación (posible efecto adverso)
    • Dificultades conductuales marcadas no sólo en casa, también en el colegio, con la autoridad y las amistades.

    Tratamiento: del control al autocontrol

    El objetivo no es anular las emociones, sino enseñar al cerebro a gestionarlas mejor.

    Cuando se trata el TDAH de forma integral, la estabilidad emocional mejora en la mayoría de los casos.

    Primera línea: los estimulantes

    Los fármacos estimulantes (metilfenidato o anfetaminas) son el tratamiento de primera elección.

    No solo mejoran la atención, sino que también reducen la impulsividad y el autocontrol.

    Otras posibilidades ¡Cuidado!

    Si pese a un tratamiento bien ajustado las emociones siguen fuera de control, existen otras opciones:

    • Medicamentos no estimulantes como la atomoxetina o la guanfacina.
    • En algunos casos, otros fármacos complementarios (por ejemplo, estabilizadores del ánimo o antipsicóticos en dosis bajas).

    Estas opciones se valoran solo cuando el tratamiento principal no basta o no funciona adecuadamente y siempre bajo supervisión médica, dado que pueden existir condiciones comórbidas al TDAH que ya hemos comentado y que no solo pueden no mejorar con los fármacos del TDAH, sino que pueden empeorar.

    Más allá de la medicación: enseñar a calmarse

    Los medicamentos son una parte del tratamiento del TDAH moderado/grave, pero no la única.

    Los programas de entrenamiento parental ayudan a las familias a comprender el problema y a responder sin escalar el conflicto.

    El objetivo es prevenir, reforzar lo positivo y enseñar estrategias de calma, no castigar la emoción.

    Las terapias cognitivo-conductuales adaptadas al TDAH enseñan a reconocer las señales de desbordamiento, detener la escalada y redirigir la atención antes del punto de no retorno.

    También se aplican técnicas de exposición gradual a la frustración: practicar la paciencia en un entorno seguro para fortalecer la tolerancia emocional.

    Algunas pautas muy básicas para las familias

    1. Preparar el terreno

    Rutinas previsibles y señales de transición (avisos de 5 y 2 minutos).

    Anticipar situaciones difíciles (salidas, deberes) con reglas claras y visuales.

    Dormir, comer y ejercicio: pilares que reducen reactividad.

    2. Antes del estallido

    Nombrar y normalizar: "Veo que estás frustrado; nos pasa a todos".

    Elegir batallas: priorizar 1-2 objetivos conductuales.

    Ofrecer alternativas inmediatas: tarjeta de pausa, respirar 4-6, cambio breve de actividad.

    3. Durante el estallido

    Seguridad primero. Frases cortas, voz calmada, retirar público.

    No razonar en pico de activación. Esperar a que baje (10-20 minutos suele ser clave).

    Evitar reforzar con atención intensa el berrinche; sí reforzar el esfuerzo por calmarse.

    4. Después del estallido

    Revisión breve (qué pasó, qué haríamos distinto), plan concreto para la próxima ("si noto 6/10 de enfado, uso la tarjeta de pausa").

    Reforzar lo específico: "Me gustó cómo pediste parar un minuto".

    5. Construir tolerancia a la frustración

    Exposición graduada a "mini-retos" diarios (esperar, perder en juegos, corregir sin derrumbarse) con refuerzo positivo intenso.

    Entrenar habilidades: solución de problemas en 4 pasos, role-play de pedir ayuda, autoinstrucciones.

    6. Cuidar el clima familiar

    Tiempo especial diario 10-15 minutos (sin mandatos, solo conexión).

    Coordinación entre cuidadores y con el colegio (mismas reglas, mismas señales).

    Evolución y diversidad

    No todas las personas con TDAH presentan desregulación emocional.

    En algunas es leve; en otras, muy dominante el cuadro. La intensidad varía según la edad, el entorno y el estrés. En estos casos es fundamental un minucioso diagnóstico diferencial de otras comorbilidades como ya hemos explicado.

    Con tratamiento y apoyo, muchas personas aprenden a pausar antes de reaccionar. Trabajar esa autorregulación mejora no solo el bienestar, sino también las relaciones, la motivación y la autoestima.

    Un cambio de mirada

    Reconocer la desregulación emocional como parte del TDAH transforma nuestra comprensión del trastorno.

    Ya no hablamos de un problema de carácter, sino de una dificultad de autorregulación. Las emociones no deben eliminarse: deben aprenderse a manejar. No se trata de que los niños se porten bien, sino de que aprendan a recuperar el control cuando pierden el equilibrio.

    Cada pequeño avance —una pausa antes del grito, una respiración antes del enfado— es un paso en el desarrollo del autocontrol.

    Detrás de cada estallido hay un niño o adolescente intentando hacerlo lo mejor que puede con las herramientas que tiene.

    En resumen

    Las emociones fuera de control no son un añadido del TDAH, sino una de sus caras más humanas.

    Reconocerlo nos permite acompañar con empatía, intervenir con eficacia y construir un entorno donde la emoción no sea enemiga, sino un punto de partida para aprender autocontrol y confianza.

    Bibliografía

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  • Cuando tu hijo no puede esperar: la vejiga hiperactiva en la infancia

    Imagina la escena: llegas con tu hijo a casa después de un día largo. Has subido en el ascensor, sacas las llaves, y de repente tu hijo empieza a dar saltitos, cruzar las piernas y decir: "¡Me hago pis, me hago pis!". Apenas os da tiempo a abrir la puerta del piso, y a veces no lo consigue.

    Aunque a muchos padres les parece una anécdota graciosa o "algo normal en los niños", cuando este tipo de situaciones se repite con frecuencia, puede ser señal de un problema: la vejiga hiperactiva.

    ¿Qué es la vejiga hiperactiva?

    La vejiga es como un globo que se llena y se vacía. En la mayoría de los niños, hacia los 4 o 5 años ya han aprendido a controlarla: saben cuándo está llena y pueden esperar hasta llegar al baño.

    Pero en algunos casos, la vejiga "se adelanta" y manda una señal de urgencia antes de estar completamente llena. El niño siente una necesidad repentina y muy difícil de frenar, como si el cuerpo le gritara: "¡Ve al baño ya o te mojas!".

    Esto es lo que llamamos síndrome de vejiga hiperactiva. Se produce en ausencia de causas neurológicas, anatómicas u orgánicas identificables y se manifiesta con:

    Ganas repentinas e intensas de orinar, es decir, urgencia urinaria (sensación súbita y difícil de posponer de necesidad de orinar) con o sin incontinencia urinaria (la dificultad para retener acaba con escapes de orina).

    Micciones muy frecuentes durante el día (aumento en la frecuencia miccional).

    En algunos casos, también enuresis nocturna (nicturia).

    Según los criterios diagnósticos internacionalmente aceptados por la International Children’s Continence Society y otras sociedades científicas, no existe un número mínimo específico de episodios de urgencia urinaria requerido para establecer el diagnóstico de vejiga hiperactiva pediátrica.

    ¿Por qué ocurre?

    No se trata de que tu hijo sea "vago" o que "no sepa aguantarse". La explicación está en cómo madura su sistema nervioso.

    El control de la vejiga no depende solo de los riñones o de la vejiga misma: el cerebro juega un papel fundamental. Varias zonas cerebrales están implicadas en decidir si "aguantar" o "dejar salir" la orina:

    Corteza prefrontal: es la parte del cerebro encargada del autocontrol y de tomar decisiones conscientes. Gracias a ella, el niño puede "decidir" esperar hasta encontrar un baño. Cuando esta zona todavía está madurando, la capacidad de frenar el impulso no siempre funciona.

    Giro cingulado anterior (en azul hasta el punto blanco): actúa como una especie de "alarma interna". Evalúa la sensación de urgencia y la convierte en prioridad ("esto es importante, hay que ir al baño ya"). Si esta alarma se activa demasiado pronto, aparece la urgencia exagerada.

    Tronco del encéfalo: coordina los reflejos básicos de la micción. Es como el "piloto automático" que abre o cierra la vejiga sin que pensemos en ello.

    Lóbulo frontal en general (en rojo): sigue madurando hasta la adolescencia. Por eso algunos niños mejoran con el tiempo: sus circuitos de control se van reforzando poco a poco.

    En resumen, cuando hablamos de vejiga hiperactiva, hablamos de un reloj desajustado entre la vejiga y el cerebro. El "globo" de la orina manda señales demasiado pronto, y los centros cerebrales que deberían frenar ese impulso todavía no siempre responden con eficacia.

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    Visión de la corteza cerebral desde su cara interna (ver texto).

    El papel del condicionamiento: la "llave en la cerradura"

    Además de la maduración cerebral, hay algo muy curioso: el condicionamiento. Igual que los perros de Pavlov salivaban al oír la campanita porque la asociaban con la comida, muchos niños (y también adultos) asocian la llegada a casa con la necesidad urgente de orinar. Basta con entrar al portal, esperar el ascensor o girar la llave de la puerta para que la vejiga se active como si fuese un resorte. Por eso esa famosa escena de "me orino delante de la puerta" no es solo un chiste: refleja cómo el cerebro, sin que lo notemos, puede ligar ciertos lugares o rutinas con el impulso de vaciar la vejiga.

    Factores que influyen

    Historia familiar: a veces los padres tuvieron problemas similares en la infancia.

    Estreñimiento: cuando el intestino está lleno, presiona la vejiga y la irrita.

    Ansiedad: la preocupación o el estrés pueden disparar la urgencia.

    TDAH u otros trastornos del desarrollo: en algunos niños, la dificultad para regular impulsos también afecta al control de esfínteres. Este vínculo no significa que todos los niños con TDAH tengan problemas urinarios, pero sí se observa con frecuencia que ambos problemas caminan de la mano. ¿Por qué ocurre? El TDAH no afecta solo a la atención o al comportamiento en clase: está relacionado con cómo el cerebro regula los impulsos en general. Y el control de la vejiga es, en buena parte, un asunto de autocontrol.

    Los niños con TDAH suelen tener más dificultad para inhibir respuestas automáticas. Igual que les cuesta esperar su turno o frenar una acción impulsiva, también pueden tener problemas para "frenar" el reflejo de orinar cuando la vejiga aprieta.

    La corteza prefrontal, que es la región del cerebro encargada de la planificación, la regulación de la conducta y la capacidad de posponer gratificaciones, suele mostrar una maduración más lenta en el TDAH. Esto impacta directamente en la capacidad de aguantar las ganas de orinar hasta llegar a un baño.

    El giro cingulado anterior, implicado en priorizar y evaluar qué urgencia atender, puede enviar señales de alarma desproporcionadas, de modo que el niño percibe como inaplazable lo que en otros casos se podría controlar.

    ¿Qué se observa en la práctica? Mayor riesgo de incontinencia diurna (escapes durante el día).Más episodios de enuresis nocturna (mojar la cama después de la edad esperada). Dificultad para seguir rutinas de baño regulares, porque a menudo están distraídos o demasiado centrados en otras actividades.

    Mayor impacto emocional: si ya de por sí un niño con TDAH puede sentirse diferente o criticado en la escuela, sumar los escapes de orina aumenta la vergüenza y la ansiedad. El círculo se retroalimenta: la hiperactividad y la impulsividad favorecen los escapes, y los escapes generan tensión y estrés, lo que a su vez agrava la urgencia urinaria.

    En bastantes niños, al mejorar los síntomas del TDAH con estrategias educativas o, curiosamente, pero de forma frecuente, con el tratamiento farmacológico, también mejora el control de esfínteres.

    ¿Cómo afecta al niño?

    Más allá de los escapes y la incomodidad, la vejiga hiperactiva puede tener un impacto importante en la vida del niño:

    Autoestima: se sienten distintos o avergonzados, sobre todo si tienen accidentes en el colegio o en juegos con amigos.

    Relaciones sociales: evitan excursiones, fiestas de pijamas o campamentos por miedo a "hacerse pis".

    Rutina familiar: los padres viven en alerta constante, buscando siempre un baño cercano o cargando ropa de recambio.

    ¿Qué se puede hacer?

    La buena noticia es que la mayoría de los niños mejoran solos, con medidas sencillas y, en sólo en algunos casos, con ayuda médica.

    Algunas recomendaciones:

    Rutinas de baño: animar al niño a orinar cada 3-4 horas, incluso si dice que no tiene ganas. Aunque la programación de micciones regulares junto con la educación familiar y el refuerzo positivo es una intervención segura, apropiada y eficaz para la mayoría de los niños con urgencia urinaria situacional sin patología neurogénica, según la International Children’s Continence Society y la literatura médica relevante, creo que no hay que ser excesivamente estricto, se trata más de adquirir hábitos lógicos (orinar antes de acostarse, antes de un viaje, por ejemplo) que de convertir las rutinas en una tiranía insoportable para el niño. En resumen: La evidencia y las recomendaciones actuales de la International Children’s Continence Society y la literatura médica relevante apoyan que las rutinas programadas de micción deben implementarse de manera flexible, adaptándose a las necesidades y contexto del niño, y no de forma estricta o rígida. El objetivo principal de la uroterapia estándar es promover hábitos miccionales saludables y sostenibles, evitando que las intervenciones se conviertan en una carga o generen resistencia en el niño.

    Beber bien: evitar tanto el exceso como la falta de líquidos; reducir refrescos o bebidas con cafeína.

    Manejar el estreñimiento: más agua, frutas, verduras y, si hace falta, ayuda del pediatra. Muy útil.

    Apoyo emocional. Explicarle que no es su culpa y que no está solo.Nunca castigar ni regañar por los accidentes, sino reforzar los logros.

    Trabajo conjunto entre pediatra, urólogo (en edad pediátrica, en España, el Cirujano infantil) y con menos frecuencia con psicólogo/neurólogo infantil: tratar la vejiga y el TDAH a la vez mejora los resultados.

    En algunos casos, cuando las medidas básicas no son suficientes, el pediatra o el urólogo infantil pueden recomendar tratamientos específicos, como medicamentos o terapias de estimulación eléctrica, siempre adaptados a la edad y necesidades del niño.

    En resumen

    La vejiga hiperactiva en los niños es mucho más que un "problemilla de pis". Es una condición frecuente, con raíces neurológicas y conductuales, que puede marcar la vida escolar y social si no se atiende a tiempo. El diagnóstico se basa en la presencia recurrente de urgencia urinaria (sensación súbita y difícil de posponer de necesidad de orinar), con o sin incontinencia, generalmente acompañada de aumento en la frecuencia miccional y, a veces, nicturia, en ausencia de causas neurológicas, anatómicas u orgánicas identificables.

    Si tu hijo es de los que siempre tiene que correr al baño, si llega al portal y parece que no aguanta ni un segundo más, o si sigue mojando la cama con frecuencia después de los 6-7 años, no lo ignores ni lo regañes. Consulta con su pediatra: cuanto antes se detecte, antes se puede ayudar, pero no suele ser un diagnóstico "preocupante".

    Y recuerda: detrás de cada "carrera desesperada al ascensor" puede haber un cerebro y una vejiga que todavía están aprendiendo a coordinarse. Con paciencia, estrategias adecuadas y apoyo, casi todos los niños logran superar este obstáculo y vivir su infancia con confianza y tranquilidad.

    Bibliografía

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  • El TDAH a lo largo de la vida: ¿un trastorno estable o fluctuante? (II parte)

    ¿Qué factores influyen en la evolución del TDAH?

    El estudio identificó varios factores que pueden influir en la trayectoria del TDAH, aunque no existe una fórmula mágica para predecir el curso individual:

    • Factores de riesgo: la presencia de problemas psiquiátricos en los padres, trastornos del estado de ánimo o depresión en la infancia, y una respuesta pobre al tratamiento inicial se asociaron con una mayor probabilidad de persistencia estable de los síntomas.

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    • Factores protectores: una baja psicopatología parental y una menor gravedad de la depresión infantil favorecieron la recuperación completa.
    • Exigencias ambientales: un hallazgo novedoso, mas no sorprendente en mi experiencia personal, es que los periodos de remisión del TDAH, tanto en comparación interindividual como intraindividual, solían coincidir con etapas de mayores exigencias (yo diría, prácticas o ambientales) del entorno -como independizarse o asumir nuevas responsabilidades económicas y laborales-, especialmente durante la juventud. Sin embargo, a medida que los participantes avanzaban en etapas posteriores de la vida, esta relación se volvía menos evidente. Este fenómeno puede interpretarse desde al menos dos perspectivas. Por un lado, es posible que la exposición a demandas elevadas estimule la capacidad de adaptación y autorregulación, permitiendo a los individuos gestionar de manera más eficaz sus síntomas. Alternativamente, podría considerarse que las personas con TDAH muestran un mejor desempeño funcional precisamente en contextos donde las contingencias ambientales son más estrictas, como ocurre al asumir responsabilidades familiares o laborales significativas, lo que obliga a una mayor organización y control conductual. Este hallazgo subraya la importancia de incorporar la perspectiva de los propios afectados en la interpretación de los resultados, ya que su experiencia subjetiva puede aportar información valiosa para comprender estos procesos. Cabe destacar que se identificó un efecto moderador de la edad, siendo la asociación entre exigencia ambiental y remisión más pronunciada durante la adolescencia que en etapas posteriores del desarrollo. Estos resultados abren nuevas líneas de investigación, sugiriendo la necesidad de profundizar en los mecanismos subyacentes y de explorar intervenciones que consideren el contexto ambiental como modulador del curso clínico del TDAH.

    ¿Qué implicaciones tiene para quienes conviven con el TDAH?

    Los resultados del estudio tienen importantes implicaciones prácticas:

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      • El TDAH no es un destino fijo: la mayoría de las personas con TDAH experimentarán altibajos a lo largo de su vida, con etapas de mayor y menor afectación. Esto no significa que el tratamiento haya fracasado ni que la situación sea irreversible. De hecho, la fluctuación sintomática supera con creces a la repercusión de los síntomas en la vida, lo que es una noticia positiva.
      • La remisión es posible, pero puede ser temporal: muchos pacientes pueden pasar por periodos en los que los síntomas prácticamente desaparecen, especialmente cuando afrontan nuevos retos o responsabilidades. Sin embargo, es importante estar atentos a posibles recaídas.
      • La adaptación es clave: incluso cuando persisten algunos síntomas, muchas personas logran adaptarse y funcionar bien en su vida diaria. El apoyo familiar, de los amigos y parejas, educativo y profesional puede marcar la diferencia.
      • El seguimiento a largo plazo es fundamental: dada la tendencia a la fluctuación, es recomendable que las personas con TDAH mantengan un seguimiento periódico con sus profesionales de referencia, para ajustar el tratamiento y el apoyo según las necesidades de cada etapa.
      • El entorno importa: los cambios en las demandas ambientales pueden influir en la aparición o remisión de los síntomas. Identificar y potenciar los factores del entorno que favorecen un mejor funcionamiento puede ser una estrategia útil.

    Conclusión

    El TDAH es un trastorno complejo y dinámico, cuya evolución varía considerablemente de una persona a otra. La visión clásica de un TDAH que simplemente "persiste" o "remite" resulta insuficiente para explicar la realidad de la mayoría de los casos. Las fluctuaciones del TDAH son comunes y sustanciales, y entenderlo puede ayudar a reducir la frustración y el estigma tanto en quienes viven con el trastorno como en sus familias. De hecho, cuando se produce una remisión temporal, las personas con TDAH fluctuante pueden gestionar el aumento de las responsabilidades.

    La investigación continúa, pero los hallazgos actuales invitan a una mayor flexibilidad y personalización en el tratamiento y se debe realizar un seguimiento clínico de los síntomas de los pacientes, con el objetivo de detectar recaídas y facilitar el retorno a la atención lo antes posible. Reconocer la posibilidad de altibajos, fomentar la adaptación al ambiente y mantener una actitud proactiva ante los cambios son claves para mejorar la calidad de vida y el bienestar a lo largo de los años.

  • El TDAH a lo largo de la vida: ¿un trastorno estable o fluctuante? (I Parte)

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    El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) es uno de los diagnósticos más frecuentes en la infancia y la adolescencia. Tradicionalmente, se ha considerado un problema crónico del neurodesarrollo, con síntomas que pueden persistir hasta la edad adulta en aproximadamente la mitad de los casos. Sin embargo, los avances en la investigación han puesto en tela de juicio esta visión clásica: cada vez más estudios muestran que el TDAH no siempre sigue un curso lineal, sino que puede fluctuar a lo largo del tiempo, con periodos de mejoría y recaídas.

    Un reciente y ambicioso estudio internacional, basado en el Estudio Multimodal de Tratamiento del TDAH (MTA), ha seguido durante 16 años a casi 500 personas diagnosticadas en la infancia, analizando cómo evolucionan los síntomas y qué factores influyen en su trayectoria. Nos ha parecido tan interesante que hemos decidido comentarlo en este blog. Los resultados de este trabajo aportan una visión mucho más matizada y realista del TDAH y ofrecen pistas valiosas para quienes conviven con el trastorno, sus familias y los profesionales. La referencia del artículo completo es: Characteristics and Predictors of Fluctuating Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder in the Multimodal Treatment of ADHD (MTA) Study. Margaret H. Sibley, PhD et al. J Clin Psychiatry 85:4, December 2024.

    ¿Qué es el TDAH fluctuante?

    Hasta hace poco, se pensaba que el TDAH era como un interruptor: o bien persistía desde la infancia hasta la edad adulta, o bien remitía y desaparecía para siempre. Sin embargo, el seguimiento prolongado de grandes grupos de pacientes ha revelado que, en la mayoría de los casos, el TDAH no es ni tan estable ni tan predecible.

    El concepto de TDAH fluctuante se refiere a aquellas personas que experimentan altibajos en sus síntomas a lo largo de los años. Es decir, pueden pasar por periodos en los que los síntomas prácticamente desaparecen (remisión) y otros en los que vuelven a intensificarse (recurrencia), sin que necesariamente exista una causa clara o un patrón fijo.

    En el estudio de Sibley y colaboradores, algo más del 60% de los participantes mostraron este patrón fluctuante, lo que lo convierte en el curso más frecuente del TDAH. Solo una minoría mantuvo síntomas persistentes y estables a lo largo del tiempo, mientras que el resto del grupo experimentó una remisión completa y sostenida.

    ¿Cómo se estudió el TDAH a largo plazo?

    El estudio MTA de 1993 es uno de los más rigurosos y prolongados realizados hasta la fecha durante su fase de tratamiento controlado aleatorio sobre tratamientos infantiles, en el que se analizaron combinaciones de medicación, tratamiento conductual o ausencia de tratamiento, tratamiento controlado por la comunidad, y se compararon y se hizo un seguimiento de los niños durante 14 meses para ver cómo evolucionaban. Pero una vez finalizada esa fase, el estudio se convirtió en naturalístico y se reclutaron a compañeros de clase sin TDAH para que se unieran al estudio y se siguieron obteniendo datos publicados en diferentes publicaciones. El presente estudio de Sibley et al, de 2024, incluye a 483 niños y niñas diagnosticados de TDAH tipo combinado, que fueron evaluados en nueve ocasiones desde los 8 hasta los 25 años de edad. Se recogieron datos sobre síntomas, funcionamiento diario, salud mental, consumo de sustancias, uso de tratamientos y factores del entorno, tanto en la infancia como en la adolescencia como en la etapa adulta joven. Los investigadores clasificaron a los participantes en cuatro grandes grupos según la evolución de sus síntomas:

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    • Persistente estable: síntomas mantenidos de forma continua(algo más del 10%). En general presentan un deterioro alto y estable, mayor comorbilidad y tasas de consumo de sustancias, así como un uso relativamente bajo de medicación y de intervenciones psicosociales durante el seguimiento.

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    • Remisión parcial estable: mejoría significativa, pero sin desaparición total de los síntomas (algo más del 15%): en general mostraron el cambio de clasificación (de TDAH a remisión parcial) al inicio de la edad adulta con picos de síntomas relativamente altos y valles bajos (diferencia de 6-7 síntomas), niveles elevados de deterioro, mayor prevalencia de trastornos de ansiedad, mayor utilización de tratamiento psicosocial y medicación, y una incidencia moderada de trastornos del estado de ánimo consumo de sustancias a lo largo del tiempo).

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    • Recuperación: remisión completa y sostenida (sobre el 10%): antes de alcanzar una remisión completa sostenida, tienen picos de síntomas moderados y valles muy bajos (diferencia de 5-7 síntomas), una primera remisión media en la infancia sobre los 11-12 años y niveles bajos de deterioro, comorbilidad, consumo de sustancias y utilización de tratamientos a lo largo del seguimiento). Ambos porcentajes suman un 25% de pacientes asintomáticos o con síntomas leves.
    • Fluctuante: alternancia de periodos de remisión y recurrencia (algo más del 60%). El grupo fluctuante se caracterizó por experimentar, de media, entre tres y cuatro cambios importantes en la intensidad de los síntomas a lo largo de los 16 años de seguimiento. Estos cambios podían suponer diferencias de hasta seis o siete síntomas entre los momentos de mayor y menor afectación. Así, en los síntomas de falta de atención, en su peor momento, los fluctuantes tenían ocho síntomas de falta de atención y, en el mejor, tenían uno. Lo mismo sucedía con los síntomas de hiperactividad-impulsividad. Por lo tanto, hay un amplio rango de funcionamiento, no solo un pequeño repunte por encima y por debajo del umbral.

    TDAH_estable o fluctuante_4TDAH_estable o fluctuante_4Un dato interesante es que los primeros periodos de remisión solían aparecer en la adolescencia, coincidiendo con etapas de mayores exigencias académicas y sociales. Sin embargo, la estabilidad funcional (la capacidad de afrontar las demandas diarias) era mayor que la estabilidad de los propios síntomas, lo que sugiere que muchas personas pueden adaptarse y funcionar bien incluso cuando persisten algunos síntomas.

    En comparación con otros grupos, el TDAH fluctuante presentaba una gravedad clínica moderada (no eran los pacientes más sintomáticos) y un nivel de riesgo infantil intermedio. Es decir, ni los factores de riesgo ni los de protección eran especialmente extremos, lo que refuerza la idea de que este patrón es el más representativo de la evolución natural del TDAH. Es más, los que remitieron por completo también mostraron esa inestabilidad. Simplemente disminuyeron durante un tiempo al final y mejoraron. Por lo tanto, también experimentaron una amplia gama de síntomas de falta de atención a lo largo de los diferentes años del MTA, una gama bastante amplia de síntomas hiperactivos e impulsivos y una cantidad similar de fluctuaciones que el grupo fluctuante.



  • TDAH: la vida en un cuaderno

    El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es una afección crónica que afecta aproximadamente a un 6% de niños y jóvenes, e incluye una combinación de problemas persistentes, tales como dificultad para mantener la atención, hiperactividad y comportamiento impulsivo.

    El Dr. Alberto Fernández Jaén, responsable de la Unidad de Neurología Infantil del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid, profundiza en este trastorno, los diferentes tipos, sus causas, su incidencia y los posibles tratamientos disponibles.

    El Dr. Daniel Martín Fernández Mayoralas, neurólogo infantil de los hospitales universitarios Quirónsalud Madrid y Ruber Juan Bravo, indica los diferentes síntomas que afectan a los pacientes que padecen este trastorno. Además, detalla los diferentes procedimientos de diagnóstico y el seguimiento del TDAH en pacientes adultos.

    En el tratamiento psicológico, la Dra. Paloma Méndez de Miguel, psicóloga de la Unidad de Pediatría del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid y del Hospital Quirónsalud San José, nos explica cómo se evalúa a los pacientes con pruebas de función ejecutiva y de inteligencia para determinar el diagnóstico y el tratamiento psicológico correcto.

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