Quirónsalud
Blog del Dr. Daniel Martín Fernández-Mayoralas. Neurología. Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo y Olympia Centro Médico Pozuelo
Introducción: un trastorno del neurodesarrollo persistente e infradiagnosticado
El TDAH es un trastorno del neurodesarrollo de inicio temprano que, en una parte significativa de los casos, persiste hasta la edad adulta. Lejos de ser una entidad restringida a la etapa escolar, continúa repercutiendo en la capacidad de planificación, autorregulación y funcionamiento laboral, académico y social. Muchos adultos llegan a la consulta tras años interpretando sus dificultades como fallos de personalidad o falta de disciplina, pese a presentar un patrón sindrómico claro desde la infancia.
2. Más que falta de atención: desregulación atencional y ejecutiva
El problema central en el TDAH adulto no es la ausencia de atención, sino la incapacidad para regularla y dirigirla de manera eficaz. La clínica típica incluye fluctuaciones marcadas del rendimiento atencional, hiperfoco selectivo, dificultades de planificación, memoria de trabajo, gestión del tiempo, procrastinación crónica y tendencia a funcionar únicamente bajo presión temporal o emocional.
Desde esta perspectiva, el TDAH se entiende como un trastorno multifactorial que afecta a las funciones ejecutivas, al procesamiento motivacional y a la regulación del comportamiento. El entorno suele malinterpretar estas dificultades como falta de voluntad o esfuerzo, lo que contribuye al deterioro emocional y social.
3. La desregulación emocional como componente clínico central
En adultos, la desregulación emocional es uno de los elementos con mayor impacto funcional. Aunque no aparezca aún como criterio diagnóstico nuclear en el DSM, se considera un fenómeno primario en un elevado porcentaje de pacientes.
Incluye labilidad afectiva, respuestas desproporcionadas al estrés, irritabilidad, dificultades para modular emociones negativas y vulnerabilidad ante la frustración. Se relaciona con conflictos interpersonales, bajo rendimiento laboral y elevada comorbilidad psiquiátrica. La evaluación sistemática de este componente es esencial para orientar el tratamiento.
4. Más allá de lo neurológico: impacto sistémico y comorbilidad somática
El TDAH adulto se asocia a mayor prevalencia de condiciones médicas como trastornos del sueño, obesidad, migrañas, síndrome metabólico, asma y enfermedad cardiovascular. Estas asociaciones no son meramente casuales: intervienen factores neurobiológicos, conductuales, endocrinos y de estilo de vida.
El abordaje clínico debe ir más allá de la esfera neuropsiquiátrica. La consulta del adulto con TDAH exige una valoración médica completa, cribado de comorbilidad somática relevante y coordinación con otras especialidades cuando procede.
5. Diagnóstico: una evaluación estructurada y sensible a la sospecha clínica
El diagnóstico del TDAH adulto debe realizarse mediante una evaluación cuidadosa que incluya:
Pruebas complementarias: solo cuando la sospecha clínica lo indica
Aunque no se recomiendan de forma rutinaria, el médico puede solicitar pruebas complementarias si existen signos o síntomas que sugieran otras patologías concomitantes o diagnósticos diferenciales:
El objetivo es descartar condiciones que puedan simular TDAH, coexistir con él o modificar el pronóstico.
6. Evolución histórica del concepto: del daño cerebral mínimo al TDAH a lo largo de la vida
El reconocimiento del TDAH adulto ha evolucionado a través de sucesivas versiones de los criterios diagnósticos del DSM, pasando desde antiguas formulaciones como "disfunción cerebral mínima" hasta la conceptualización actual. Hoy sabemos que no es un cuadro que siempre remita espontáneamente con la adolescencia, sino un trastorno crónico y frecuentemente infradiagnosticado.
7. TDAH de alto rendimiento: deterioro funcional invisible
Una parte significativa de adultos con TDAH mantiene estudios superiores, vida laboral estable o posiciones de alta exigencia. Sin embargo, su funcionamiento depende de estrategias compensatorias intensas y poco sostenibles: hiperorganización, funcionamiento por urgencia y esfuerzo cognitivo desproporcionado.
Desde el punto de vista clínico, es fundamental no interpretar el buen desempeño externo como ausencia de deterioro. El coste emocional y cognitivo acumulado puede ser tan relevante como el fracaso académico o laboral.
8. Implicaciones terapéuticas
El tratamiento debe ser multimodal:
El objetivo es reducir el deterioro clínicamente significativo y mejorar la calidad de vida de los pacientes.
Bibliografía seleccionada
(Referencias más importantes, ordenadas por relevancia clínica y evidencia):
Introducción: la confusión habitual
Cuando un niño o un adulto muestra cambios de humor bruscos, impulsividad o una baja tolerancia a la frustración, es común que la primera sospecha sea un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Sin embargo, no toda inestabilidad emocional es un trastorno del ánimo ni una simple manifestación de desatención. Existe un concepto clave, a menudo pasado por alto, que explica esta "montaña rusa emocional" y que es fundamental para entender lo que realmente está ocurriendo.
Clave 1: existe algo llamado "impulsividad emocional" (y no es un trastorno del ánimo).
El término técnico es Déficit en la Autorregulación Emocional (DESR, por sus siglas en inglés), también conocido como "Impulsividad Emocional". Para entenderlo, es útil pensar en un espectro: en un extremo están las fluctuaciones normales del estado de ánimo que todos experimentamos; en el otro, los trastornos severos como la depresión o el trastorno bipolar. Como bien sabemos en psicología, entre la normalidad y la patología existen matices, y el DESR ocupa precisamente ese espacio intermedio.
La diferencia fundamental es que el problema no reside en el estado de ánimo en sí mismo, sino en la dificultad para regular la intensidad y la expresión de las emociones una vez que aparecen. Una persona con DESR no está constantemente triste o eufórica, pero su reacción emocional ante un estímulo puede ser desproporcionada y difícil de controlar.
Clave 2: el problema es la respuesta al gatillo, no un estado de ánimo constante.
Esta es la distinción más importante. La desregulación emocional ocurre como una reacción a estímulos o situaciones provocadoras concretas. Una vez que el estímulo desaparece o se gestiona, la intensidad emocional tiende a disiparse con relativa rapidez.
Por el contrario, los trastornos del estado de ánimo, como la depresión o la manía en el trastorno bipolar, implican estados emocionales sostenidos y persistentes que no siempre son provocados por un evento externo. La persona vive en un estado de ánimo alterado durante un período prolongado.
Los déficits en la regulación emocional son fenomenológicamente distintos de los trastornos del estado de ánimo, los cuales se caracterizan por la experiencia de emociones fuertes, no por su autorregulación (Thus, emotional impulsivity).
Clave 3: su vínculo con el TDAH es sorprendentemente fuerte.
La impulsividad emocional no es exclusiva del TDAH, pero la asociación entre ambos es innegable y está respaldada por la ciencia. Un estudio clave del Hospital General de Massachusetts (MGH) con población infantil reveló un dato contundente: el 44% de los niños con TDAH presentaban un perfil de desregulación emocional (DESR), en comparación con solo el 2% de los niños sin TDAH.
Y esto no es solo un problema de la infancia. Los estudios demuestran que el vínculo persiste en la vida adulta, donde una "mayoría considerable" de los adultos con TDAH también presentan DESR. Es más, el diagnóstico de TDAH predice la presencia de desregulación emocional de forma independiente, incluso cuando se descarta la influencia de otras condiciones comórbidas como la ansiedad o los trastornos de conducta.
Clave 4: el impacto es real, pero no donde crees.
La dificultad para regular las emociones tiene consecuencias directas y medibles que van más allá del malestar momentáneo. En los adultos, la presencia de DESR junto al TDAH agrava significativamente los resultados en la vida diaria, no solo en comparación con la población general, sino también en comparación con personas que solo tienen TDAH. Los datos muestran que el grupo TDAH+DESR presenta:
Sin embargo, aquí viene el hallazgo más sorprendente y contraintuitivo: el DESR no se asoció con un menor funcionamiento intelectual (CI) ni con el trastorno de la función ejecutiva (es decir, la capacidad de planificar, organizar o iniciar tareas). Esto es crucial porque desmonta el prejuicio de que estas reacciones emocionales se deben a una falta de inteligencia o de organización. El problema es específico de la gestión emocional, no de la capacidad cognitiva general.
Clave 5: no es falta de disciplina, es neurobiología.
Estas dificultades no son el resultado de una mala crianza, una falta de disciplina o un defecto de carácter. Tienen una base neurobiológica clara. Los estudios de neuroimagen apuntan a la circuitería cerebral que conecta la amígdala (el centro de procesamiento emocional del cerebro) con la corteza prefrontal (el centro de control y regulación). En este sistema, una estructura llamada cíngulo anterior juega un papel fundamental, ya que actúa como un puente que conecta el sistema límbico con la corteza y es crucial para procesar y regular la emoción.
En última instancia, estas dificultades no son una falta de amor ni de disciplina. Son expresiones de cómo el cerebro de una persona gestiona la emoción y la impulsividad.
Conclusión: entender para acompañar mejor
La desregulación emocional es un concepto distinto, con una base neurobiológica real y un impacto funcional significativo, que está fuertemente ligado al TDAH pero que no debe confundirse con un trastorno del estado de ánimo. Comprender esta diferencia es el primer paso para ofrecer un apoyo más preciso y compasivo, tanto en el ámbito clínico como en el familiar.
Ahora que entendemos que no se trata de un defecto de carácter, ¿cómo podemos cambiar nuestro enfoque para apoyar mejor a quienes viven esta realidad a diario?
El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) no siempre desaparece al crecer. En muchos adolescentes sigue presente y también puede continuar en la vida adulta. En Estados Unidos, por ejemplo, los estudios estiman que alrededor del 8–9 % de los adolescentes presenta síntomas compatibles con TDAH (ver: https://www.nimh.nih.gov/health/statistics/attention-deficit-hyperactivity-disorder-adhd
)
Vivir con TDAH en esta etapa puede traer varios desafíos: prestar atención en clase, organizarse, cumplir plazos, mantener el foco, relacionarse con los demás… Todo esto puede afectar al rendimiento escolar, la autoestima y el estado de ánimo. Además, cuando no se maneja bien, puede aumentar el riesgo de ansiedad, depresión, consumo de sustancias o trastornos de conducta, como el trastorno negativista desafiante (TND) o el trastorno disocial, que suelen aparecer cuando hay mucha frustración, conflictos familiares o sensación de falta de control. En algunos casos, el TDAH también se solapa con otros trastornos aparentemente muy diferentes, como ciertos trastornos de la personalidad o trastornos del estado de ánimo, como el trastorno de desregulación disruptiva del estado de ánimo (DMDD), lo que puede complicar el diagnóstico y el tratamiento.
¿Por qué tantos adolescentes dejan el tratamiento?
Durante la adolescencia, muchos jóvenes abandonan o cambian su tratamiento —ya sea la medicación o las intervenciones psicológicas y educativas—. Menos de la mitad sigue con el plan completo, especialmente al pasar a la vida adulta. Es una etapa en la que todo se mueve: el cuerpo, las amistades, la forma de pensar, los horarios, las prioridades… y también la percepción del propio TDAH. Muchos sienten que "ya no son niños" y que no quieren depender de una pastilla ni de citas médicas. Esa necesidad de decidir por sí mismos, tan necesaria para crecer, a veces los lleva a dejar de lado algo que les estaba ayudando.
Las razones suelen sonar razonables, pero con frecuencia esconden cansancio, inseguridad o el deseo de no sentirse diferentes: "ya me apaño solo", "eso del TDAH era cosa del cole", "no quiero ser el rarito que toma medicación", o "me la quito en verano y si me va bien, paso". También están las excusas más refinadas, como "ya controlo mis impulsos" o "prefiero ir natural", que en el fondo revelan miedo a depender o a admitir que aún hay dificultades. A veces hay efectos secundarios que desaniman, o padres que, agotados, bajan la guardia.
Pero dejar el tratamiento sin una buena planificación tiene su precio. No porque "sin medicación se hundan", sino porque muchos subestiman el papel que el TDAH sigue jugando en su vida diaria: en su organización, su motivación o su autocontrol. Lo que en la infancia eran despistes o impulsividad, en la adolescencia puede transformarse en suspensos, discusiones constantes, decisiones impulsivas o conductas de riesgo: coger el coche sin pensar, gastar dinero sin control o engancharse a pantallas o sustancias.
El problema no es solo que interrumpan algo que les ayudaba, sino que suelen hacerlo justo cuando más lo necesitan. La adolescencia exige más madurez, más independencia, más decisiones, más gestión emocional… y el cerebro con TDAH aún está aprendiendo a equilibrar todo eso. Es como soltar el cinturón de seguridad justo al entrar en la curva.
Por eso, más que insistir con frases como "tienes que tomarte la medicación", suele funcionar mejor cambiar la conversación. No se trata de obedecer, sino de entender que el tratamiento les ofrece herramientas para manejar su vida con más libertad. Cuando comprenden que no les quita autonomía, sino que les ayuda a tenerla, todo cambia. El objetivo no es "portarse bien" o "sacar buenas notas", sino vivir con menos caos y más opciones reales.
Además, el pronóstico para muchos adolescentes y adultos jóvenes con TDAH se deteriora de forma notable cuando los síntomas persisten y no se mantiene un tratamiento farmacológico de manera constante y adecuada. La evidencia muestra que quienes interrumpen el tratamiento tienen mayor riesgo de dificultades académicas, laborales y sociales, así como de desarrollar problemas emocionales o conductas de riesgo. En cambio, la continuidad terapéutica se asocia con mejor adaptación, menor impulsividad y mayor estabilidad emocional. Ver: https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC3520745/
Tratamientos y apoyos que realmente funcionan
Los fármacos estimulantes (como el metilfenidato o la lisdexanfetamina) y los no estimulantes (atomoxetina, guanfacina, etcétera) siguen siendo los tratamientos más eficaces para controlar los síntomas principales. Sin embargo, su efecto sobre la organización, la motivación o las relaciones sociales puede variar mucho entre personas. Por eso, lo ideal es que el tratamiento no se limite solo a la medicación, sino que se complemente con apoyos psicosociales: terapia psicológica para las comorbilidades, entrenamiento en habilidades y funciones ejecutivas, intervención familiar —a menudo esencial en los trastornos de conducta—, entre otros. Cada caso necesita un enfoque personalizado, teniendo en cuenta la edad, las características del joven y sus preferencias.
Aun así, no siempre el tratamiento "encaja bien" con el adolescente o el adulto joven. Es fundamental escuchar sus sensaciones y atender a sus demandas, especialmente cuando describen efectos adversos subjetivos como nerviosismo, apatía o la sensación de "no sentirse ellos mismos". Ajustar la dosis, el horario o incluso el tipo de fármaco puede marcar una gran diferencia. Este enfoque más flexible y personalizado mejora la tolerancia y refuerza la adherencia, porque el joven percibe que su experiencia importa y que el tratamiento se adapta a él, no al revés.
Las intervenciones psicosociales —como la terapia cognitivo-conductual, el entrenamiento en planificación o la entrevista motivacional— no siempre reducen los síntomas tanto como la medicación, pero aportan algo igual de importante: enseñan al adolescente a entenderse y a convivir mejor con su forma de ser. Le ayudan a anticipar dificultades, a manejar la frustración, a desarrollar estrategias y a construir rutinas que funcionan en la vida real.
Más que "curar", estas terapias dan estructura y sentido, fortalecen la autoestima y devuelven la sensación de control. Por eso, la combinación entre medicación y apoyo psicológico suele ofrecer los mejores resultados: una trabaja sobre los síntomas, la otra sobre la manera de vivir con ellos.
Cuando el tratamiento se plantea así —de manera integral y compartida— el adolescente se siente parte activa del proceso. Es clave explicarle qué es el TDAH, por qué no es culpa suya y qué opciones tiene para manejarlo. Cuando siente que tiene voz, la implicación mejora. También ayuda mucho facilitar el acceso a los servicios, ofrecer apoyos no farmacológicos y entender que el tratamiento no se reduce a "tomar o no tomar una pastilla".
En definitiva, el TDAH en la adolescencia puede manejarse con éxito si se combinan los tratamientos médicos con estrategias que refuercen la autonomía, la motivación, la planificación y la participación del joven. El objetivo va mucho más allá de "quitar síntomas": se trata de que el adolescente entienda su manera de funcionar, aprenda a vivir con ella y desarrolle herramientas que le sirvan cuando empiece su vida adulta.
Estrategias reales para hablar con adolescentes en casa
Referencias
Introducción: la nueva realidad del cannabis y el cerebro adolescente
En una era de creciente aceptación social y legalización, el cannabis se ha integrado en el tejido de la vida moderna. Para muchos adultos, se percibe como una sustancia con riesgos manejables. Sin embargo, cuando se trata del cerebro adolescente, que está en pleno desarrollo, la historia es mucho más compleja y está llena de desafíos sorprendentes, especialmente cuando entran en juego condiciones de salud mental como el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) y la psicosis.
Lejos de ser una simple cuestión de "bien" o "mal", la interacción entre el cannabis y la neurobiología juvenil revela una red de efectos inesperados. El consumo que un adolescente podría considerar una ayuda para sus síntomas podría, en realidad, estar enmascarando o incluso empeorando sus problemas subyacentes. Este artículo se adentra en la investigación reciente para descubrir algunos de los hallazgos más contraintuitivos e impactantes sobre esta delicada intersección, ofreciendo una perspectiva crucial para padres, educadores y profesionales de la salud.
El impostor de los síntomas del TDAH: cómo el consumo de cannabis crea una niebla diagnóstica
Uno de los mayores desafíos clínicos es la superposición de síntomas entre el consumo crónico de cannabis y el TDAH. Esta similitud crea una "niebla diagnóstica" que puede llevar a evaluaciones erróneas y tratamientos ineficaces. Tanto el TDAH como el consumo problemático de cannabis están asociados de forma independiente con dificultades académicas, comportamientos disruptivos en el aula y problemas de aprendizaje y gestión del tiempo.
Los síntomas específicos que se superponen incluyen:
Además, la abstinencia de cannabis puede imitar trastornos internalizantes como la ansiedad y la depresión. Un adolescente que deja de consumir de forma abrupta puede experimentar síntomas como ansiedad, inquietud, irritabilidad, ira, fatiga, estado de ánimo deprimido, disminución del apetito, falta de motivación y dificultades para dormir, que pueden durar hasta dos semanas. Esto es de vital importancia, ya que hace increíblemente difícil diagnosticar y tratar con precisión el TDAH o un trastorno de ansiedad si no se tiene en cuenta el consumo de cannabis. Para un adolescente que ya lucha por dar sentido a su propia mente, esta niebla diagnóstica no es solo un inconveniente clínico, es una barrera para obtener la ayuda adecuada en un momento crítico de su vida.
El mito de la automedicación: una creencia que puede ser contraproducente
Es común entre los adolescentes la creencia de que el cannabis les ayuda a manejar los síntomas del TDAH. La investigación sugiere que, si bien algunos jóvenes con síntomas predominantemente hiperactivos/impulsivos pueden sentir que la sustancia los calma, el efecto puede ser el contrario para otros. Aquellos con el subtipo de TDAH con predominio de inatención pueden, de hecho, experimentar un empeoramiento de sus síntomas con el consumo de cannabis.
Este concepto de "automedicación" se extiende más allá del TDAH. Los jóvenes con alto riesgo de psicosis también pueden recurrir al cannabis en un intento de aliviar dificultades relacionadas, como la ansiedad, la depresión o los síntomas negativos. Estos últimos se definen como "reducciones de la experiencia humana típica", e incluyen la falta de motivación (amotivación), una menor intensidad en la experiencia emocional y el aislamiento social. La ironía es que la solución percibida puede estar exacerbando el problema de fondo o introduciendo nuevas complicaciones, convirtiendo un intento de autogestión en un ciclo que agrava la condición.
El protector contraintuitivo: por qué tratar el TDAH podría reducir el riesgo de consumo de sustancias
Un temor persistente entre padres y algunos médicos es que los medicamentos estimulantes utilizados para tratar el TDAH puedan, a su vez, conducir al abuso de sustancias. Sin embargo, la evidencia científica apunta en la dirección opuesta. Las investigaciones muestran claramente que el tratamiento farmacológico del TDAH no parece aumentar el riesgo de desarrollar un Trastorno por Consumo de Sustancias (TCS).
De hecho, los hallazgos son aún más sorprendentes. Tratar el TDAH con medicamentos estimulantes puede actuar como un factor protector, ayudando a prevenir o reducir la progresión hacia un TCS durante la adolescencia y la juventud.
La investigación sugiere que, contrariamente a los temores comunes, el tratamiento del TDAH con medicamentos estimulantes sirve como un factor protector contra el consumo de sustancias, en lugar de aumentar el riesgo.
Aunque comprender la dinámica del tratamiento del TDAH es crucial, es solo una pieza del rompecabezas. El cerebro adolescente también es excepcionalmente susceptible a otras experiencias que el cannabis puede complicar, algunas de las cuales son sorprendentemente comunes.
El secreto a voces del cerebro adolescente: las experiencias psicóticas son más comunes de lo que crees
"Psicosis" no es blanco o negro: existe un continuo que va de experiencias leves y transitorias a cuadros clínicos agudos. En muestras comunitarias de 13–17 años se han descrito tasas amplias de experiencias tipo psicosis autoinformadas; lo clínicamente relevante no es que existan de forma esporádica, sino su frecuencia, persistencia y malestar asociado. En consulta, esto exige reconstruir una línea temporal (qué empezó antes, cómo evoluciona, qué lo precipita) para diferenciar vivencias subumbrales de un episodio psicótico o de una psicosis inducida por sustancias.
No solo se trata de si consumes, sino de qué y cuánto
No todo el consumo de cannabis conlleva el mismo nivel de riesgo, especialmente en lo que respecta a la psicosis. La investigación ha identificado varios factores que modulan este riesgo, que no es uniforme, pues aumentan significativamente con ciertos patrones de uso:
Hay vuelta atrás: la sorprendente capacidad del cerebro para recuperarse al dejar el cannabis
A pesar de los riesgos documentados, el mensaje final no es de desesperanza, sino de empoderamiento. Los efectos negativos del consumo de cannabis sobre los síntomas psicóticos no son necesariamente permanentes. La investigación ofrece una perspectiva muy alentadora para los jóvenes en las primeras etapas de la psicosis.
Suspender el consumo de cannabis se asocia con mejoras significativas en los síntomas psicóticos. El hallazgo más poderoso es que las personas con un primer episodio de psicosis que dejan de consumir sustancias pueden alcanzar resultados similares a los de aquellas que nunca tuvieron un historial de consumo. Esto subraya que la intervención y el cese del consumo pueden alterar drásticamente la trayectoria de la enfermedad, ofreciendo un camino claro hacia la recuperación.
Aunque el consumo se asocia a síntomas más intensos, más hospitalizaciones y peor adherencia, la reducción o abstinencia suele acompañarse de mejoras sintomáticas. En primer episodio de psicosis (FEP), quienes suspenden el uso pueden llegar a resultados similares a los de pacientes sin historia de consumo, lo que refuerza la intervención temprana y el trabajo motivacional.
Conclusión: una lectura integrada con TDAH
La superposición entre efectos del cannabis (déficits ejecutivos, desorganización, apatía) y manifestaciones de TDAH puede enmascarar diagnósticos o llevar a tratamientos subóptimos si no se pesquisa el consumo y su temporalidad. Abordar ambos frentes a la vez —psicosis/propensión psicótica y uso de cannabis— mejora la precisión diagnóstica y las opciones de recuperación.
Bibliografía:
Durante años se ha descrito el TDAH como un problema de atención, hiperactividad o impulsividad. Sin embargo, esta definición deja fuera una parte esencial de la experiencia de quienes lo viven: la dificultad para manejar las emociones.
No se trata solo de distraerse o moverse demasiado, sino de sentir con una intensidad que desborda. La frustración, la ira o la tristeza aparecen de golpe, sin previo aviso, y con una fuerza que arrasa con la calma y la convivencia.
Esta dificultad para modular lo que se siente se llama desregulación emocional, y hoy sabemos que no es un añadido, sino un componente central del TDAH.
El tercer eje del TDAH: atención, impulsividad y emoción
El psicólogo Russell Barkley hizo hincapié en que el TDAH combinado no es sólo un trastorno de la atención, sino también del autocontrol, lo que incluye no solo la impulsividad, sino también la capacidad de regular las emociones.
Desde otra perspectiva, Joseph Blader mostró que las reacciones emocionales explosivas son una de las manifestaciones más frecuentes y problemáticas del trastorno.
Ambos coinciden en algo clave: comprender el TDAH sin tener en cuenta la parte emocional es comprenderlo a medias.
No es sentir demasiado, sino perder el control demasiado rápido.
La desregulación emocional puede verse como una impulsividad interna: las emociones surgen, se desbordan y tardan en calmarse.
El niño con TDAH combinado no elige, en general, reaccionar así; su sistema de control biológico simplemente llega tarde.
El cerebro que frena tarde
Las emociones y la atención comparten los mismos circuitos cerebrales.
El sistema límbico (que genera las emociones) y la corteza prefrontal (que las regula) trabajan coordinadamente para mantener el equilibrio.
En el TDAH, esa comunicación es más lenta o menos eficiente: la emoción se enciende antes de que el freno pueda actuar.
La amígdala, responsable de las reacciones rápidas, responde con intensidad, mientras que la corteza prefrontal —la parte racional— tarda en intervenir, gestionando más despacio los sentimientos.
Además, el sistema de recompensa del cerebro funciona de forma distinta.
Las personas con TDAH necesitan más estímulo o novedad para mantener el interés.
Cuando no lo logran, la frustración aparece enseguida, alimentando el ciclo emocional.
Cómo se manifiesta
La desregulación emocional del TDAH difiere de los trastornos del estado de ánimo como los trastornos depresivos, que incluyen el Trastorno Disruptivo de Desregulación del Estado de Ánimo (TDDEA) o el trastorno bipolar y diagnósticos relacionados, entre otros, que además, pueden aparecer de forma aislada o comórbida al TDAH.
Las emociones intensas del TDAH son breves y reactivas: estallan ante una frustración (tareas, obligaciones, interrumpir partidas, y otros estímulos que no deberían ser tan desequilibrantes en un niño normotípico) y desaparecen poco después. Un niño puede gritar o llorar, y minutos después reír como si nada.
Esa oscilación confunde a los adultos, que lo interpretan como manipulación o desafío.
Pero el problema no es la emoción en sí, sino la falta de capacidad para frenarla y reconducirla.
En adolescentes se traduce en impaciencia, irritabilidad, explosiones verbales o la sensación de "no tener filtro emocional". Saben que se desbordan, pero no pueden evitarlo. Esa conciencia sin control genera culpa, ansiedad y agotamiento emocional.
Evaluar para comprender.
Distinguir la desregulación emocional del TDAH de un trastorno del ánimo es fundamental.
En el TDAH, el estado de ánimo entre crisis suele ser normal: el niño disfruta, se ríe y se calma tras la tormenta, que aparece característicamente ante una frustración, a menudo banal. Preguntar si los estallidos tienen un desencadenante claro o aparecen sin motivo ayuda a diferenciar.
En el Trastorno Disruptivo de Desregulación del Estado de Ánimo (TDDEA) los arrebatos de ira son graves y recurrentes, desproporcionados con respecto a la situación o provocación. Esos arrebatos pueden ser verbales o conductuales (gritos, agresividad, destrucción de objetos). Ocurren tres o más veces por semana. Además, el estado de ánimo entre episodios es persistentemente irritable o enfadado la mayor parte del día, casi todos los días. En los trastornos depresivos, el malestar persiste incluso cuando todo va bien. En el trastorno bipolar los síntomas durante los episodios de manía con euforia, aumento de energía, disminución de la necesidad de dormir, grandiosidad, pensamiento acelerado, conductas arriesgadas; o la depresión con inhibición, anhedonia y síntomas vegetativos, son tan patológicos y alternantes, que indican una disfunción mucho más grave que la disregulación anímica del TDAH. Si los síntomas de ira aparecen sólo en un contexto que provoca ansiedad, es importante diagnosticarla adecuadamente investigando miedos y preocupaciones excesivas de forma minuciosa. Aunque los trastornos del aprendizaje pueden producir arrebatos en contextos de pánico/ansiedad intensa o relacionados con tareas escolares específicas, deberían de detectarse durante la evaluación del propio TDAH.
De igual forma los trastornos de sueño importantes deben de ser siempre considerados.
Lo importante no es solo cuán intensa es la emoción, sino cuánto dura y cómo se recupera. Por ejemplo, en los niños, el trastorno bipolar verdadero implica períodos definidos prolongados (días a semanas) de ánimo patológicamente elevado o irritable, con síntomas añadidos como fuga de ideas, hipersexualidad o conductas notablemente desinhibidas. Además, la alternancia de estas conductas con episodios de depresión mayor, de al menos dos semanas de duración, son claramente diferenciadores.
Cuando el comportamiento se caracteriza por la negatividad, la hostilidad y el desafío deliberado con menor carga afectiva, la norma es la existencia de un trastorno negativista-desafiante, a menudo consecuencia de un TDAH sin tratamiento, y con poca frecuencia la antesala de un trastorno disocial o más delante de la personalidad antisocial.
Las señales de alerta que nos dicen que "hay más cosas que un TDAH" y conviene evaluar minuciosamente con un profesional con experiencia son, entre otras:
Tratamiento: del control al autocontrol
El objetivo no es anular las emociones, sino enseñar al cerebro a gestionarlas mejor.
Cuando se trata el TDAH de forma integral, la estabilidad emocional mejora en la mayoría de los casos.
Primera línea: los estimulantes
Los fármacos estimulantes (metilfenidato o anfetaminas) son el tratamiento de primera elección.
No solo mejoran la atención, sino que también reducen la impulsividad y el autocontrol.
Otras posibilidades ¡Cuidado!
Si pese a un tratamiento bien ajustado las emociones siguen fuera de control, existen otras opciones:
Estas opciones se valoran solo cuando el tratamiento principal no basta o no funciona adecuadamente y siempre bajo supervisión médica, dado que pueden existir condiciones comórbidas al TDAH que ya hemos comentado y que no solo pueden no mejorar con los fármacos del TDAH, sino que pueden empeorar.
Más allá de la medicación: enseñar a calmarse
Los medicamentos son una parte del tratamiento del TDAH moderado/grave, pero no la única.
Los programas de entrenamiento parental ayudan a las familias a comprender el problema y a responder sin escalar el conflicto.
El objetivo es prevenir, reforzar lo positivo y enseñar estrategias de calma, no castigar la emoción.
Las terapias cognitivo-conductuales adaptadas al TDAH enseñan a reconocer las señales de desbordamiento, detener la escalada y redirigir la atención antes del punto de no retorno.
También se aplican técnicas de exposición gradual a la frustración: practicar la paciencia en un entorno seguro para fortalecer la tolerancia emocional.
Algunas pautas muy básicas para las familias
1. Preparar el terreno
Rutinas previsibles y señales de transición (avisos de 5 y 2 minutos).
Anticipar situaciones difíciles (salidas, deberes) con reglas claras y visuales.
Dormir, comer y ejercicio: pilares que reducen reactividad.
2. Antes del estallido
Nombrar y normalizar: "Veo que estás frustrado; nos pasa a todos".
Elegir batallas: priorizar 1-2 objetivos conductuales.
Ofrecer alternativas inmediatas: tarjeta de pausa, respirar 4-6, cambio breve de actividad.
3. Durante el estallido
Seguridad primero. Frases cortas, voz calmada, retirar público.
No razonar en pico de activación. Esperar a que baje (10-20 minutos suele ser clave).
Evitar reforzar con atención intensa el berrinche; sí reforzar el esfuerzo por calmarse.
4. Después del estallido
Revisión breve (qué pasó, qué haríamos distinto), plan concreto para la próxima ("si noto 6/10 de enfado, uso la tarjeta de pausa").
Reforzar lo específico: "Me gustó cómo pediste parar un minuto".
5. Construir tolerancia a la frustración
Exposición graduada a "mini-retos" diarios (esperar, perder en juegos, corregir sin derrumbarse) con refuerzo positivo intenso.
Entrenar habilidades: solución de problemas en 4 pasos, role-play de pedir ayuda, autoinstrucciones.
6. Cuidar el clima familiar
Tiempo especial diario 10-15 minutos (sin mandatos, solo conexión).
Coordinación entre cuidadores y con el colegio (mismas reglas, mismas señales).
Evolución y diversidad
No todas las personas con TDAH presentan desregulación emocional.
En algunas es leve; en otras, muy dominante el cuadro. La intensidad varía según la edad, el entorno y el estrés. En estos casos es fundamental un minucioso diagnóstico diferencial de otras comorbilidades como ya hemos explicado.
Con tratamiento y apoyo, muchas personas aprenden a pausar antes de reaccionar. Trabajar esa autorregulación mejora no solo el bienestar, sino también las relaciones, la motivación y la autoestima.
Un cambio de mirada
Reconocer la desregulación emocional como parte del TDAH transforma nuestra comprensión del trastorno.
Ya no hablamos de un problema de carácter, sino de una dificultad de autorregulación. Las emociones no deben eliminarse: deben aprenderse a manejar. No se trata de que los niños se porten bien, sino de que aprendan a recuperar el control cuando pierden el equilibrio.
Cada pequeño avance —una pausa antes del grito, una respiración antes del enfado— es un paso en el desarrollo del autocontrol.
Detrás de cada estallido hay un niño o adolescente intentando hacerlo lo mejor que puede con las herramientas que tiene.
En resumen
Las emociones fuera de control no son un añadido del TDAH, sino una de sus caras más humanas.
Reconocerlo nos permite acompañar con empatía, intervenir con eficacia y construir un entorno donde la emoción no sea enemiga, sino un punto de partida para aprender autocontrol y confianza.
Bibliografía
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