Quirónsalud
Blog del Dr. Daniel Martín Fernández-Mayoralas. Neurología. Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo y Hospital Universitario Quirónsalud Madrid

La ciencia prestó atención a los primeros datos de una nueva infección vírica acontecida en diciembre de 2019 en Wuhan, la capital de Hubei, China. Más tarde, se reveló que el virus responsable era contagioso entre humanos. A principios de enero, términos como "el nuevo coronavirus" y "coronavirus de Wuhan" fueron de uso común. El 11 de febrero de 2020 la OMS renombró oficialmente la enfermedad como COVID-19, capaz de producir un síndrome respiratorio que podía ser grave en algunos pacientes, especialmente en los ancianos. En España, actualmente, a día 03-04-2020, en total hay ya 10.935 fallecidos con coronavirus tras sumar 932 más el último día. Por otro lado 30.513 personas se han recuperado desde que empezó la crisis1.
El tema que nos ocupa, dadas las características del blog, es si existe una afectación del sistema nervioso central (SNC) por COVID-19. Recientemente, un estudio publicado en medRxiv ha informado de manifestaciones neurológicas secundarias a la infección por COVID-19 en el brote actual que involucran al menos al 36% de los pacientes, lo que justifica el claro potencial neurotrópico del virus1. Los pulmones, corazón, riñones, intestino, testículos y cerebro (SNC), expresan receptores ACE2 y son posibles objetivos de COVID-19, estando además documentado el virus en muestras del líquido que baña al SNC, el líquido cefalorraquídeo2. Los receptores ACE2 son los que usa COVID-19 para adherirse a las células. Es importante mencionar que, aunque el daño cerebral puede complicar una infección COVID-19, parece que es la afectación generalizada de la homeostasis corporal (la capacidad de mantener una condición interna estable compensando los cambios en su entorno), causada por el daño pulmonar, renal, cardíaco y circulatorio los que resulta fatal en los enfermos afectados1.
Desde el punto de vista neurológico, el hallazgo más frecuente es la pérdida del sentido del olfato (hiposmia o anosmia), lo que además puede producirse precozmente durante la infección (y a veces en cuadros que cursan sin apenas complicaciones, típicos de los niños y pacientes jóvenes) y es un signo de alarma a tener en cuenta1. El virus COVID-19 puede penetrar en el SNC a través de la placa cribiforme en el hueso etmoides (ubicado cerca de las fosas nasales en la base del cráneo) cerca del bulbo olfatorio y afectar el cerebro por esta vía, ya en etapas precoces de la infección1. Parece que el virus aprovecha el lento movimiento de la circulación de la sangre en el SNC cerebral, para interaccionar con la proteína espiga del virus COVID-19 (ACE2), expresada en el endotelio capilar1.
Además, otro hallazgo publicado es la pérdida del control involuntario sobre la respiración, lo que es de importancia en sujetos que padecen insuficiencia respiratoria aguda a causa del virus3. Además, en comparación con los pacientes leves con COVID-19 (la mayoría), los pacientes graves comúnmente tenían síntomas neurológicos manifestados como enfermedades cerebrovasculares agudas (el aumento del dímero D, conocido en pacientes con enfermedad crítica, puede afectar a la coagulación, y ser causa indirecta de esta afectación), cefalea (dolor de cabeza) importante2, deterioro del nivel de conciencia y síntomas del músculo esquelético (dolores musculares denominados mialgias)3.
Por lo tanto, y teniendo en cuenta lo comentado previamente sobre el daño principal sobre otros órganos, la afectación del SNC tiene el potencial de causar edema cerebral y causar la muerte mucho antes de que se produzca la alteración de la regulación de la homeostasis sistémica, por lo que es importante considerar este problema para estudiarlo adecuadamente2.
La realidad es que los niños en general, objetivo de este blog, son poco dados a tener problemas graves secundarios a COVID-19, aunque hay excepciones. Probablemente esta "resistencia" tenga relación con la linfocitosis relativa que poseen, aunque actualmente no se conoce la causa de este fenómeno. No obstante, la mayor parte de información se encuentra en este interesante link, al que pueden acceder sin problemas:
https://www.youtube.com/watch?v=qpcvS70AC1E&t=406s
Por último, sólo comentar, que actualmente las medidas de confinamiento no permiten salir a la mayoría de niños a la calle. La epilepsia por sí misma no aumenta el riesgo de padecer COVID-19, ni aumenta la gravedad de la enfermedad (https://www.seepnet.es/node/230
), y la última modificación del BOE núm. 76, de 20 de marzo de 2020, habilita explícitamente a personas con discapacidad intelectual (que además deben tener alteraciones conductuales) y a personas con autismo (y conductas disruptivas), y a un acompañante, a circular por las vías de uso público, siempre y cuando se respeten las medidas necesarias para evitar el contagio. Aunque los padres deben estar pendientes de nuevas modificaciones que acontezcan posteriormente a la publicación de este post.
1. Baig AM, Khaleeq A, Ali U, Syeda H. Evidence of the COVID-19 Virus Targeting the CNS: Tissue Distribution, Host-Virus Interaction, and Proposed Neurotropic Mechanisms. ACS Chem Neurosci 2020; 11(7): 995-8.
2. Wu Y, Xu X, Chen Z, et al. Nervous system involvement after infection with COVID-19 and other coronaviruses. Brain Behav Immun 2020.
3. Li YC, Bai WZ, Hashikawa T. The neuroinvasive potential of SARS-CoV2 may play a role in the respiratory failure of COVID-19 patients. J Med Virol 2020.

El trastorno por déficit de atención/hiperactividad (TDAH) es uno de los trastornos del neurodesarrollo más frecuente, tanto en niños como en adolescentes y adultos.
Sin embargo, el TDAH se consideraba hasta hace poco un trastorno básicamente infantil y el diagnóstico del TDAH del adulto (TDAH-A) era muy controvertido, hasta que los estudios de seguimiento a largo plazo revelaron que un 40-60% de los TDAH diagnosticados en la edad pediátrica persisten durante la edad adulta. Cerca de un 15% mantendrá el diagnóstico completo y un 50% lo hará en remisión parcial, pero con repercusión funcional.
El TDAH se caracteriza por la presencia de un patrón persistente de inatención y/o hiperactividad e impulsividad. Estos síntomas se presentan durante al menos seis meses y producen disfunción en diversos ámbitos y circunstancias de la vida. Se considera, por lo tanto, un trastorno crónico que se inicia en la infancia y, contrariamente a lo que se solía considerar hasta hace un par de décadas, los síntomas y el impacto funcional del TDAH no siempre desaparecen al pasar a la edad adulta; más aún, la persistencia del cuadro en los adultos es elevada, aunque los síntomas van cambiando con la edad. Se trata de un trastorno más frecuente en varones, infradiagnosticado y escasamente tratado, ya que solo algo más de una décima parte de los casos de TDAH-A reciben ayuda terapéutica.
Epidemiología
La prevalencia en niños y adolescentes se estima en torno al 4-7% y sobre un 2-4% entre los 18 y los 44 años. En adultos, la prevalencia es menor en países de bajos ingresos (2%) en comparación con países de mayores ingresos (4%), lo que probablemente se debe a factores sociales, culturales y económicos que influyen en el diagnóstico.
Una de las causas del infradiagnóstico en adultos podría ser el gran desconocimiento de este trastorno por la mayor parte de los médicos, particularmente en atención primaria.
Fisiopatología
El TDAH es un trastorno extremadamente heterogéneo en cuanto a sus causas. La maduración del cerebro desde edades tempranas, sujeta a factores genéticos (el TDAH tiene una heredabilidad del 70-80% tanto en niños como en adultos), junto a factores ambientales, induce o modifica las características clínicas de cualquier trastorno del neurodesarrollo, incluyendo el TDAH, o bien puede facilitar la aparición comórbida de otros trastornos.
Dada su heterogeneidad etiológica (miles de genes involucrados y cientos de factores epigenéticos como, por ejemplo, la pobre estimulación de niño, el consumo de alcohol en el embarazo o la presencia de malos tratos en el hogar, entre muchos otros) no existe ni puede existir una patogenia que explique de forma uniforme el TDAH ni en niños ni en adultos.
El TDAH-A se caracteriza, en la mayoría de los casos, por un déficit y/o un desempeño inadecuado de algunas de las variadas «funciones ejecutivas» (FE). Aunque no existe un consenso sobre qué define a las FE, la explicación más habitual es que se trata de acciones autodirigidas necesarias para elegir objetivos y crear, promover y mantener acciones para alcanzar esos objetivos. Su déficit puede conducir a síntomas de falta de atención, impulsividad, inquietud y desregulación emocional, entre otros. Estos síntomas conducen colectivamente a marcados déficits en el funcionamiento del día a día del paciente. La evaluación neuropsicológica de los pacientes con TDAH ha demostrado deterioro en varias de estas FE: vigilancia, velocidad perceptivomotora y del procesamiento de la información, memoria de trabajo, aprendizaje verbal e inhibición de la respuesta, entre otras.

A continuación vamos a exponer algunas características que se dan en una selección de trastornos y cuáles de éstas pueden ayudar a distinguirlos del TEA:
- Historial de negligencia grave o problemas de salud mental en el cuidador o cuidadores.
- Los déficits sociales tienden a mejorar con el cuidado apropiado.
- Habilidades del lenguaje pragmático normal.
- Los intereses intensos son funcionales, variados, y el paciente es capaz de explicarlos.
- La interacción social generalmente se disfruta.
- Interacciones sociales recíprocas normales.
- Existe un deseo e intención de comunicarse normal.
- Juego imaginativo apropiado.
- Interacciones sociales recíprocas normales (no siempre).
- Existe un deseo e intención de comunicarse normal (a veces se aíslan).
- Deseo de comunicación (incluso si falta la competencia, salvo el punto previo).
- Juego imaginativo apropiado (ojo a la edad).
Los retrasos y sobre todo los trastornos específicos del lenguaje (TEL) tienen un impacto en la socialización y pueden confundirse con un TEA. La distinción es particularmente difícil en niños de preescolar. A veces imposible. Sin embargo, existen tres comportamientos que tienen una mayor consistencia en diferenciar TEA de TEL entre los 20 y los 42 meses de edad:
- Señalar lo que le interesa al niño.
- Uso de gestos convencionales.
- Ausencia de comportamientos estereotipados y repetitivos significativos.
A pesar de que estos pacientes pueden mostrar comportamientos de aislamiento, su buena comprensión no verbal y su empatía ayuda a diferenciarlos del TEA.
- Deterioro en habilidades sociales y lenguaje pragmático más suave que en TEA.
- Falta de patrones restringidos y repetitivos de comportamiento, intereses u ocupaciones.
- Interacciones sociales recíprocas normales.
- Buen contacto ocular.
- Las expresiones faciales indican intención de comunicar.
- Habitualmente tienen desarrollo típico hasta aproximadamente 3 a 6 años de edad.
- Típicamente se presenta con agnosia verbal auditiva (comportándose como si estuviera sordo)
- Casi exclusivo del sexo femenino.
- Desaceleración del crecimiento de la cabeza durante la lactancia.
- Movimientos estereotipados de las manos en línea media.
- Anomalías de la marcha según avanza la enfermedad.
- Patrón respiratorio anormal.
- Comportamiento social no verbal normal y juego imaginativo.
- Falta de intereses circunscritos.
- Ausencia de patrones restringidos y repetitivos de comportamiento, intereses o actividades.
- Habilidades sociales básicamente normales.
- Lenguaje pragmático normal.
- Los síntomas son una fuente de ansiedad en lugar de un placer.
- Habilidades sociales normales.
- Lenguaje pragmático normal.
- Pueden asociar TOC.
- Habilidades sociales normales.
- Lenguaje pragmático normal.

Existen una serie de características que pueden ayudar a distinguir el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) del Trastorno del Espectro Autista (TEA): los niños afectados por TDAH presentan las habilidades del lenguaje pragmático normal, un comportamiento social no verbal normal -o al menos muestran menos retraimiento social-, mantienen un juego imaginativo normal -tienden a tener más amigos-, presentan falta de patrones de conducta, intereses y pautas restringidas y repetitivas y tienen mayores probabilidades de iniciar una conversación.
Diferencias en habilidades sociales entre TEA y TDAH
Los estudios que comparan niños con TDAH, niños con TEA y niños con normodesarrollo demuestran que ambos grupos tienen deficiencias en el rendimiento y desempeño social, pero algunas características diferenciales:
Recomendaciones de tratamiento en habilidades sociales
Pueden emplearse técnicas conductuales compartidas en TDAH Y TEA, aunque los TEA -no así los TDAH-, se benefician de instrucciones directas para aumentar el conocimiento sobre los comportamientos correctos que deben implementarse e instrucciones directas sobre habilidades de cognición social para abordar una falta de conocimiento fundamental en esta área.
Implicaciones de no reconocer ni tratar TDAH comórbido al TEA
En cualquier caso debemos tener en cuenta que el diagnóstico del TDAH es importante en TEA, pues los propios síntomas centrales de TEA son más graves y numerosos si no se minimiza el TDAH.
De hecho, se han estudiado las implicaciones de no reconocer ni tratar el TDAH comórbido al TEA, hasta el punto de que la co-ocurrencia del TDAH con TEA se ha asociado con:

El síndrome de Rett (SR) es un trastorno del neurodesarrollo que afecta principalmente a mujeres y es habitualmente letal en los varones. La incidencia es desconocida, pero se estima en 1 de cada 10.000 a 15.000 mujeres nacidas vivas. En España, que contaba en 1999 con 39.580.600 habitantes, se pudo localizar 207 casos afectados de SR en un estudio en la población española publicado en dicho año, lo que supone un registro muy bajo de casos.
El diagnóstico se realiza en base a criterios clínicos y existen tres formas clínicas: clásico o típico, variante o atípico y discapacidades de aprendizaje leve, siendo esta última poco frecuente. Si bien el diagnóstico es clínico, el estudio molecular permite la confirmación. Variantes patogénicas en el gen MECP2, ubicado en el cromosoma X son la causa del 80-90% de los casos de RTT clásico y cerca del 40% de RTT atípico. El 99% de las mutaciones son de novo, esto es, no son heredadas de la madre, sino exclusivas de la paciente afectada. El resto de los casos de Rett (especialmente las formas atípicas) se ha asociado a variantes patogénicas encontradas en otros genes (como CDKL5 y FOXG1). MECP2 codifica la proteína nuclear Methyl-CpG-binding protein, la cual está involucrada en el desarrollo y maduración neuronal, así como también en la diferenciación y formación de sinapsis neuronales, mediante la regulación de la expresión de genes.
El cuadro clínico cursa con un período prenatal y perinatal normal, aunque hay formas "congénitas", y un desarrollo normal o casi normal durante los primeros meses de vida. Tras este período, entre los 3 meses y 3 años de vida se pierden las capacidades manuales propositivas, uno de los elementos más característicos de la enfermedad, y se produce una regresión de las funciones psicomotoras y de la comunicación. El contacto ocular está muy limitado e incluso puede ser, curiosamente, intenso y "vivo" (al revés que en la mayoría de los niños con autismo), lo que a veces permite cierta capacidad de comunicación con la familia.
Aunque es normal al nacimiento, el crecimiento del perímetro craneal sufre un descenso paulatino (que suele conducir a microcefalia), que puede ser tan precoz como en los tres primeros meses de vida, constituyendo a veces el primer signo del SR. Entre los años 1 y 3 de la niña, aparece la seña de identidad del SR: los movimientos estereotipados de las manos, característicamente de lavado(manos juntas), pero también de palmoteo o de aplausos (manos separadas), sobre todo en la línea media. Pueden aparecer otras estereotipias y "pseudocrisis" (temblores, caídas bruscas, detención del movimiento, episodios de risa o gritos inmotivados). La marcha suele ser normal inicialmente, pero se va volviendo torpe, amplia, errática y no propositiva. Con frecuencia la marcha se inicia dando pasos hacia atrás (retropulsión). Es frecuente el balanceo de un lado a otro. Algunos pacientes presentan, desde el inicio de la enfermedad, alteraciones neurológicas evidentes, tales como ataxia del tronco, escoliosis neurógena, crisis epilépticas, alteraciones de la respiración, alteraciones gastrointestinales, disfunción piramidal, hipoacusia neurosensorial leve, neuropatía periférica o distonía, pero habitualmente dichos signos se presentan posteriormente, de forma progresiva, predominando en los primeros estadios de la enfermedad un cuadro del trastorno del espectro autista. De hecho, debido al característico fenotipo conductual, el manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales de la sociedad estadounidense de psiquiatría que precedió al actual, el DSM-IV, introdujo el SR como parte de los trastornos de inicio en la infancia, la niñez o la adolescencia bajo el epígrafe de "Trastornos generalizados del desarrollo (así se denominaban los trastornos del espectro autista hasta la aparición del nuevo manual en 2014)" - "Trastorno de Rett" (299.80). Actualmente el DSM-5 lo ha retirado, pues hay innumerables genes implicados en los trastornos del espectro autista y no tiene sentido que éste figure y otros no. El diagnóstico diferencial más complicado es con el Síndrome de Angelman en pacientes del sexo femenino.
No existe un tratamiento específico en la actualidad, por lo que el objetivo es mejorar en lo posible la calidad de vida de la paciente. La epilepsia puede ser rebelde. No existen antiepilépticos específicamente recomendables en el SR. No obstante, en nuestra experiencia, la carbamazepina en monoterapia o en combinación con clobazam ha sido el tratamiento más eficaz, siendo el ácido valproico un fármaco alternativo (debiendo recordar que puede condicionar un aumento del temblor e hiperamoniemia). En casos rebeldes la vigabatrina ha resultado efectiva. El riesgo ortopédico está condicionado por los trastornos tónicos de diversa índole que concurren en el SR y que son responsables de la pérdida de la marcha. El inicio precoz de la fisioterapia (fundamental también para prevenir la osteopenia) y la hidroterapia al potenciar los movimientos sin el efecto de la gravedad son métodos que han sido utilizados con eficacia. La escoliosis, problema ortopédico principal, ya que está presente en más del 80% de las pacientes a la edad de 25 años, se debe anunciar, detectar y combatir desde que se establece el diagnóstico de SR, debido a que es neurogénica y de evolución rápida; aquí de nuevo es eficaz la rehabilitación, la utilización precoz de corsés (aunque diversos trabajos señalan una eficacia limitada) y nosotros somos partidarios de la cirugía relativamente precoz (para algunos autores al alcanzarse una curvatura >40° Cobb), con fusión vertebral temprana por vía posterior, ya que es un método que mejora la calidad de vida en el SR en un alto porcentaje de casos (más del 80%).
La apnea obstructiva es muy frecuente. Algunas medidas terapéuticas incluyen corticoides intranasales como la mometasona, la cirugía de adenoides o la amigdalectomía y la presión positiva en las vías respiratorias.
Este tipo de pacientes suponen un reto para el anestesiólogo, ya que pueden existir episodios de apnea e hipoxemia de forma espontánea y con determinados anestésicos. También es probable la existencia de lo que en anestesia llaman una "vía aérea difícil". Algunos sistemas de intubación especiales por vídeo se han utilizado en pacientes con SR de forma exitosa.
Es importante supervisar y tratar el estreñimiento y la salud dental. La incidencia de patología litiásica en vesícula biliar y de problemas gastrointestinales es significativamente más alta que en la población general, por lo que el cambio en el comportamiento o la irritabilidad de la paciente debe llevarnos a realizar un estudio del aparato gastrointestinal y genitourinario. Ni la busperidona ni el citrato de magnesio han mostrado eficacia en el control de los episodios de hiperventilación y/o apnea. Están en marcha ensayos con el fármaco trofinetida, con resultados potencialmente esperanzadores para el futuro.
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